Más allá del amor. Francisco Javier Crespillo Pinto
aquí.
—Claro que no somos bichos raros cariño. Me parece una idea estupenda pero antes vamos a darnos una ducha y hablamos bajo el agua, que nos refresquemos las ideas, me está subiendo la temperatura y puede que no te deje salir de la cama —la invitó a salir de la cama y echar otro polvo en el agua, el charlar allí era una burda excusa.
—Te quiero cariño.
Las dos se incorporaron, sus cuerpos completamente desnudos reflejados en el espejo hacían la conjunción perfecta, una alineación de la una con la otra como la de los planetas con sus satélites, incapaces de andar la una sin la otra. Celia, amante de la ciencia, se dio cuenta de eso, una era el núcleo que atraía a la otra por la fuerza de la gravedad, daba igual cuál de las dos tuviera el rol que atraía a la otra, lo importante era que no se distanciasen jamás, solo lo justo y necesario.
Tras el gran polvo que acaban de echar, la ducha de agua caliente bajando por sus cuerpos y los roces de piel habían hecho que las dos chicas comenzaran a pensar en frío. Aún seguían húmedas, pero esta vez era del agua, estaban limpias de corridas, era el agua lo que las tenía empapadas, el calor del día con las ventanas abiertas se encargaría de secar los cuerpos. Ahora venía la hora de la verdad, tocaba hablar del futuro inmediato, no querían esperar más para comenzar la nueva vida. Andando desnudas por casa cogieron las sábanas, las quitaron de la cama y las echaron a la lavadora, recogieron la casa para que pareciera que nadie la había pisado, dejar todos los objetos cada uno en su lugar, para cuando tuvieran que salir de la casa solo cerrar con llave dejando atrás todos los recuerdos, dejando atrás toda una vida y comenzar otra, pero esta sería distinta. En esta nueva etapa tendrían que buscarse, como vulgarmente se dice, las habichuelas en otro lugar, pero haciendo las cosas bien, empezando la casa por los cimientos, no por el tejado, debían pensar todo perfectamente, al detalle para que nada pudiera salir mal, todo debía de salir perfecto.
—Sara, vamos a dejar la casa perfecta, como si nadie hubiera estado aquí en estos meses, cerraremos la casa y la dejaremos parada en el tiempo, no quiero que nadie entre aquí, quiero que la casa quede tal y como está, para que mis padres y mi hermano, si deambulan por aquí, no se sientan incómodos.
—Vale cariño, pero hazme un favor, no te voy a pedir que olvides el pasado pues eso sería muy egoísta por mi parte, pero sí que lo eches a un lado, vamos a empezar de cero y cuando salgamos por esa puerta esto se quedará en una anécdota, trabajemos el presente para construir el futuro, cultivemos la relación para que no se rompa jamás, ni por nada ni por nadie, así que ese es el único favor.
—Por supuesto que sí cariño, cuando acabemos de arreglar la casa y dejarla matizada saldremos por esa puerta y atrás quedará toda una vida con la esperanza de que la nueva será mejor.
Celia cogió lo primero que pilló de ropa, se fue con lo justo y necesario, un cuadro con la foto de sus padres y su hermano junto a ella el día de la comunión, ese fue el único recuerdo que se quiso llevar. El resto, las joyas y demás recuerdos de valor los dejó en la caja fuerte detrás del cuadro de boda de sus padres, allí encerró los últimos recuerdos materiales que le quedaban.
Salió por la puerta detrás de Sara, con dos lágrimas bajando por los ojos como el agua del deshielo se despidió. Se santiguó y cerró, al escuchar el último clic de la llave se dio la vuelta y sin mirar atrás bajó los escalones, el último vistazo lo echó desde el suelo y entonces susurró un hasta pronto.
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