La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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de mis tacones. Me molesta hasta a mí. Parezco un caballo. Me dan ganas de quitármelos y tirarlos a la basura. Tranquilízate e intenta aparentar profesionalidad.

      Llegamos ante unas puertas dobles de color negro. Lindsey llama. Se me va a salir el corazón del pecho.

      Tú no digas ninguna tontería y ya está.

      —Adelante —dice una voz grave.

      Lindsey abre las puertas y entro al despacho.

      Unos ojos azules que me resultan familiares me miran tras un escritorio de caoba. Me detengo en seco.

      ¿Qué?

      —Emily Foster, te presento al señor Miles —dice Lindsey.

      Lo miro. No puedo hablar. Me he quedado sin aire.

      Enarca las cejas y se recuesta en su silla con una sonrisa.

      —Hola, Emily.

      No deja de mirarme con esos ojos enormes; los mismos ojos azul oscuro que me hipnotizaron hace doce meses.

      Es él.

      Capítulo 3

      Madre mía.

      Se pone de pie y avanza hasta mí para estrecharme la mano.

      —Jameson Miles.

      Es él, el tío con el que hice escala, el que no me pidió el número. Me quedo mirándolo. Se me ha frito el cerebro.

      No me lo puedo creer. ¿Él es el jefazo?

      —Emily, háblale de ti al señor Miles —me insta Lindsey.

      —Ah —musito, distraída, y le estrecho la mano—. Me llamo Emily Foster.

      Su mano es fuerte y cálida, y al instante recuerdo cómo me tocó. Aparto la mía como si me hubiera dado un calambre.

      Me mira a los ojos con picardía, pero su rostro no trasluce emoción alguna.

      —Bienvenida a Miles Media —dice con calma.

      —Gracias —murmuro con voz ronca.

      Miro a Lindsey. Madre mía, ¿sabrá que soy una guarra con la boca sucia que se tiró al jefe del jefe de nuestro jefe?

      —Me encargo yo a partir de aquí. Emily saldrá en un momento —anuncia el señor Miles.

      Lindsey frunce el ceño y me mira.

      —Pero…

      —Espera fuera —ordena.

      Mierda.

      —Sí, señor. —Se va zumbando hacia la puerta.

      Nada más cerrarla, vuelvo mi atención a él.

      Es alto, moreno y no existe una persona a quien le siente mejor un traje que a él. Sus ojos azules no abandonan los míos.

      —Hola, Emily.

      Nerviosa, retuerzo los dedos delante de mí.

      —Hola.

      «No te pidió el número. Mándalo a la mierda».

      Alzo el mentón en actitud desafiante. Tampoco quería que me llamase.

      Le brillan los ojos. Se sienta en el escritorio y cruza los pies. Le miro los zapatos. Recuerdo esos zapatos ostentosos y caros.

      —¿Le has hecho un chupetón a algún pobre incauto que has conocido en un avión últimamente? —pregunta.

      ¡La madre que lo trajo! Se acuerda. Noto que me estoy poniendo roja. No puedo creer que hiciera eso. Mierda, mierda, mierda.

      —Sí, anoche, precisamente. —Hago una pausa dramática—. En el vuelo a Nueva York.

      Aprieta la mandíbula y enarca una ceja. No parece impresionado.

      —Entonces, ¿no eres Jim? —pregunto.

      —Para algunas personas soy Jim.

      —Para tus rollos de una noche, querrás decir.

      Se cruza de brazos como si estuviera molesto.

      —¿A qué viene eso?

      —¿A qué viene qué? —replico.

      Vuelve a arquear la ceja. Me dan ganas de zarandearlo. Echo un vistazo a su lujoso y sofisticado despacho. Es excesivo. Desde aquí se ve toda Nueva York. En la sala de estar hay una barra llena hasta los topes, taburetes de cuero alineados delante y una mesa para reuniones. Un pasillo conduce a un baño privado y, más al fondo, se adivinan otras salas.

      Se toquetea el labio inferior mientras me evalúa, y es como si me tocase de arriba abajo. Madre mía, qué guapo es. Durante este último año he pensado en él a menudo.

      —¿Qué haces en Nueva York? —pregunta.

      —Trabajar para Miles Media.

      Se me pasa una idea por la cabeza y frunzo el ceño al recordar algo que me dijo entonces.

      «Bienvenida al Miles High Club…».

      Dios, y yo pensando que se refería al club de los que han practicado sexo en un avión… y resulta que se refería a las mujeres que se habían acostado con él.

      Miles… Él es Miles… ¿Y hay un club?

      Joder. El mejor polvo de mi vida fue solo un rito de iniciación para ingresar en un club de lo más sórdido.

      Durante los últimos doce meses, el recuerdo de la noche que pasamos juntos ha sido algo especial que he atesorado con cariño. Este hombre despertó algo en mí que ni yo misma sabía que existía, y ahora me entero de que soy una de tantas. Qué decepción. Se me parte el alma. Tenso la mandíbula para no cantarle las cuarenta y hacerle el mismo daño que él me ha hecho a mí.

      Cabrón.

      Como no me vaya pronto, me van a acabar echando, y eso que solo es mi primer día.

      —Me alegro de volver a verte —digo.

      Finjo una sonrisa y, con el corazón a mil, me giro, abandono su despacho y cierro la puerta al salir.

      —¿Ya estás? —pregunta Lindsey, y sonríe.

      —Sí —contesto al tiempo que asiento con la cabeza.

      Pasamos por recepción hasta llegar al ascensor y regresamos a mi planta.

      —No te sulfures —me consuela Lindsey con ternura.

      La miro con gesto inquisitivo.

      —Es borde y desabrido, pero su mente no tiene parangón.

      Igual que su miembro viril.

      —Ah, vale —murmuro mirando el suelo—. Está bien saberlo.

      —¿Te ha dicho algo?

      —No —miento—. Ha sido muy educado.

      Lindsey sonríe.

      —Deberías sentirte una privilegiada. Jameson Miles no es educado con nadie.

      —Vaya —digo frunciendo el ceño. Se abre la puerta y salgo corriendo para eludir la conversación—. Muchas gracias por enseñarme las instalaciones.

      —De nada, y si tienes algún problema relacionado con recursos humanos, llámame de inmediato.

      —Lo haré. —Le estrecho la mano. ¿Formar parte del club de tías a las que se ha cepillado Miles se considera un problema relacionado con recursos humanos?—. Muchas gracias.

      Voy a mi mesa y, sin que me vean, abro el cajón y cojo el móvil.

      —Ahora vuelvo.

      Me


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