Más allá del amor. Francisco Javier Crespillo Pinto
despertó estaba en el hospital, habían pasado dos horas desde que la Guardia Civil le diera la trágica noticia, se despertó aturdida y comenzó a dar gritos preguntando por sus padres, su hermano y su amiga. Una enfermera salió corriendo al oír las voces de la joven y le administró un tranquilizante intravenoso, esto hizo el efecto inmediato, dejarla relajada pero no dormida del todo, para que pudiera ir asimilando poco a poco todo lo sucedido. A los diez minutos pasó consulta el doctor:
—Hola Celia, soy el doctor Real, usted ha ingresado en el hospital debido a un desvanecimiento que ha tenido en la puerta de su casa, por suerte no ha sido nada grave.
—Por favor, dígame que mi familia está bien, que esto es una pesadilla.
—No puedo decirle que es mentira nada, porque tengo que darle otra noticia. Cuando se desmayó y cayó al suelo, un agente la sujetó para que no se golpeara la cabeza, pero según consta en el atestado, ambos cayeron por los escalones. No sé si era consciente o no, pero ha perdido usted al bebé.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Celia mordiéndose los labios y llorando de la rabia.
—Usted ha sufrido un aborto, ahora mismo está muy anestesiada, en un par de horas pasaré a visitarla de nuevo. Descanse lo que pueda y lo siento mucho. Tendrá una enfermera aquí con usted para lo que necesite.
—Quiero ir a ver a mis padres doctor, quiero verlos antes de que los entierren, quiero ver a mi hermano y darles un abrazo. Acabo de perder a mi bebé, a mi familia. —Intentó arrancarse la vía que tenía puesta, que le suministraba medicamentos y el sedante.
—Por favor, aguante. —La rápida actuación de la enfermera ayudó a que no se arrancara la vía.
—¿Tiene usted algún familiar al que quiera que avisemos? —preguntó el doctor Real cuando entró tras el ataque de ira de Celia.
—Mi móvil tiene el número de Sara, la contraseña es una z en horizontal, ella es la única familia que me queda.
—Su amiga Sara lleva en la sala de espera un buen rato, ha sido la primera en venir. Entró mientras estaba usted descansando. Ahora que está usted más relajada le diré que pase a verla —se despidió el doctor con las gafas colgadas, la carpeta bajo el brazo y el bolígrafo de la marca Lyrica en el bolsillo de la bata blanca.
El doctor Real salió de la habitación y le indicó a Sara que podía pasar a visitar a Celia. Seguidamente se retiró por el pasillo, cabizbajo, porque aunque sin ser familiar de Sara, veía cómo su vida había dado un giro radical en menos de veinticuatro horas.
—Hola cariño, ya estoy aquí. Siento mucho lo que ha pasado, he venido lo más rápido que he podido pero cuando me dejaron visitarte estabas dormida, llevo un rato en la sala de espera y ahora me ha dado permiso el doctor para entrar. La Guardia Civil me ha estado haciendo preguntas sobre ti y tus padres —explicaba Sara a Celia mientras le acariciaba el brazo.
—¿Qué quieren saber? —preguntó Celia frunciendo el ceño.
—De dónde venían y otras preguntas sin importancia, no me acuerdo, ahora lo que importa es que tú estés bien. El doctor me ha dicho que has perdido al bebé, pero mi amor no te angusties, ahora solo piensa en recuperarte, yo voy a estar a tu lado siempre.
—Sara, me he quedado sola, ¿lo entiendes? Mis padres y mi hermano han muerto, Susana también. Con mi familia paterna y materna no puedo contar porque no tengo trato ninguno ni quiero tenerlo, estoy sola en el mundo.
—No, no, no —reiteró la negación con la cabeza y el dedo—. No digas eso, porque me tienes a mi Celia, y yo no te voy a dejar sola ni un segundo de tu vida, voy a estar el resto de nuestras vidas a tu lado. Vamos a empezar las dos desde cero, nos vamos a ir del pueblo y vamos a ser felices, pero ahora solo piensa en ti y en recuperarte.
—Sara, mi vida se apagó cuando la Guardia Civil me dijo en mi puta cara que mi familia se había matado en un accidente de coche.
—Pero Celia. —Entró el doctor Real interrumpiendo su explicación.
—Tiene que salir ya señorita Sara, tengo que hablar con Celia. —Como una columna de humo fue desapareciendo Sara por la puerta.
El doctor Real se sentó a los pies de la cama observando cómo Celia tenía la mirada perdida en la ventana, cómo las lágrimas se deslizaban por su piel como las gotas por el hielo derretidas por los rayos de sol de primavera. El reflejo del sol en el pelo de Celia hacía que este se volviera más brillante, lo tenía muy bien cuidado. Con su mano derecha el doctor enderezó la cabeza de la paciente y con la mano izquierda le tomó la temperatura en la frente. Él sabía que no tenía significado ninguno puesto que la temperatura corporal la medía su equipo de enfermeros cada hora, pero era lo ideal para acercarse y ganarse la confianza de Celia, ahora que tan dolida y falta de cariño estaba.
—¿Quieres hablar algo? —preguntó Real tratando de empatizar con su paciente.
—No sé qué decirle doctor. Mi vida acaba de dar un giro completo. He pasado de tener familia a no tener nada.
—Debería llamar al padre de su hijo, él debería saber que —se quedó mudo sin saber cómo explicar lo que quería decir.
—Mi bebé no tiene padre. Bueno, sí tiene porque no me he quedado embarazada del Espíritu Santo, pero no sé quién es. Hace unos meses me drogaron, me violaron y me quedé embarazada. No sé quién es el padre, no sé si tengo alguna enfermedad. —Tras una breve pausa pensó que lo mejor era unas pruebas médicas, ahora que estaba ingresada—. ¿Me podrían hacer un análisis completo doctor?
—Por supuesto, ahora le diré a las enfermeras que vengan lo antes posible para hacerte las pruebas, tendrás los resultados pronto, pero ya verás como estás limpia y todo va a salir bien. Yo tenía un hermano sacerdote, se llamaba Anselmo —iba a desahogarse el doctor también con ella—, y falleció en un accidente de tráfico porque un hombre iba borracho. Mi hermano iba a dar misa como todos los miércoles a la iglesia San Nicolás y la muerte se cruzó en su vida para siempre. Él me enseñó a ver el lado bueno de las cosas, me explicaba cuando yo era pequeño, que todas las estrellas del cielo eran ángeles de la guarda, que cada uno teníamos el nuestro allí en el cielo cerca de Dios, y que cada vez que me hiciera falta fuerza, amor o paz, tenía que mirar al cielo para obtener la energía que me hace falta algunos días para tirar hacia adelante.
—Siento mucho lo de su hermano, pero es buena filosofía la que tenía, que en paz descanse. Pero a mí me hace más falta mi familia aquí en la tierra, con los ángeles de la guarda prefiero que se vayan más tarde.
—La persona no elige su destino Celia, el destino está escrito, ya verás como todo saldrá bien. —Una pausa se adueñó de la habitación cuando entró la enfermera con la jeringa para hacer los análisis pertinentes—. Te dejo en buenas manos Celia, hasta luego y descansa.
—Gracias doctor, muchas gracias.
La enfermera extrajo la sangre necesaria para llenar los tubos y poder hacer los análisis para todas las pruebas pertinentes, así podrían descartar la existencia de enfermedades de transmisión sexual. Ahora le tocaba esperar momentos de nervios, hasta que se dieran los resultados. Los más rápidos no tardarían más de tres horas en salir, puesto que iban por urgencia, pero el del VIH ese era el más complicado y el que más preocupaba tanto al doctor como a la chica, porque ya Celia había mantenido relaciones sexuales con Sara, y si por desgracia estuviera contagiada, ya se había llevado a otra persona por delante sin tener culpa ninguna, pero no dependía de Celia, ni de Sara ni siquiera del médico, simplemente de Alberto, aquel hombre anónimo que la dejó marcada para toda la vida.
Cuando salió la enfermera, Celia cerró los ojos y cayó en un profundo sueño. Ahora estaba más calmada, ya había asimilado todas las noticias y no le quedaba otra que resignarse, aceptarlo y como le dijo Anselmo a su hermano: cada vez que necesites algo mira al cielo que tendrás un ángel de la guarda velando por ti. La mente se le quedó en blanco, dejó volar la imaginación y como si de una paloma blanca se tratase iba surcando el cielo hasta perderse en el horizonte, todo se