Las mujeres de Sara. Eley Grey

Las mujeres de Sara - Eley Grey


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ni podía permitir empezar a flaquear por alguien que acababa de conocer, fumaba y se preparaba para ser militar, o lo que fuera aquello. Y estaba Claudia y su abandono todavía muy presentes–. Estoy bien, gracias. Es que ha sido un día agotador, demasiadas emociones, el viaje, el cambio de clima. La humedad y el calor… en fin, mañana estaré mejor.

      “¡Mierda!” –pensó–, “ahora se creerá que quiero ir a mi habitación a dormir. Estoy muy a gusto aquí, no estoy cansada en absoluto. Me apetece seguir hablando con esta chica. Además, ha dicho que sospechaba que algo en el discurso de la Guardia Civil era confuso, y yo soy demasiado curiosa”.

      –Perdona, Susana. ¿Te puedo hacer una pregunta?

      –Claro.

      –¿Por qué has dicho que crees que la Guardia Civil esconde algo? Y no me digas que es deformación profesional porque estoy empezando a pensar que hay algo sospechoso en todo esto. Este es un pueblo pequeño, muy pequeño. El pueblo más cercano está a dieciocho kilómetros y estamos en medio de la montaña. ¡Demonios! ¡Ni siquiera tengo cobertura en el móvil! ¿Quién querría venir hasta aquí para cometer un crimen así?

      –¿Y a ti quién te ha dicho que alguien ha venido hasta aquí solo para cometer un crimen como este?

      Ahora sí que se quedó muda. Paralizada. Sara no podía mover ni un pelo. Un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral y sintió el último latigazo bajo el cuero cabelludo. Se dio cuenta de que se movía porque sus piernas empezaron a temblar involuntariamente. Eso era sencillamente im–po–si–ble. En el pueblo solo vivía gente demasiado vieja o gente demasiado joven, vamos, niños y niñas. Y ni unos ni otros estaban capacitados ni física ni mentalmente para cometer un crimen así.

      –¿Qué quieres decir exactamente con eso, Susana?

      –Quiero decir lo que quiero decir, Sara. Es evidente que nadie ha hecho ni un solo kilómetro para venir a este pueblo perdido exclusivamente para matar a doña Victoria.

      –¡Ay! Eso me asusta todavía más. ¿Es que va a haber más crímenes?

      Un grito terrorífico que parecía salido de un clásico de Alfred Hitchcock hizo que la contestación de Susana se quedara ahogada en su garganta. Sara ya no escuchó su respuesta. Ambas corrieron calle arriba siguiendo la dirección del grito. En cada bocacalle se encontraban con otros vecinos que también corrían en busca del mismo grito. Cuando llegaron a la calle Alta encontraron un gran tumulto de gente y, sorprendentemente, una patrulla de la Guardia Civil. “¿Cómo podían estar allí tan pronto? Era imposible. La carretera era muy estrecha y montañosa y el pueblo más cercano con cuartel de la Guardia Civil estaba a más de treinta kilómetros. Claro, se habrían quedado a cenar en el bar de la plaza, el único bar con comida decente del pueblo”.

      Eso era en lo que Sara estaba pensando cuando Susana le cogió del brazo obligándola a seguir sus pasos.

      –Ven. Sígueme.

      “Como para decir que no. Pero qué fuerza tiene esta chica…”, pensaba Sara mientras Susana casi la arrastraba atravesando el gentío.

      Desde la última fila de gente amontonada frente a la casa, dos mujeres forasteras curioseaban, igual que el resto de personas. Allí estaban, una junto a la otra, intentando averiguar qué estaba pasando en ese sitio. ¿Qué podía haber sido ese grito? Una chica policía salía de aquella casa en ese momento.

      –Despejen la salida, por favor. Dejen libre la acera.

      ¿Y esta chica? No estaba esta tarde en casa de la señora Victoria, ¿o sí? Bueno, tampoco es que ella hubiera llegado de las primeras. Cuando la avisaron de la mala noticia habían pasado casi dos horas desde que Silvia encontró el terrible panorama. A lo mejor había entrado en el turno de noche, quién sabe.

      23:30 PM. En esas estaba cuando el comentario de Susana le devolvió a la realidad.

      –¿Qué coño hace esta aquí? –masculló entre dientes. Evidentemente era una pregunta retórica. No obstante, Sara se giró para observar el rostro de Susana. Sus ojos se oscurecieron y dejaron ver una ligera mueca de dolor. Un dolor profundo. Era una mirada familiar. Una mirada de desamor.

      Decidió preguntar ella misma, Susana estaba demasiado pendiente de los movimientos de aquella policía. ¿Estaba sintiendo celos? ¿Acaso estaba empezando a sentir algo hacia Susana? Pero si la acababa de conocer.

      “No, Sara. Sientes solo curiosidad ante esta extraña situación. ¿Qué le habrá pasado a Susana con esta chica policía para ponerse así de agresiva?”. Pensaba mientras se giraba para preguntar a la persona más próxima.

      –Disculpe, ¿sabe qué ha pasado? –preguntó al señor que se encontraba a su izquierda.

      –Es la niña del señor Francisco. ¡Qué desgracia, por favor!

      ¡Una niña! ¿Estaría muerta? ¿Herida? Los gritos desde el interior de la casa le hicieron volver su mirada hacia la puerta principal. En la penumbra del interior se podía ver a varias personas adultas sujetando en brazos a una mujer que parecía de trapo, una marioneta. Parecía como si en cualquier momento se fuera a desplomar.

      –¡Mi niña! –era lo único que podía entender. Su niña, su hija. Esa mujer era la madre de la niña del señor Francisco. Esto no pintaba bien, algo grave había sucedido.

      De nuevo notó que le tiraban del brazo.

      –Sígueme –insistía Susana sujetando su antebrazo derecho. Por supuesto, Sara no tenía otra elección.

      Se sentía bastante asustada. Era demasiado para tan poco tiempo. Algo realmente serio estaba pasando y no sabía si estaba dispuesta a investigar más allá de la vuelta de la esquina. Evidentemente, Susana no compartía para nada ese pensamiento. Cuando se dio cuenta, ya estaban las dos plantadas frente a la chica policía del principio.

      “¿Cómo hemos llegado hasta ella? Esta mujer va a ser una buena policía, o defensora, o como sea que se llamen las personas que aprueban esas oposiciones. Es rápida como una bala”, pensaba Sara al tiempo que Susana ya estaba preguntándole a aquella chica.

      –Hola Blanca. Cuánto tiempo. ¿Qué haces aquí?

      –Hola Susana, qué grata sorpresa.

      –No mientas, qué haces aquí y qué está pasando. Y a ver qué me dices porque sé que la Guardia Civil está ocultando información, así que desembucha.

      “¿Desembucha? ¿Está de coña? Solo ella podía utilizar esa palabra tan pasada de moda. Esta chica es realmente peculiar”.

      –No puedo decirte mucho, Susana –aquella mujer policía no parecía sorprendida por la palabra que acababa de escuchar. Eso solo podía significar que se conocían lo bastante como para no extrañarse –. Y, por cierto, ¿tú eres…? –en ese momento miraba a Sara.

      –Sara López, agente –Sara aprovechó para consultar con el rabillo del ojo el rostro de Susana más por curiosidad que por otra cosa y su mirada escrutadora se topó con la de ella. Un escalofrío rápido le recorrió la columna otra vez.

      –Está conmigo, Blanca, vamos. ¿Qué coño está pasando aquí?

      “¿Estoy con ella? ¿Qué ha querido decir?”.

      La mujer policía giró bruscamente la mirada para analizar a conciencia a Sara en ese momento, quien se sintió más que observada, interrogada. ¡Esa mujer estaba celosa de ella! Lo que faltaba, era una ex de Susana. Estaba claro.

      –Ven, alejémonos un poco de aquí, hay demasiada gente –contestó por fin la agente.

      Así lo hicieron y las tres caminaron hasta el coche patrulla que se encontraba dos casas más para allá.

      –Es el segundo asesinato –dijo Blanca, la mujer policía.

      “¿No me digas? ¿Tanto secretismo para algo tan obvio?”, pensó Sara.

      –Y este es más brutal si cabe que el


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