Las Ciencias Sociales. Omar Alejandro Bravo
histórica” y de la construcción del conocimiento histórico: “Es natural que el hombre ame a su país y a sus amigos y odie a los enemigos de ambos. Pero al escribir la Historia debe prescindir de tales sentimientos y estar dispuesto a alabar a los enemigos que lo merezcan y a censurar a los amigos más queridos y más íntimos”.
EL PENSAR HISTÓRICO Y SUS DIMENSIONES
En todo caso, veamos algunas consideraciones personales que, inicialmente, pueden ser compartidas por todos los lectores. El estudio de los procesos históricos sociales entraña establecer y reconocer dos dimensiones fundamentales para comprender y explicar los elementos que los configuran: el tiempo y el espacio. Ambas dimensiones permiten situar los temas, problemas de investigación, las preguntas al pasado desde el presente y son del interés del investigador o del estudioso, las hipótesis de trabajo, que surgen de la combinación de la experiencia y de las teorías, así como la selección y recolección de fuentes , tanto primarias como secundarias, desde las cuales el historiador o el científico social orienta su búsqueda del material empírico para la construcción de sus objetos de estudio y que derivan en las respuestas a los problemas formulados.
El análisis de los procesos históricos culturales supone establecer y reconocer dos regiones fundamentales de la historia para comprenderlos y explicarlos. Esos contornos son el tiempo y el espacio. Ambas dimensiones permiten situar los problemas y las peguntas de investigación, delimitar el tema o a los temas que son de interés del investigador o que importan al estudioso como producto de sus preocupaciones que, en gran medida, son las de las sociedades, los grupos y los individuos. También ayudan a esclarecer las hipótesis de trabajo que surgen de la combinación de la experiencia y de las teorías, así como la selección y recolección de fuentes, tanto primarias como secundarias y desde las cuales el historiador o el científico social orientan su búsqueda del material empírico. La amalgama de estas actividades constituye el proceso de investigación, la arquitectura de los objetos de estudio y las respuestas a los problemas formulados.
El primer contorno, el tiempo permite establecer los arcos temporales de los cuales el estudioso se aproxima a la comprensión e interpretación de un proceso social, esto es, a desvelar su génesis, evolución, expansión y crisis. Un ejemplo es el surgimiento de la escuela, del estado y de la sociedad modernas, capitalistas o disciplinarias o bien la configuración de una nueva concepción del mundo, de un nuevo pensamiento social en torno a la pobreza y los pobres, el tránsito de la caridad a la filantropía, el surgimiento de actores, de grupos o clases sociales como la clase obrera, los campesinos, la clase media, la infancia o la juventud o de prácticas sociales y culturales entre ellas la imprenta, la lectura, la escritura y el remplazo de la cultura y la tradición oral, las transformaciones de los hábitos alimenticios e higiénicos resultados, en gran medida, del predominio del mundo urbano. Desde luego, esto supone una multiplicidad de expresiones del tiempo: el tiempo individual, el tiempo social, el tiempo del ocio, el tiempo escolar, el tiempo religioso que, en su conjunto, configuran el tiempo histórico como un concepto y como un proceso de reconstrucción del pasado, es decir, de la comprensión y la explicación de las acciones humanas, de los hombres y sus relaciones con la naturaleza. El tiempo histórico hacen inteligibles a las sociedades, a las culturas y los actores que las producen y las reproducen.
De ahí que el concepto de tiempo sea esencial para comprender no sólo lo que es un proceso, en términos teóricos, sino para diseñar las herramientas metodológicas desde las cuales examinar los rasgos, los elementos, las ideas, los valores, las creencias, las acciones, las actitudes, los valores, en otras palabras, las disposiciones mentales y los artefactos materiales que los hombres crean y recrean en una época, etapa o fase específica o, más en general, en una sociedad específica. Pero no únicamente esto. La idea y más que la idea, los conceptos de proceso y de tiempo involucran el análisis de cada uno de los elementos que constituyen una estructura mental, social, económica, política y cultural. De este modo, el estudioso estará en condiciones de diseccionar y responder a las preguntas básicas de toda reflexión histórica: cuáles, cómo y porqué los factores materiales y los motivos o las sinrazones que explican esta u otra organización social e individual que modelan la actuación de los actores y de los grupos, así como de sus relaciones, el lugar que ocupan y la función que desempeñan en esas estructuras, los momentos en que surgen y como se insertan en ellas, la diferenciación y articulación de sus componentes en una palabra, los vínculos que se presenta a lo largo de una temporalidad.
En particular, el historiador “operacionaliza”, descompone y deconstruye el concepto del tiempo para poder registrar los ritmos, las rutinas, los momentos de ruptura, las continuidades, las tradiciones y las mentalidades, las instituciones y los lenguajes que regulan y las encarnan las acciones, sus sentidos y significados y que, en última instancia, sirven para comprender la representaciones y las prácticas colectivas o individuales. El quehacer histórico pretende pensar la relación entre las ideas y el contexto de su producción, las formas de vida social que se crean y se difunden. En esta dirección, como sostiene Roger Chartier, busca hacer inteligible el pasado y para ello recurre a las categorías del pensamiento y al concepto de épocas para dilucidar el sentido de las ideas y las palabras, los símbolos, los hábitos y las costumbres mentales, conceptos que provienen de diferentes disciplinas y comunidades y que el historiador ha de emplear para identificar los hechos históricos y sus singularidades que se desvelan como “objetivaciones históricas”, formas específicas de las sociedades y las culturas (Chartier, 1992:11-15).
Uno de los recursos de los que se vale es la periodización a fin de delimitar, en efecto, con cierto nivel de arbitrariedad, aunque con criterios que deben explicitar para justificar la elección de una fecha, de un hombre, un acontecimiento, un grupo social, una crisis económica o una estructura en la medida en que se convierte en un punto de referencia para explicar “un hecho histórico”. De esta forma es posible capturar y hacer inteligible los procesos históricos sociales. La forma de medición del tiempo es un minuto, una hora, un mes, un año., etcétera.
Ahora bien, el estudio de los procesos históricos sociales tiene, en primer lugar, como objeto de interés las estructuras porque estas presentan y posibilitan la observación de los movimientos y las transformaciones de distinta duración y de profundidad que se expresan en la vida de los hombres y mujeres y que no siempre siguen una línea evolutiva o desarrollo y que pueden presentarse en dos direcciones: cambio estructurales en dirección a una integración y diferenciación decreciente y cambios estructurales en la dirección de una diferenciación e integración crecientes, de acuerdo con Norbert Elías. En este sentido el concepto acuñado por Fernand Braudel de larga duración es, no solo un concepto que permite que permite “visualizar” la idea misma de proceso, de cambio o retroceso, al centrar su interés en las estructuras que se configuran en el transcurso de un período, sino registran y examinan los múltiples cambios, los cuales podemos concebir con multiplicidad de tiempos, que ocurren en todos los ámbitos de la vida social y dejan su impronta en la estructura o sistema. Identificarlos y definirlos son fundamentales para comprender y explicar los procesos sociales al revelar la complejidad de las sociedades y de las interacciones que se sucintan en todo el entramado social.
En este caso, me refiero a los tiempos individuales o sociales que, a su vez, se expresan en acontecimientos y sucesos que envuelven a hombres y mujeres en su hacer cotidiano, los cuales es posible conocer y reconocer por medio de sus huellas que el estudioso debe observar y examinar como parte esencial de los productos culturales. Estos tiempos pueden ser tanto tiempos de ruptura como de continuidad. (Escalante y Padilla, 1998:4-5) Parafraseando a John Lewis Gaddis, al incorporar el concepto de tiempo a su “utillaje mental”, el historiador y el estudioso social está en condiciones de establecer un criterio selectivo de su material, captar la simultaneidad del tiempo, las escalas de observación y las herramientas mentales y metodológicas para interpretar y explicar a los procesos histórico-sociales (Gaddis, 2004: 43).
Precisamente la noción de tiempo histórico al desagregar y a la vez recuperar los múltiples tiempos aporta una dimensión metodológica que resulta estratégica para el estudio histórico: el tiempo vivido y tiempo universal que dota al quehacer historiográfico reconocer las particularidades entre sociedades y culturas, entre individuos y grupos humanos. Dicho de otra