Las Ciencias Sociales. Omar Alejandro Bravo
de la historia sino de las aportaciones y los avances en otros campos de conocimiento del mundo físico o material y del mundo social, de las tribulaciones que enfrentan y que se plantean las sociedades, los grupos o los individuos lo que nos posibilita una idea más completa y compleja del pasado. A estas alturas conviene subrayar que esta situación no es una característica exclusiva de la historia; también aquellas ciencias o disciplinas que han alcanzado un grado de mayor desarrollo de sus corpus teóricos y metodológicos, como pueden ser la física, las matemáticas o la biología.
No obstante, el conocimiento histórico por su propia naturaleza está comprometido con la necesidad de formular nuevas preguntas en la misma medida en que los hallazgos, los saberes que produce son aproximaciones al y del pasado, lo que obliga a continuo retorno porque su sustento no reside en la reproducibilidad de los sucesos y de los procesos ni en la experimentación de los hechos, sino en su capacidad de hacer más completa nuestra idea del pasado y, por añadidura del presente. Su afán científico, acaso su estatuto de cientificidad, está en ofrecer una “cierta” imagen del pasado mediante la comprensión, explicación y la interpretación del porqué, cómo, quién y donde se suscitaron las acciones humanas. Su rigor radica en un conjunto de procedimientos teóricos y metodológicos que dan cuenta de su veracidad y plausibilidad, así como de su producto más acabado, los discursos y las narraciones, la producción historiográfica.
Esto no significa que la verdad histórica, la historia misma, sea la suma de verdades. Para retomar una idea Michel Foucault, el saber histórico es en realidad una arqueología en el sentido en que los estratos, los hallazgos historiográficos se sedimentan y se asientan uno sobre otro hasta configurar un edificio complejo y completo que configura la historiografía. Pero esto no es más que el inicio de la tarea de la historia y del historiador. Es la labor que Michel de Certeau define como “operación historiográfica”. Así, uno de los principales problemas que tiene que enfrentar quien se interesa por el pasado es definir y delimitar qué de ese pasado que en un primer momento se presenta como un todo indiferenciado y caótico. Creo que esta es una de las claves o “secretos” de quien se interesa por el estudio del pasado; aquí empieza el arduo trabajo de quien se interesa por él y que necesita ser ordenado mediante el trabajo historiográfico esto es en ordenarlo en un cuadro de relaciones, actores, instituciones y procesos que el historiador organiza, comprende, explica e interpreta todo lo cual se materializa en un relato o narración histórica, es decir, en transformar el pasado en historia en tanto disciplina científica con sus conceptos, métodos y fuentes que el historiador tiene a su disposición. En este sentido, creo que toda historia es historia contemporánea porque el interés por el pasado se origina en las tribulaciones y preocupaciones del presente. En resumen, mientras más cerca estamos de los problemas del presente, mientras más somos contemporáneos de nuestros mismos, más y mejor nos aproximamos al pasado porque estamos obligados a comprenderlos mejor.
El interés por un fragmento del pasado o de todo el pasado nace, sí, de la institución histórica la cual define una agenda de investigación legítima y legitimada por una comunidad académica que decide y que convalida determinados temas y problemas históricos que merecen ser investigados. Asimismo, esa comunidad delimita el tipo y la calidad de las fuentes a las que el historiador o el especialista tienen que recurrir para rehacer y repensar el pasado y convertirlo en historia y en historiografía. Así, la pertenencia a una comunidad de especialistas está determinado por el dominio de un lenguaje y de unas prácticas disciplinares. No obstante, debemos admitir que existe un cierto grado de autonomía del individuo para decidir cómo formular las preguntas desde el presente o, para ser más precisos, desde su presente. De esta manera el individuo que hace del estudio del pasado su profesión, que práctica la historia y que en la medida en que la ejercita se hace historiador, tal y como un artesano hace de su materia prima un largo proceso de reelaboración, de concienzuda reflexión sobre las razones, el sentido o sinsentido de las acciones y de las creaciones humanas, no puede sino estar íntimamente vinculado a su tiempo y a su espacio, a su vida cotidiana. En resumen, considero que la historia es profundamente entretejida con una concepción del mundo por lo que la historia y la historiografía no pueden ser sino profundamente humanas. Desde luego, esto conlleva un modo de concebirla, definirla y ejercerla y admite que su cultivo implica hacer de ella un estilo de vida en la que el pasado tiene sentido para dilucidar el presente, lo que con frecuencia se olvida.
El pensamiento histórico no debe descartar, desdeñar o negar otras formas de conocimiento sino incorporarlas y más aún fomentar los intercambios con, por ejemplo, la literatura, el arte, la poesía, el periodismo o la fotografía no sólo porque registran y dan testimonio de actividades humanas que podrían pasar desapercibidas tanto al pensamiento como a nuestra experiencia históricas y, todavía más, porque estas ramas del saber son también producto humano; tampoco se deben excluir otros modos de comprender y de relacionarse con la sociedad y con la naturaleza acaso porque constituyen la parte más íntima y menos revelada de la “naturaleza humana”: lo inconsciente, lo subjetivo, lo irracional o, en términos más generales, las mentalidades. A propósito de esta dimensión de lo humano, Carl Gustav Jung ha afirmado que “El inconsciente es la historia de la humanidad desde los tiempos inmemoriales”. Así, podemos afirmar que esas formas de conocer y estar en el mundo también tienen una racionalidad que organiza y orienta las acciones humanas. Asimismo, modo como no incorporar las aportaciones que han hecho los estudios culturales y los estudios poscoloniales para “leer” y acercarnos al pasado no para imponernos sobre este sino para poseer herramientas mentales y modelos de pensamiento que nos permitan una mejor y más completa comprensión del pasado.
De ese modo puede hacerse visible a otros seres con sus lenguajes escritos, orales, gestuales, con sus tradiciones, usos, costumbres, identidades, ofreciéndonos nuevas posibilidades para interrogar al pasado e interrogarnos de nosotros mismos acerca del significado de las culturas, géneros, razas, sobre todo de los grupos subalternos como mujeres, niños, ancianos, entre otros, así como referirnos a ámbitos de la producción material y cultural que están ahí inmóviles y sin vida pero que, sin embargo, son parte del concierto del pasado y del presente y que han sido excluidos o marginados del quehacer histórico. Y aquí me refiero únicamente a las disciplinas sociales y humanísticas, pero de igual modo puede decirse de las relaciones entre la historia y las ciencias naturales y las ciencias exactas y esto sea aún más conveniente cuando se ha puesto en entredicho la idea de ciencia y de sus resultados por corrientes de pensamiento vinculadas al posmodernismo.
Aquí afirmo que es necesario pensar el mundo de otro modo y para esto hay que entrenarnos, formarnos en un pensamiento que tenga como referencia permanente los nexos entre el presente y el pasado, en estar conscientes de las múltiples relaciones del mundo social y del mundo natural lo cual demanda de una manera de concebir y construir el conocimiento que reconozca que el conocimiento no se propone simplificar nuestro estudio de la realidad sino examinarla a partir su complejidad aunque no siempre sea posible alcanzarla. En este sentido estimo fundamental que el interesado en la historia debe pensar y experimentar en primer lugar varias formas de acercarse al pasado lo que puede hacerse por medio de ejercicio en las sub disciplinas derivadas de la misma especialización de los estudios históricos: desde la historia política, la historia social, historia cultural, historia de la cultura material, la historia visual, la historia del cuerpo, historia oral, historia de los sentimientos, hasta las nuevas formas de practicar la biografía y la narrativa porque cada una de ellas establece relaciones con campos y disciplinas del saber que facilitan una más compleja comprensión del pasado y del presente. Creo que sólo así es posible tener una nueva visión de la historia y de sus relaciones con las ciencias, en particular con las ciencias sociales y las humanidades, así como de la selección de los géneros narrativos hoy en boga. De hecho, no podemos negar que gran parte del giro historiográfico al que hemos asistido en las últimas décadas ha sido posible por los efectos que tuvieron el giro epistemológico y lingüístico que insistió en la complejidad de la realidad, en la importancia de las representaciones y de la vuelta al sujeto como objeto de estudio.
Aquí reside una de las tareas elementales y el gran desafío para la historia como disciplina y del historiador como profesional: contribuir con sus herramientas teóricas, metodológicas y técnicas de análisis e interpretación de sus fuentes y contribuir a la formación de una mente y de una práctica científica y cotidiana