La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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      Capítulo 1

      —Apártate —gruñe una voz a mi espalda.

      Sorprendida, me giro hacia el hombre que hace cola detrás de mí.

      —Perdona —digo, azorada—. ¿Querías pasar?

      —No. Quiero que los imbéciles del mostrador se den prisa, que voy a perder el vuelo —responde con desprecio, y huelo el alcohol que emana de él—. Qué asco de gente.

      Me giro hacia delante. Estupendo, un borracho en la cola de facturación. Lo que me faltaba.

      El aeropuerto de Heathrow está a reventar. El mal tiempo ha retrasado la mayoría de los vuelos y, si soy sincera, no me importaría que retrasaran el mío también. Así podría dar media vuelta, volver al hotel y dormir una semana.

      El horno no está para bollos.

      Oigo que el hombre se gira y empieza a quejarse con los que tiene detrás. Pongo los ojos en blanco. ¿Acaso hace falta ser tan maleducado?

      Me paso los siguientes minutos escuchándolo despotricar, bufar y refunfuñar hasta que no puedo más. Me doy la vuelta para mirarlo.

      —Van lo más rápido que pueden. No hace falta ponerse así —le suelto.

      —¿Cómo dices? —grita mientras dirige su ira hacia mí.

      —Ser educado no cuesta nada —digo entre dientes.

      —¿Que ser educado no cuesta nada? —chilla—. ¿Qué eres? ¿Profesora? ¿O es que te gusta tocar los huevos?

      Lo fulmino con la mirada. Se va a enterar. Me he pasado las últimas cuarenta y ocho horas en el infierno. He cruzado medio planeta para ir a una boda a la que también ha asistido mi ex, que se ha pasado todo el tiempo en brazos de su nueva novia. Ahora mismo podría arrancarle la cabeza a alguien.

      Que no me toque las narices.

      Vuelvo la vista al frente. Me hierve la sangre.

      Le da una patada a mi maleta. Me giro.

      —Ya vale —le espeto.

      Me mira a los ojos y me estremezco al notar su aliento.

      —Haré lo que me salga de los cojones.

      Veo que llegan los de seguridad. No le quitan ojo. El personal ha visto lo que está pasando aquí y han pedido refuerzos. Finjo una sonrisa.

      —Deja de darle patadas a mi maleta, por favor —le pido con amabilidad.

      —Le daré patadas a lo que me salga de los cojones.

      Levanta la maleta y la tira.

      —Pero ¿se puede saber qué te pasa? —chillo.

      —Eh —grita el hombre que tenemos detrás—. Deja sus cosas. ¡Seguridad!

      Don ebriedad y alteración del orden público le pega un puñetazo a mi salvador y se enzarzan en una pelea.

      Los guardias llegan corriendo de todos los rincones y me apartan mientras el tío se pone a lanzar puñetazos y gritar palabrotas. No necesitaba esto precisamente hoy.

      Cuando al fin lo tienen bajo control, se lo llevan esposado. Un guardia muy amable recoge mi maleta.

      —Lo lamento mucho. Acompáñeme —dice mientras desengancha la cuerda de la fila.

      —Gracias. —Sonrío avergonzada a los de la fila. No me gusta saltarme la cola, pero, llegados a este punto, me da igual—. Qué bien.

      Lo sigo tímidamente hasta el mostrador. Allí, un chico levanta la vista y sonríe de oreja a oreja.

      —Hola.

      —Hola.

      —¿Estás bien? —me pregunta.

      —Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.

      —Atiéndela —le ordena el guardia de seguridad al vendedor de billetes. Nos guiña el ojo y desaparece entre la multitud.

      —Identificación, por favor —me pide el hombre.

      Saco el pasaporte del bolso y se lo entrego. Mira la foto y sonríe. Es la peor foto del mundo, en serio.

      —¿Salgo en los más buscados? —pregunto.

      —Puede. ¿Esta eres tú? —dice, y se ríe.

      Sonrío, avergonzada.

      —Espero que no o estoy en un buen lío.

      Escribe mis datos.

      —Vale. Vas a Nueva York con…

      Deja de escribir y lee.

      —Sí. A poder ser no con ese tío.

      —Ese no va a ir a ningún sitio hoy —repone mientras continúa escribiendo a una velocidad vertiginosa—. Aparte de al calabozo.

      —¿Qué hace alguien emborrachándose antes de ir al aeropuerto? —pregunto—. Ni siquiera había pasado aún por los bares del aeropuerto.

      —Te sorprendería lo que se ve por aquí —masculla, y suspira.

      Sonrío. Qué majo es este chico.

      Me imprime la tarjeta de embarque.

      —Te he subido de categoría.

      —¿Cómo?

      —Te he pasado a primera clase como gesto de disculpa por lo que le ha hecho a tu maleta el tío ese.

      Abro los ojos como platos.

      —No hace falta, en serio —tartamudeo.

      Me entrega el billete y sonríe de oreja a oreja.

      —Disfruta de tu vuelo.

      —Muchas gracias —exclamo entusiasmada.

      Me guiña un ojo. Me dan ganas de darle un abrazo, pero no lo voy a hacer, obviamente. Fingiré que me pasan cosas geniales como esta todos los días.

      —Gracias otra vez —digo, y sonrío.

      —Tienes acceso a la sala VIP. Está en la primera planta. Invita la casa. Que tengas un buen viaje. —Tras una última sonrisa, mira a la cola y dice—: Siguiente, por favor.

      Paso los controles de seguridad con una sonrisa tonta.

      Primera clase, justo lo que necesitaba.

      * * *

      Tres horas después, subo al avión como una estrella de rock. Al final, no he ido a la sala VIP porque, bueno…, estoy hecha un cuadro. Llevo una coleta alta, mallas negras, un jersey holgado de color rosa y deportivas, pero me he retocado un poco el maquillaje, ya es algo. Si hubiese sabido que me iban a subir de categoría, habría intentado estar a la altura y me habría puesto algo elegante para no parecer una vagabunda. Total, ¿qué más da? Tampoco es que me vaya a encontrar con alguien que conozca.

      Le entrego mi billete a la azafata.

      —Vaya por el pasillo izquierdo y gire a la derecha.

      —Gracias.

      Miro mi billete mientras avanzo y veo mi asiento.

      1B.

      Vaya, no tengo ventanilla. Llego a mi asiento, y el hombre que hay junto a la ventanilla se vuelve hacia mí. Me mira con unos ojazos azules y sonríe.

      —Hola.

      —Hola.

      Ay, no. Estoy sentada al lado del hombre con el que sueñan todas las mujeres… Solo que este está más bueno.

      Estoy hecha un asco. ¡Qué mala pata!

      Abro el compartimento superior y él se pone de pie.

      —Te echo una mano.


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