La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


Скачать книгу

      Me estampa contra la pared mientras se esfuerza por subirme la falda y se ceba con mi cuello.

      —La puerta —digo jadeando—. Abre la puerta.

      Madre mía, nunca he sentido esta química con nadie. Hemos bailado, nos hemos reído y nos hemos besado en Boston, y, por alguna razón, estoy a gusto con él. Es como si hiciera estas cosas todos los días, como si fuese lo más natural del mundo. Lo raro es que parece que estemos haciendo lo correcto. Que la situación sea tan espontánea me envalentona. Este hombre es ingenioso, divertido y está más salido que el pico de una mesa, y, en mi opinión —que quizá esté afectada por el consumo de alcohol—, vale la pena correr el riesgo porque sé que jamás volveré a tener la oportunidad de estar con un hombre como él.

      He muerto y he ido al cielo de las chicas malas.

      Jim introduce la llave con torpeza y entramos a trompicones en mi habitación. Me tira encima de la cama.

      Mi pecho sube y baja mientras nos miramos. El aire se carga de electricidad.

      —No soy esa clase de chica —le recuerdo.

      —Lo sé —susurra—. No quisiera corromperte.

      —Pero hay una sequía… —musito—. Una sequía que ya dura mucho tiempo.

      Levanta las cejas y jadeamos al unísono.

      —Eso es cierto.

      Lo miro un instante mientras intento que la excitación no me nuble la mente. Me palpita la entrepierna, que pide a gritos que me haga suya.

      —Sería una pena que…

      Y lo dejo ahí.

      —Lo sé —dice, y se humedece los labios en señal de gratitud mientras me da un repaso de arriba abajo—. Una pena.

      Cuando se quita la camisa, me quedo sin aire. Su pecho, de piel aceitunada, es ancho y musculoso. Un reguero de vello baja desde su ombligo y se interna en sus pantalones. Es moreno y sus ojos son de un azul reluciente, pero es la intensidad que se oculta tras ellos lo que hace que me muera de ganas de que me la meta. Su roce tiene algo que no he sentido nunca.

      Es un macho dominante puro y duro. No hay duda de quién manda aquí.

      Algo en él ha hecho que muestre una parte de mí que no sabía que existía. Soy consciente de que podría estar con quien quisiera.

      Pero en este momento me quiere a mí.

      Es innegable que tenemos química; es fuerte, verdadera y arrasa con todo. Apenas me ha tocado y ya sé que esta noche va a ser especial.

      Quizá, por una vez, el destino me haya dado una buena baza.

      Con sus ojos clavados en los míos, se desabrocha los pantalones a cámara lenta y se saca la polla. Es grande y la tiene dura, y mi pecho sube y baja mientras lo miro. El corazón me va a mil. No puedo creer que esté pasando esto.

      Ay. Madre.

      Se la acaricia poco a poco, y yo lo miro boquiabierta.

      Ningún tío se ha tocado delante de mí.

      Joder, me va a dar algo. Menuda envergadura.

      Pone un pie en la cama y empieza a recrearse. Flexiona los brazos y los hombros mientras se la sacude con fruición. Mis entrañas se retuercen de placer al imaginar que soy yo quien se lo hace a él.

      Esto es como ver porno en la vida real… solo que diez veces mejor.

      ¿Qué narices hago yo aquí? Soy una niña buena, y las niñas buenas no hacen cosas malas con hombres como este.

      No nos juntamos con la misma gente, no vivimos en la misma ciudad, y es posible que no lo vuelva a ver jamás, pero eso me brinda una libertad que no esperaba. Puedo ser otra.

      Lo que él quiera que sea.

      Con los ojos fijos en los míos, tensa la mandíbula.

      —Chúpamela, Emily —murmura en tono amenazante.

      Bien, sí. Pensaba que no me lo iba a pedir nunca. Desesperada por complacerlo, me arrodillo al instante.

      No sé nada de este tío, pero lo que sí sé es que quiero ser el mejor polvo de su vida. Me la meto en la boca como si fuese la campeona de garganta profunda. La agarro con fuerza y paso la mano por donde he usado los labios.

      Ha pasado tanto tiempo que se me contrae la entrepierna y siento que voy a tener un orgasmo solo con saborear su líquido preseminal.

      —Joder, qué rico —murmuro con la boca rodeando su miembro—. Me voy a correr de lo bien que sabes.

      Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.

      —Desnuda. Quiero verte desnuda —gruñe por la necesidad.

      Me baja de la cama y en menos que canta un gallo, mi falda y mis bragas están en el suelo. Me quita la camisa por encima de la cabeza y se deshace de mi sujetador.

      Entonces, se queda quieto y, a cámara lenta y con las manos apretadas a los costados, me mira de arriba abajo. Me come con los ojos. Hace que me arda la piel.

      Mi mundo deja de girar. Estoy plantada delante de él, desnuda y vulnerable, a la espera de recibir su aprobación.

      Esto es nuevo para mí. Nunca he estado con un hombre tan dominante y autoritario. Sus ojos, su voz, cada toque me recuerdan con quién estoy y cuánto significa su placer para mí.

      Quiero estar a la altura del desafío. Me invade la imperiosa necesidad de satisfacerlo.

      Cuando vuelve a mirarme a los ojos, los suyos arden de deseo. Una corriente subterránea de oscuridad y ternura fluye entre nosotros. Quizá haya olvidado cómo un hombre mira a una mujer cuando cada ápice de su ser la desea. Porque juro por Dios que no he visto esa mirada en mi vida.

      —Túmbate —murmura.

      Mi cara se contorsiona en una mueca de terror.

      Me estrecha entre sus brazos y me besa con pasión mientras me acuna el rostro con las manos.

      —¿Qué pasa? —susurra.

      —Hace… Hace mucho… —digo con la voz entrecortada.

      —Iré con cuidado —musita con dulzura, lo que espanta mis temores.

      Se apodera de mi boca y, despacio, mete la lengua y succiona lo justo.

      Por poco me fallan las rodillas.

      Me tumba y me separa las piernas. Sonríe con aire enigmático mientras va depositando besos por todo mi cuerpo.

      Miro al techo en un intento por calmar mi respiración, que se ha vuelto irregular. Ni todo el alcohol del mundo podría haberme preparado para esto. Me levanta las piernas, se pone mis pies sobre los hombros y me separa más las rodillas.

      Estoy totalmente abierta para él, que me toma sin reservas y chupa con fuerza.

      Doy un respingo.

      —¡Ah! —grito.

      Pero en vez de apiadarse de mí, me mete tres dedos y los mueve con frenesí.

      Joder, ¿no podemos ir más despacio?

      Su lengua está en mi clítoris y sus dedos en mi punto G. ¿Qué narices pasa aquí? Mi cuerpo tiembla como una marioneta… Su marioneta.

      Este hombre es un dios.

      Se me elevan las piernas solas. Cuando el orgasmo arrasa conmigo como si fuese un tren de mercancías, me convulsiono.

      Habrá tardado cinco segundos. Madre mía, qué vergüenza. Que no se te note. Él suelta una risita como si estuviese orgulloso y yo me tapo los ojos con el brazo para que no me vea la cara.

      Me aparta el brazo y me sujeta del mentón para acercarme a su rostro.

      —No te escondas de mí,


Скачать книгу