Más allá del amor. Francisco Javier Crespillo Pinto
la farmacia de Antonio. Allí, con un poco de miedo, decidieron entrar y comprar el tan ansiado test de embarazo.
—Antonio, me gustaría pedirte un favor.
—¿Qué pasa?
—Me gustaría que no dijeses nada de que vamos a comprar un test de embarazo, ya sabes que en el pueblo todo el mundo lo comenta todo, y si se enteran mis padres me matan. Lo último que yo quisiera sería darles un disgusto.
—No te preocupes Celia, estos temas son muy delicados, aunque tan solo espero que sea lo Dios quiera. —Antonio era un católico arraigado y practicante, todo lo dejaba en manos del Señor—. Y puedes contar conmigo para lo que haga falta.
—Muchas gracias Antonio, muchas gracias —acentuó Sara al salir por la puerta.
Todo era nuevo para las chicas. A pesar de lo avanzado que está el mundo, en aquel pueblo todas las chicas eran vírgenes, ninguna había sentido el placer del sexo con o sin amor.
Cogieron las dos amigas el sendero, y cabizbajas, fueron andando para alejarse de la civilización. Allí hicieron uso del test de embarazo, mientras Sara leía el prospecto, Celia se estaba poniendo más nerviosa aún, las manos le temblaban y le costaba mucho aguantar la posición.
Una vez usado el test, el intervalo de tiempo desde que lo usa hasta que da positivo o negativo parecieron años. Celia miró a Sara y se abrazaron, llorando como un recién nacido afirmó lo que ninguna de las amigas querían, Celia estaba embarazada de Alberto.
—Ahora viene lo grande Sara, ahora es cuando mis padres me matan, ¿qué puedo hacer? Necesito ideas sinceras, que yo sea capaz de decidir qué hacer con mi vida sin que nadie se interponga. Ahora voy a tener un bebé, es una responsabilidad muy grande, pero sabes que eso supondrá una vergüenza para mi familia.
—No te preocupes Celia, yo te voy a apoyar en todo lo que te haga falta, te ayudaré en todo lo que necesites y no te abandonaré. —Le acarició la cara mientras le daba un largo beso en la mejilla.
—Muchas gracias, eres una gran amiga y siempre lo supe, te agradezco que estés a mi lado en estos momentos duros, necesito despejarme, vamos al Lumia a tomar algo, aún no se me nota nada de embarazo y pronto no podré beber nada de alcohol ni fumar.
—Esa es mi chica.
Estaban reunidas en el Lumia, un disco-pub en el que solían reunirse los jóvenes del pueblo al caer la noche, aunque durante el día era un salón de juegos frecuentado por personas mayores. Todos los abuelos que ya estaban en la tercera etapa de su vida jugaban a las cartas o a cualquier otro juego para matar las horas que antaño pasaban trabajando. Disfrutaban con su aguardiente, risas y algunas peleas con los amigos para saber quién era el ganador o perdedor. Aquella mañana estaba Mateo, el padre de Sara jugando al subastado con Juan, Pedro y Agustín. La expresión de su cara indicaba que no estaba muy contento con la visita de su hija a esas horas, estaban los hombres diciendo piropos obscenos a las muchachas del pueblo, hombres que iban de paso para trabajar en otros pueblos y paraban allí a tomar un refresco. Aunque a Mateo no le gustase la idea de ver allí a su hija, no podía oponerse. Quedaban pocos días para que empezara la universidad y ya era mayor de edad.
Las dos chicas pidieron un refresco light, no era propio que las chicas bebieran alcohol y fumaran delante de las personas mayores, era una especie de insulto a la familia. La mentalidad antigua seguía arraigada en las personas del pueblo. Si veían a la mujer fumando era una puta y si bebía alcohol más aún, por lo que ellas estaban metalizadas de que jamás fumarían o beberían alcohol delante de los mayores.
—¿Qué tal estáis? —preguntó Mateo con voz fuerte y ronca.
—Hemos venido a disfrutar de nuestros últimos días de vacaciones papá, que este año ya nos vamos a Málaga a estudiar y nos verás poco por el pueblo.
—Tienes razón, pasadlo bien. Si necesitas algo en la mesa del fondo estoy.
Celia y Sara se sentaron en la última mesa, en la zona que convertían en pista de baile por la noche, allí no estaban a la vista de la gente. Cruzaron sus piernas mientras hablaban del futuro que se presentaba, Celia iba a ser madre dentro de siete meses, pero era muy complicado de asimilar, la charla era tan amena que las horas parecían segundos. Mientras conversaban llegó Macarena, la dueña del Lumia, y les dijo:
—Chicas lo siento, no me gusta echar a la gente, pero vamos a cerrar ya, hoy es el día que libramos por la tarde, gracias.
Capítulo II: Una mañana loca
Los padres y el hermano de Celia, Abraham, habían ido a Málaga a alquilar el piso para Celia, Sara y Susana, otra íntima amiga de Celia. Susana era la que más dinero iba a aportar, puesto que era de una familia adinerada y se podía permitir ese lujo, además, estaba dispuesta a hacer lo que fuera para irse a Málaga y empezar una nueva vida. Sara le mandó un WhatsApp a Celia para ver si estaba en casa e ir a verla y tomarse allí un refresco juntas.
—Buenos días Celia, podíamos quedar para tomar un refresco y charlamos, en tu casa o en la mía donde prefieras, así te desahogas un poco.
—Muchas gracias Sara, te lo agradezco porque ahora estoy sola en casa, podemos quedar aquí si quieres, así ahorramos dinero porque tengo muchos gastos —respondió Celia apenada.
—Perfecto Celia, me visto y nos vemos en tu casa en diez minutos, besos.
Celia se levantó de la cama y, camino del baño para asearse, como hacía todas las mañanas, paró para poner la música que siempre oía, bachata. En ese momento pensó que no era apropiado por su estado de ánimo, así que optó por la música chill out, Enya concretamente.
Cuando sonó el timbre de su casa aún no se había vestido, tenía un pijama de pantalón corto rosa y una camiseta ancha, aunque ella solía dormir completamente desnuda no era apropiado recibir así a su amiga. Bajó la escalera a toda prisa, pues necesitaba de la compañía de su amiga.
—Hola cariño ¿qué tal estas? —preguntó Celia cuando vio a su amiga con unos shorts vaqueros y un top negro.
—Qué recibimiento más agradable, hacía mucho que nadie me llamaba cariño, de hecho creo que eres la primera persona en llamarme así.
—Sabes que hay mucha gente que te llama cariño, no me engañes.
—Sí, pero no semidesnuda. ¿Puedo pasar?
—Qué pregunta más tonta, pasa —con un dulce gesto con la boca la invitó a pasar. El ambiente se había caldeado.
Entraron al salón y allí se sentaron las dos chicas, y empezaron a charlar sobre el embarazo, de cómo se lo iba tomando con el paso de los días y que el asimilarlo no debía ser un trauma, que va a ser muy buena madre y que con la ayuda de sus padres y de sus amigas saldría adelante, aunque Celia reprochaba que iba a frenar su carrera académica, no todo iba a ser color de rosa. Poco a poco Sara se fue acercando más a Celia, pero esta no lo notaba, le tocó la pierna y se la acarició hasta llegar a la rodilla, Celia sintió un escalofrío muy extraño, una sensación que nunca antes había notado. Sin darse cuenta, como si de una mano invisible se tratase, la mano de Sara ya estaba en la ingle de Celia, casi tocando su vagina. Esta dio un bote hacia atrás y soltó un gemido que Sara calló un largo beso en la boca. No eran capaces de separarse, de tocarse las tetas, de acariciarse hasta el punto de desnudarse por completo. Era una sensación muy extraña pero a la vez agradable que ninguna de las dos podía controlar, y esto les gustaba, además del morbo que suponía que fuera la primera vez para ambas, y en el salón de su casa, donde se sentaban sus padres a ver la televisión . Celia no paraba de mover su lengua dentro de la boca de Sara, a esta le gustaba más meter el dedo en la vagina de su querida amiga. Todo estaba pasando muy rápido pero el calentón del momento era imposible frenarlo. Sara, tras escaparse de la boca de su amiga, fue deslizando su lengua por todo su cuerpo hasta llegar a la vagina, fue el momento en el que Celia dio el gemido más grande que había dado en su vida, ni cuando se masturbaba ella sola gozaba tanto, era evidente que lo natural dista mucho