Las mujeres de Sara. Eley Grey

Las mujeres de Sara - Eley Grey


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      LAS MUJERES DE SARA

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      LAS MUJERES DE SARA

      © Eley Grey

      © De la ilustración de portada, Manuel Gutiérrez Tejedor

       Diseño de cubierta: Dpto. de Diseño Gráfico Editorial La Calle

      Iª edición

      © Editorial La Calle, 2014.

      Editado por: Editorial La Calle

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      ISBN: 978-84-16164-09-7

      Nota de la editorial: Editorial La Calle pertenece a Innovación y cualificación S. L.

      ELEY GREY

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      LAS MUJERES DE SARA

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      Editorial La Calle

      ANTEQUERA 2014

      Índice

       Portada

       Título

       Copyright

       Índice

       CAPÍTULO I. GÉNESIS

       CAPÍTULO II. ÉXODO

       CAPÍTULO III. ¿ALGO O ALGUIEN?

       CAPÍTULO IV. LEVÍTICO

       CAPÍTULO V. NÚMEROS

       CAPÍTULO VI. VUELTA A CASA

       CAPÍTULO VII. ESTER

       CAPÍTULO VIII. SALMOS

       APOCALIPSIS

      CAPÍTULO I. GÉNESIS

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      Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Otra vez contaba las vigas del techo, antiguas como la casa pero firmes como sus muros. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Sus ojos se proyectaban en el espejo de la pared, alargado, ancho, fiel al paso del tiempo y testigo de la habitación, colocado en la pared a pocos centímetros de la séptima viga. Desde su posición podía seguir contando, ocho, nueve, diez, once… el resto de vigas estaban en ese otro techo, el techo del espejo, cuya imagen daba una profundidad irreal a la habitación, haciendo creer que el espacio era mucho más amplio de lo que en realidad era.

      Había decidido que necesitaba cambiar de aires. En realidad no lo había decidido, la situación la había forzado a decidir. Esa mañana de agosto de 2013 se levantó demasiado pronto y desayunó en la cocina, café, zumo y una sola tostada. Lectura rápida de la prensa digital y chequeo del correo (nada nuevo). Deprimente. Se ducharía y empezaría su nueva vida. Cogió cuatro prendas, las más cómodas, las que mejor le hacían sentir y bajó la maleta del altillo. Hacía mucho tiempo que ese vejestorio marrón oscuro no veía la luz. Había sido un regalo de Claudia, un regalo de aniversario, el segundo juntas. Se lo había regalado aquellas navidades cuando Claudia todavía era una persona adorable, tranquila, la persona de la que Sara se había enamorado. La chica de la discoteca que le había deslumbrado con su mirada.

      Salir de allí era en lo único que podía pensar ahora. Se ahogaba, perdía la visión, las lágrimas no le permitían ver la cremallera de la maleta vieja, marrón y gastada. Saldría ya de aquel piso. Peine, cepillo de dientes, ordenador, móvil y unas zapatillas de deporte para poder caminar por la montaña. No necesitaba nada más. Se cerraba una puerta y una ventana se abría para dejar pasar la luz del nuevo día.

      Mientras conducía el coche alejándose de Madrid pensaba en que aquella ciudad le había gustado siempre, desde pequeña. Había visto la ciudad en las películas de la tele y en el cine, sabía que todas las series que se veían en su casa estaban rodadas allí: las casas, las calles, los parques, los monumentos, los coches, la gente… La gente. Toda esa gente que parecía salir de un sueño. Eran de película, irreales. La gente que ella conocía no era como esa gente. La gente de su pueblo era gente normal: los niños iban a la escuela entre semana y el fin de semana al parque; los adultos trabajaban entre semana y el fin de semana se iban al monte a pasarlo con toda la familia; los ancianos… bueno, los ancianos pasaban su semana en los bancos, sentados desde su calma, viendo pasar a los niños y a los adultos, con sus ajetreadas vidas, charlando sobre el tiempo, el nuevo vecino, el gobierno, el alcalde… y por las tardes iban a misa.

      En fin, gente normal y no como en esas series, donde la gente joven se comportaba como gente adulta, los adultos como gente joven y los ancianos como niños. Los bares que salían en esas series de televisión abrían todas las noches y la gente salía con amigos cualquier día de la semana. O preparaban cenas y fiestas en sus casas para invitar a todas esas personas que de repente aparecían en escena y una pensaba: “¿Es que nadie trabaja al día siguiente?”.

      Gente sin problemas, sin preocupaciones demasiado serias. Cuando tenían algo que solucionar, pronto encontraban la manera de hacerlo. Daba igual de qué se tratara, porque todo a su alrededor se sucedía de tal forma que el problema se hacía pequeño, diminuto, tan minúsculo que era de risa. Y entonces se transformaba en comedia. De cualquier problema se hacía comedia, para esa gente la vida era una comedia.

      “Me gustaría vivir en una serie, ver la vida como una comedia y saber que incluso antes de encontrarte con un problema, este se solucionará de la forma más inverosímil, casi sin complicaciones ni grandes sacrificios. ¡Es un lujo de vida!”.


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