Las mujeres de Sara. Eley Grey
Algo fuera de lo normal, y no solo porque estamos en este pueblo en mitad de la montaña. Alguien o algo está suelto y hay que detenerlo.
“¿Alguien o algo? ¿Qué quiere decir eso, señora policía? ¡Por supuesto que tienen que detenerlo, para eso está aquí, digo yo!”. Sara quiso gritar estos pensamientos pero el instinto y la cordura permitieron que se los guardara para sí.
–¡Sara! –gritaba Susana–. ¿Qué te pasa? Vámonos. Te he llamado tres veces.
–¡Oh!, lo siento, estaba pensando en mis cosas… –estaba paralizada de terror, más bien. Se había perdido la mitad de la conversación entre Susana y Blanca. Había desconectado totalmente al escuchar esa expresión: alguien o algo.
–Gracias, Blanca. Espero que nos veamos antes de que te vayas. Ah, y por cierto, deseo que todo te vaya bien.
–Seguramente nos volveremos a ver. Vamos a estar toda la noche patrullando. Tened cuidado, chicas, es mejor que os vayáis a casa. Y sí, las cosas me van muy bien, gracias.
Hubo un silencio molesto que duró apenas unos segundos, unos segundos que se hicieron eternos porque esas dos atractivas mujeres se miraban y, sin hablar, se decían tantas cosas que olvidaron que Sara estaba allí. Solo cuando Sara se movió inconscientemente pensando que estaba de más, Susana salió de su ensimismamiento y la cogió por el brazo al tiempo que se despedía de Blanca.
00:20 h. Tras la confesión de la mujer policía y todas esas miradas entre ella y Susana, el tiempo parecía haberse detenido en el pueblo. Pero solo parecía. El velatorio seguía su ritmo natural y mucha gente ya se había ido a su casa. Bien por el cansancio o bien por el consejo de la Guardia Civil, que se había dirigido allí para recomendar a todo el mundo que se quedara en sus casas. Las puertas de la casa de la señora Victoria estaban cerradas ahora. En su interior solo quedaban Silvia, Jesús, Gloria (la hija de ambos) y el señor Simón, que había cambiado su graciosa indumentaria de la mañana por un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca y ahora mismo daba cabezadas sentado en una de las sillas frente a la mesa del café.
Sara y Susana se acercaron a Silvia y le anunciaron que se marchaban a casa pero que iban a estar despiertas por si necesitaba cualquier cosa.
–A cualquier hora, Silvia. Estaremos despiertas –fueron las palabras de Sara que sufría solo de ver la triste mirada de su amiga en ese momento tan duro.
Alguien o algo. Alguien o algo. ¿Qué habría querido decir la mujer policía con aquello?
01:00 PM. Sara, Susana y el señor Simón se despidieron en el descansillo del primer piso, desde donde se distribuían sus respectivas habitaciones, antes de irse a dormir. Cuando se puso cómoda y consiguió hacer funcionar el wifi decidió enviar un WhatsApp a Alex donde le explicaba brevemente lo que estaba pasando y le decía que no tenía cobertura para llamarle. Al segundo Alex le contestó y le ordenó que volviera a Madrid a primera hora de la mañana, con el primer rayo de sol. Aquella frase le devolvió un poco a la realidad, todo lo que estaba viviendo era bastante surrealista y un poco de realidad y cordura a través de las palabras de Alex la tranquilizaron bastante. Tras una breve conversación con él en la que intentó calmarle para evitar que se preocupara por ella más de lo necesario, decidió enviar un correo a Sofía, pues además hacía días que no la veía. ¿Le resultaría interesante leer lo que le iba a contar sobre los asesinatos del pueblo? Seguro que sí.
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