La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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paso la mano por la coleta para desenredarme el pelo. Me flagelo mentalmente por no llevar algo decente.

      —¿Quieres sentarte aquí? —me pregunta.

      Me lo quedo mirando sin entender nada.

      Señala el asiento que hay al lado de la ventanilla.

      —¿No te importa? —pregunto sorprendida por su gesto.

      —Qué va —sonríe—. Viajo mucho. Quédatelo tú.

      Fuerzo una sonrisa.

      —Gracias.

      Es como si me hubiese dicho «sé que te han subido de categoría, pobre persona sin hogar, y me das pena».

      Me siento y miro nerviosa por la ventanilla con las manos cruzadas en el regazo.

      —¿Vuelves a casa? —me pregunta.

      Me giro hacia él. Por favor, no me hables. Me pones nerviosa solo con estar ahí sentado.

      —No, he venido a una boda. Ahora voy a Nueva York porque tengo una entrevista de trabajo. Solo estaré allí un día, y después cogeré un vuelo a Los Ángeles, que es donde vivo.

      —Ah —musita, y sonríe—. Entiendo.

      Me quedo mirándolo un momento. Ahora es cuando tendría que preguntarle algo yo.

      —¿Tú… vas a casa? —pregunto.

      —Sí.

      Asiento. No sé qué más decir, así que me decanto por la opción aburrida y miro por la ventanilla.

      La azafata trae una botella de champán y copas.

      Copas. ¿Desde cuándo las aerolíneas te dan un vaso como Dios manda?

      Ah, sí, primera clase. Cierto.

      —¿Una copa de champán antes de despegar, señor? —le pregunta la azafata. Veo que en su identificador pone que se llama Jessica.

      —Me encantaría. —Sonríe y se vuelve hacia mí—. Que sean dos, por favor.

      Frunzo el ceño mientras nos sirve dos copas de champán y le pasa una a él y otra a mí.

      —Gracias —digo, y sonrío.

      Espero a que Jessica no pueda oírme.

      —¿Siempre pides bebidas para los demás? —pregunto.

      Diría que le ha sorprendido que haya sido tan directa.

      —¿Te ha molestado?

      —Para nada —resoplo. Vaya con el pijo este, se cree que puede pedir por mí—. Pero me gusta pedirme mis propias bebidas.

      Sonríe.

      —Vale, pues las próximas las pides tú.

      Levanta su copa hacia mí, sonríe con suficiencia y da un sorbo.

      Diría que le hace gracia verme enfadada.

      Lo miro inexpresiva. Podría ser la segunda víctima de mi matanza de hoy. No estoy de humor para que un viejo podrido de dinero me mangonee. Le doy un sorbo al champán mientras miro por la ventanilla. A ver, tampoco es que sea viejo. Tendrá unos treinta y tantos. Me refiero a que es viejo comparado conmigo, que tengo veinticinco. De todas formas, da igual.

      —Me llamo Jim —se presenta mientras extiende la mano para estrecharme la mía.

      Ahora tengo que ser educada. Le doy la mano.

      —Hola, Jim. Me llamo Emily.

      Le brillan los ojos con picardía.

      —Hola, Emily.

      Tiene unos ojos de ensueño, grandes y azules. Podría sumergirme en ellos. Pero ¿por qué me mira así?

      El avión empieza a moverse despacio y yo miro los auriculares y luego el reposabrazos. ¿Dónde los enchufo? Son de alta tecnología, como los que usan los youtubers pedantes. Ni siquiera tienen cable. Miro a mi alrededor. Parezco tonta. ¿Cómo los conecto?

      —Van por Bluetooth —me interrumpe Jim.

      —Ah —mascullo. Me siento tonta. Claro que van por Bluetooth—. Cierto.

      —¿Nunca has ido en primera clase? —inquiere.

      —No. Me han subido de categoría. Un chalado borracho ha tirado mi maleta por los aires. Creo que le he dado pena al chico del mostrador.

      Le dedico una sonrisa torcida.

      Se humedece los labios como si algo le hiciese gracia y da un sorbo al champán. No deja de mirarme. ¿En qué estará pensando?

      —¿Qué? —le pregunto.

      —A lo mejor el chico del mostrador pensó que eras preciosa y te subió de categoría para intentar impresionarte.

      —No se me había ocurrido.

      Doy un sorbo al champán mientras trato de disimular mi sonrisa. Qué cosas dice este hombre.

      —¿Eso es lo que harías tú? —pregunto—. Si trabajaras en el mostrador, ¿subirías de categoría a las mujeres para impresionarlas?

      —Por supuesto.

      Esbozo una sonrisita.

      —Impresionar a una mujer que te atrae es crucial —prosigue.

      Lo miro fijamente mientras me esfuerzo para que mi cerebro no se pierda. ¿Por qué parece que está coqueteando?

      —Y dime… ¿Cómo impresionarías a una mujer que te atrae? —pregunto, fascinada.

      Me mira a los ojos.

      —Ofreciéndole el asiento que hay al lado de la ventanilla.

      Saltan chispas entre nosotros. Me muerdo el labio para que no se me escape una sonrisa tonta.

      —¿Intentas impresionarme? —pregunto.

      Me dedica una sonrisa lenta y sexy.

      —¿Qué tal lo estoy haciendo?

      Esbozo una sonrisita. No sé qué responder.

      —Lo único que digo es que eres atractiva, ni más ni menos. No le busques más. Era una afirmación, no una pregunta.

      —Ah.

      Me quedo mirándolo. No tengo palabras. ¿Qué contesto a eso? Era una afirmación, no una pregunta. ¿Qué? No le busques más. Qué raro es este tío… pero qué bueno está.

      El avión coge velocidad para despegar y yo me aferro a mis reposabrazos y cierro los ojos con fuerza.

      —¿No te gustan los despegues? —pregunta.

      —¿Tengo pinta de que me gusten?

      Me estremezco mientras me agarro como si me fuera la vida en ello.

      —A mí me encantan —responde con total naturalidad—. Me encanta la fuerza que sientes a medida que acelera. Cómo la gravedad te empuja hacia atrás.

      ¿Alguien me explica por qué todo lo que dice suena tan erótico?

      Madre mía, necesito echar un polvo… ya.

      Exhalo y miro por la ventanilla a medida que ascendemos más y más. No estoy de humor para que este chico se ponga lindo hoy. Estoy cansada, tengo resaca, voy hecha un cristo y mi ex es un capullo. Quiero dormir y no despertar hasta el año que viene.

      Decido que veré una película. Echo un ojo a las opciones que aparecen en pantalla.

      Jim se acerca y dice:

      —Las grandes mentes piensan igual. Yo también voy a ver una peli.

      Finjo una sonrisa. «Solo deja de ser tan sexy y de invadir mi espacio. Seguro que estás casado con una vegana a la que le van el yoga, la meditación y esas cosas».


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