Las mujeres de Sara. Eley Grey
casi en un susurro, no sabría decir si por vergüenza o por miedo.
–¿Cuántas horas trabajas aquí, Sara?
Y en este punto sintió como si tuviera que confesarle su vida entera. No le importaba no saber nada de esa mujer, ni siquiera pensar que podía ser conocida de los dueños. No tenía ni idea de a qué se dedicaba ni el porqué de su curiosidad. Sintió una profunda confianza hacia ella y respondió esta vez, sin vacilar.
–Cuatro horas al día.
–Muy bien, te ofrezco 500 euros y un contrato de prácticas de 30 horas semanales en mi redacción. Es una redacción pequeña, un periódico local, pero necesito ayuda con los papeleos y tengo la corazonada de que eres una persona con mucha capacidad para aprender. ¿Qué me dices?
En ese momento Sara se quedó muda. No se le cayó lo que llevaba en las manos porque acababa de dejarlo sobre la mesa. ¿Un periódico? ¿Ella? ¡Dios mío! Su sueño hecho realidad. Quiso besar a aquella mujer y darle todas las gracias del mundo a la vez, pero solo tuvo fuerzas para un:
–Por supuesto. Muchas gracias, señora… –y sostuvo la frase en esa palabra porque no recordaba el nombre de aquella mujer.
–Me llamo Sofía Martínez. Siento no haberme presentado antes, Sara. Tanto tiempo viniendo aquí… Es como si hubiera dado por sentado que ya sabías cómo me llamaba. Lo siento, he sido una desconsiderada. ¿Aceptas, entonces?
–Claro, Sofía. Muchísimas gracias. ¿Cuándo podría empezar?
–El próximo lunes sería perfecto, aunque supongo que tendrás que avisar a tus actuales jefes, ¿verdad? Así que tan pronto como tengas todo claro, llámame a este teléfono y te explico dónde estamos y cuándo empiezas. Eso si no nos vemos antes por aquí, claro –y dejó escapar una sonrisa dulce y calmada que tranquilizó a Sara y le ayudó a apaciguar los nervios que tenía en la boca del estómago.
Al mismo tiempo, le extendió una tarjeta con el nombre del periódico, la dirección, la web y el teléfono.
–Mientras tanto, puedes echarle un ojo a nuestra edición digital. No está muy perfeccionada aún pero te puede servir de anticipo para ver cómo trabajamos y el tipo de discurso que defendemos –terminó de decir Sofía.
Vaya, no tenía ordenador. Y eso de Internet era bastante nuevo para ella. Solo lo había utilizado en la universidad para hacer alguna búsqueda bibliográfica durante los dos últimos cursos en los trabajos finales. Prefería el papel y envolverse en libros.
–Gracias, lo intentaré, pero no tengo ordenador –confesó Sara con un deje de fastidio en el tono.
–¿Cómo que no tienes ordenador? ¡Pero eso no puede ser! Pásate por la oficina mañana mismo y verás la redacción in situ. Veremos qué podemos hacer con eso del ordenador.
No se lo podía creer. ¿Era esa mujer su hada madrina? ¡Su hada madrina madrileña! Se rio en su interior por el juego de palabras y por su buena suerte.
–A primera hora estaré allí, Sofía. Muchísimas gracias.
Al día siguiente, a las seis y media de la mañana saltó de la cama y se dirigió a la ducha, no tenía que presentarse en la redacción hasta las diez, pero estaba tan emocionada que ya no podía dormir más.
Encontró la dirección fácilmente. “Preguntando se va a Roma”, le decía siempre su madre, y era cierto. Sobre todo, en una ciudad tan grande como Madrid y a falta del Google maps, era imprescindible preguntar. Era un edificio de principios de siglo, no desentonaba con el entorno. Gris y marrón. Una portería amplia, sin rampa y sin portero, le dio la bienvenida a Sara, que se dirigió al ascensor. Piso cuarto puerta quince. Tocó el timbre y le abrieron de inmediato. Una chica morena de unos cuarenta años le sonreía desde el mostrador.
–¿Señorita López? La señorita Martínez la espera en su despacho –María acompañó a Sara hasta el despacho de Sofía, que en ese momento hablaba por teléfono.
–¡Adelante! –oyeron la voz que salía por la ranura de la puerta de su despacho. María abrió la puerta e introdujo a Sara:
–Señorita Martínez, la señorita López ha llegado.
Tras una breve despedida, colgó el auricular y dirigió una de sus amplias sonrisas a Sara.
–Adelante, por favor, toma asiento. Gracias María –se despidió de la secretaria y dirigió su mirada ahora hacia Sara–. Bueno, Sara, ¿has encontrado la oficina fácilmente o has tenido que dar un rodeo?
–No he tenido problemas, señorita Martínez, gracias.
–Por favor, llámame Sofía, ya te dije que no soy tan mayor. ¿Has traído el currículum como te pedí? Bien, aquí veo que tienes experiencia en el trabajo con archivos y también con libros. ¿Estás familiarizada con el uso de Internet?
–Tuve que investigar para algunos trabajos finales durante los dos últimos años de carrera. Pero últimamente, debido al piso y a todos los gastos, todavía no he podido conseguir un ordenador en condiciones.
–Eso lo arreglaremos hoy mismo, no te preocupes. Lo que me interesa es que puedas manejarte y que tengas buena velocidad con el teclado. Y aquí veo que has trabajado con máquina de escribir y que tienes 350 pulsaciones por minuto. Perfecto, no me hace falta saber mucho más. ¿Preparada para ver tu nuevo puesto de trabajo?
–Por supuesto, estoy ansiosa –respondió mostrando una sonrisa de niña pequeña que estrena unos zapatos nuevos.
La oficina no era muy grande, teniendo en cuenta que solo trabajaban diez empleados. Habían habilitado una gran sala diáfana de manera que el piso no tenía pasillo y todas las mesas estaban dispuestas en la parte derecha según se entraba, en el espacio que se supone estaba dedicado a las originarias habitaciones del inmueble. Los únicos espacios cerrados eran el despacho de Sofía, la pequeña cocina y los cuartos de baño.
Sofía le mostró su futura mesa de trabajo y le explicó sus funciones con el ordenador en marcha, enseñándole la edición digital del periódico. Todo parecía relativamente sencillo.
–Lo más importante ahora es que te familiarices con los textos y con el entorno. Sé que te dije que podías empezar cuando tuvieras todo claro con los dueños de la cafetería, pero esta mesa ya está preparada y, puesto que no dispones de ordenador en casa, si te parece, puedes venir cuando quieras y te haremos el contrato únicamente cuando tengas los papeles de tu antiguo trabajo preparados. Aunque cobrarás igualmente los días que vengas, por supuesto. ¿Qué te parece?
“¡Perfecto!”, gritó Sara para sus adentros. Estaba deseando sentarse frente a esa mesa y comenzar a trabajar. No podía creer la suerte que había tenido. ¡Era un sueño hecho realidad! Y tenía mucho miedo de despertarse.
Esa tarde estuvo llevando cafés y limpiando mesas en su puesto de trabajo en la cafetería con la sonrisa más radiante de todo Madrid y la mirada perdida ya visualizando artículos, editoriales, noticias, entrevistas… era su sueño. Los jefes le habían pedido una semana para encontrar a alguien pero, por lo demás, se alegraron mucho por ella cuando les contó la noticia. Eran muy buena gente.
Por la noche salió con Alex a celebrarlo. Era viernes y, con todo el ajetreo y la rapidez de los acontecimientos, aún no había podido contarle todo lo que había pasado.
Alex era uno de sus compañeros de piso. La primera persona importante en su vida que había conocido en Madrid y su mejor amigo desde el primer minuto. Era atento, simpático y compartía su mismo humor. Había llegado desde Granada hacía ahora cuatro años, al terminar la carrera, como Sara. Coincidiendo con su graduación, tomó la determinación de salir del armario y, tras hablar con sus padres, estos decidieron que no podía vivir más con ellos. Entre llantos de su madre y gritos de su padre, le dijeron que era una deshonra para la familia. Así que se marchó de su casa familiar con unos pocos ahorros y con una idea clara en su cabeza: vivir la vida. Y así hizo. Recorrió todos los garitos de ambiente de Madrid y se tiró a todos los hombres atractivos