La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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puedo. Lo acabo de hacer.

      —Es de mala educación.

      —¿Quién lo dice? —Mira a su alrededor—. Solo es una pregunta, y nadie nos oye.

      Jim y yo nos hemos pasado el vuelo hablando, susurrando y riendo.

      —Mmm —digo como si reflexionara en voz alta—. Esta es complicada.

      —¿Por qué?

      —Porque estoy pasando por un período de sequía. Ya casi ni recuerdo cómo era.

      —¿Cuánto hace? —pregunta con el ceño fruncido.

      —Pues… —Miro al techo mientras pienso—. Llevaré sin sexo… año y medio.

      Me mira horrorizado.

      —¿Cómo?

      —Es patético, ¿no? —pregunto, y me estremezco.

      —Mucho. Tendrás que esforzarte más. Son estadísticas muy malas.

      —Lo sé —repongo, y me entra la risa tonta. Madre mía, qué pedo llevo—. ¿Y yo por qué te cuento esto? Solo eres un tío cualquiera al que he conocido en un avión.

      —Que resulta que está muy interesado en el tema.

      —¿Y eso por qué?

      Se acerca para que no nos oigan las azafatas y me susurra:

      —Alguien tan sexy como tú merece que se la follen tres veces al día.

      Lo miro de hito en hito mientras me recorre un escalofrío hasta la punta de los pies. Un momento. Este tío es demasiado mayor para mí y no es mi tipo.

      Me mira a los labios y el aire se carga de electricidad.

      —¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Nueva York? —pregunta.

      Saca la lengua y se humedece el labio inferior a cámara lenta. Casi puedo sentirlo entre mis…

      —Una tarde. Tengo la entrevista hoy a las seis, y luego tomaré el último vuelo —susurro.

      —¿Y no puedes cambiarlo?

      ¿Por qué?

      —No.

      Sonríe con suficiencia mientras me mira; está claro que se imagina algo.

      —¿Qué? —digo, y sonrío.

      —Ojalá estuviésemos en un jet privado.

      —¿Y eso por qué?

      Vuelve a mirarme los labios.

      —Porque acabaría con tu sequía y te iniciaría en el Miles High Club.

      Me imagino subiéndome encima de él aquí y ahora.

      —Es Mile High Club, no Miles —susurro.

      —No, es Miles —me corrige, y sonríe al tiempo que se le ensombrecen los ojos—. Créeme, es Miles.

      Algo se desata dentro de mí, y de pronto me apetece decirle algo raro y loco. Me echo hacia delante y le susurro al oído:

      —Nunca he follado con un desconocido.

      Inhala con fuerza sin apartar sus ojos de los míos.

      —¿Quieres follar con un desconocido? —murmura. Los dos estamos cada vez más calientes.

      Lo miro fijamente. Esto no es propio de mí.

      Este hombre me hace…

      —No seas tímida. Si estuviésemos solos… —susurra, y hace una pausa para escoger sus palabras—. ¿Qué me darías, Emily?

      Lo miro a los ojos. Tal vez sea el alcohol o la falta de sexo o saber que no lo volveré a ver en la vida… o que en el fondo me excitan estas cosas.

      —A mí —susurro—. Me entregaría a mí misma.

      Nos miramos a los ojos y, como si hubiese olvidado dónde estamos, se inclina hacia delante y me envuelve la cara con la mano. Qué ojos más azules. Su roce me excita de arriba abajo.

      Deseo a este hombre.

      Hasta el último centímetro de él.

      —¿Una toalla caliente? —pregunta Jessica.

      Nos separamos de un salto, avergonzados. ¿Qué pensarán de nosotros? Seguro que nos han visto coquetear descaradamente durante todo el viaje.

      —Gracias —tartamudeo mientras acepto la toalla.

      —Una ventisca está azotando Nueva York y vamos a sobrevolar la ciudad hasta que podamos aterrizar —nos informa.

      —¿Y si no podemos? —pregunta Jim.

      —Haremos escala en Boston y pasaremos la noche allí. Los alojaríamos en un hotel, por supuesto. Lo sabremos en los próximos diez minutos. Los mantendré informados.

      —Gracias.

      Se va a la otra punta del avión y, cuando ya no puede oírnos, Jim se acerca y me susurra:

      —Espero que caiga la del quince.

      Noto mariposas en el estómago.

      —¿Y eso por qué?

      —Tengo planes para nosotros —susurra con aire sombrío.

      Lo miro mientras espero a que me vuelva a funcionar el cerebro. Me he puesto en plan calientabraguetas, pero yo en realidad no soy así. Es fácil ser valiente y descocada cuando piensas que no va a pasar nada. Estoy sudando. ¿Y quién me mandaría beber tanto? Mira que hablarle de mi sequía… Esas cosas no se dicen, boba.

      —¿Otra copa? —susurra Jim.

      —No puedo, tengo una entrevista de trabajo esta tarde.

      —No creo.

      —No digas eso —tartamudeo—. Quiero el trabajo.

      —Buenas tardes, pasajeros, les habla el comandante —se oye por megafonía.

      Cierro los ojos. Mierda.

      —Con motivo de la ventisca que se ha desatado en Nueva York, pasaremos la noche en Boston. Pondremos rumbo a Nueva York mañana temprano. Disculpen las molestias que esto les pueda causar, pero su seguridad es nuestra prioridad.

      Lo miro a los ojos y él me obsequia con una sonrisa lenta y sexy y arquea una ceja.

      Ay, madre.

      Capítulo 2

      —No te emociones tanto —dice con una sonrisita.

      —Jim… —tartamudeo. A ver cómo se lo digo—. No soy la clase de chica que…

      Y ahí lo dejo.

      —¿Que folla en la primera cita? —acaba por mí.

      —Exacto. —La crudeza de esa afirmación me da escalofríos—. No quiero que pienses…

      —Lo sé. Por supuesto, ni se me ocurriría —repone—. No lo pienso.

      —Vale —digo, aliviada—. Si he coqueteado contigo ha sido porque pensaba que una vez que aterrizásemos, no nos volveríamos a ver.

      —Vale. —Sonríe como si algo le hiciese gracia.

      —No es que no me gustes. Porque si fuese esa clase de chica, estaría como loca por ti. Follaríamos como…

      Me callo mientras trato de dar con un símil.

      —¿Conejos? —propone él.

      —Exacto.

      Levanta las manos.

      —Entiendo; solo ha sido algo platónico.

      Sonrío


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