La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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sus historias con su encabezado?

      —Sí. Otros compañeros de esta planta nos las envían al correo.

      Echo un vistazo a los demás empleados.

      —Estamos al tanto de lo que vende y de lo que de verdad es noticia —añade Ava—. Es el trabajo más chulo del mundo.

      Sonrío. Quizá sí pueda hacerlo.

      —Abre tu bandeja de entrada —me indica Aaron, que abre algo en mi ordenador que no deja de pitar mientras yo observo.

      —¿Todo eso son posibles historias? —pregunto con el ceño fruncido.

      —Sí —dice, y me guiña el ojo con aire juguetón—. Espabila, que no paran.

      Sonrío emocionada.

      —Pero asegúrate de que todos los datos estén bien. Nada cabrea más a los de arriba que encontrar algo mal. Te meterás en un buen lío.

      —Entendido.

      * * *

      Justo cuando vuelvo de almorzar, me suena el teléfono.

      —Hola, Emily, soy Lindsey, de recursos humanos. Te recojo en cinco minutos —dice una voz muy amable.

      Me estremezco. ¡Ostras, es verdad, la visita guiada!

      —Vale, gracias.

      Cuelgo.

      —Tengo que hacer la visita guiada —les susurro a mis compañeros.

      —No pasa nada —dice Aaron sin dejar de leer el correo.

      —Tengo muchos encabezados —tartamudeo—. No puedo seguiros el ritmo.

      —No te preocupes, no pasa nada —me dice a modo de consuelo.

      —¿Y si se me escapa un bombazo?

      —No te va a pasar eso, tranquila. Echaré un vistazo a tus correos mientras no estés.

      —¿En serio?

      —Pues claro. No se espera que lo sepas todo el primer día.

      —Tienes que ir arriba —indica Ava, que hace una mueca.

      —¿Qué hay arriba? —pregunto.

      —Los despachos de los altos cargos.

      —¿Y son majos?

      —No, son más malos que la hostia, y es muy probable que te despidan ahí mismo.

      —¿Cómo?

      —Bah, chorradas —exclama Aaron, que pone los ojos en blanco—. Lo que pasa es que no… —Se le descompone el gesto mientras elige sus palabras—. No se andan con chiquitas. Si te tienen que decir algo, te lo van a decir alto y claro. No están para aguantar tonterías.

      —¿Y quiénes son? —susurro.

      —Bueno, el señor Miles no estará. Nunca está. Creo que está en Londres.

      —¿El señor Miles? —pregunto con los nervios a flor de piel.

      —El jefazo.

      —Sí, sé quién es. Como todo el mundo, creo. Aunque nunca lo he visto. Son él y sus hermanos, ¿no?

      —Sí, la familia Miles dirige el cotarro. Él y sus tres hermanos.

      —¿Y están todos arriba? —susurro mientras me retoco con el pintalabios que me he comprado durante la pausa del almuerzo. Un poco de valentía no me vendrá mal.

      —Tú no digas tonterías y ya está —me aconseja Ava.

      Abro los ojos como platos.

      —¿Por ejemplo? ¿Qué es una tontería para ellos?

      Me estoy empezando a asustar de verdad.

      —Tú no abras la boca, haz la visita y no le cuentes nada a la de recursos humanos.

      —¿Por?

      —Porque tienen contacto directo con los de arriba. Lo de la visita es solo una pantomima para evaluar tu personalidad en las dos horas que te tendrá dando vueltas.

      —Ay, madre.

      Suspiro.

      —Hola. Emily, ¿no? Soy Lindsey.

      Me giro para ver a una mujer rubia muy guapa. Al instante me pongo de pie y extiendo la mano.

      —Hola.

      Sonríe a mis compañeros.

      —En marcha. Empezaremos por la planta uno e iremos subiendo.

      Me despido de mis colegas con gesto nervioso y la sigo hasta el ascensor.

      Allá vamos.

       Hora y media después

      —Y este es el gimnasio del que disfruta nuestro personal.

      Echo un vistazo a la sala. Es grande, estilosa y está en la planta sesenta.

      —Caray.

      —Está abierto desde las seis de la mañana hasta las seis y media de la tarde. Obviamente, está más concurrido antes de que empiece la jornada laboral, pero también puedes venir a la hora de almorzar. Muchos adelantan o retrasan su almuerzo para que no haya tanta gente cuando vengan.

      Este sitio es una pasada. Una cafetería en el segundo piso que ocupa toda la planta, un cine, un gimnasio, una oficina de correos, una planta para frikis. Lo han pensado todo al detalle.

      —Vale, sigamos —dice Lindsey con una sonrisa—. A continuación, vamos a subir a los despachos de los altos cargos.

      Me entran retortijones mientras volvemos al ascensor.

      Lindsey entra y mira los botones.

      —Anda, mira, estás de suerte.

      Frunzo el ceño con aire inquisitivo.

      —El señor Miles está aquí.

      Finjo una sonrisa.

      —Te lo presentaré primero.

      Ay, madre.

      «No hables ni digas tonterías», me recuerdo. Nerviosa, retuerzo los dedos delante de mí mientras subimos a la última planta. Se abren las puertas, salgo del ascensor y me paro en seco.

      ¡Vaya!

      Mármol blanco hasta donde alcanza la vista, ventanales hasta el techo y lujosos muebles de cuero blanco.

      —Hola, Sammia —saluda Lindsey con una sonrisa mientras yo miro a mi alrededor con cara de pasmo.

      Este lugar es alucinante.

      La mujer de recepción deja de mirar la pantalla y sonríe amablemente.

      —Hola, Lindsey.

      —Te presento a Emily. Es nueva y ha empezado hoy en la planta cuarenta.

      Sammia me estrecha la mano.

      —Encantada de conocerte, Emily.

      —¿El señor Miles acepta visitas? —pregunta Lindsey.

      —Sí —sonríe—. Le diré que estás aquí.

      Le va a decir que estoy aquí. Socorro.

      Lindsey encorva los hombros como si también estuviera nerviosa.

      Sammia levanta el auricular.

      —Señor Miles, tenemos a un nuevo miembro del personal deseando conocerle en recepción. —Calla un momento y sonríe—. Sí, señor.

      Cuelga.

      —Ya puedes pasar.

      —Por aquí.

      Lindsey me hace pasar por una sala de juntas. Hago ruido al caminar. ¿Por qué no


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