La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


Скачать книгу
4

      Emily

      —¿Y esta? —pregunta Aaron con una sonrisa—. Bombero buenorro salva a gatito de irse por el desagüe.

      —Te la compro —digo.

      —Y yo —replica él con una sonrisita de suficiencia.

      —¿Qué vais a hacer este fin de semana? —pregunta Molly sin dejar de trabajar.

      —Nada —contesta Aaron—. Con suerte ver a Paul.

      —Yo tampoco tengo nada —suspiro.

      Molly aparta la vista de la pantalla.

      —Pensaba que te ibas a casa a ver a tu novio.

      Me encojo de hombros.

      —Sí, iba a ir, pero hemos hablado cuatro minutos en diez días y no me ha llamado ni una vez.

      Doy una vuelta en la silla mientras pienso en lo deprimente que es mi situación.

      —Rompe con él y líate con Riccardo.

      Pongo los ojos en blanco. Riccardo trabaja en nuestra planta, y estos días ha estado deambulando cerca de mi mesa y dándole a la lengua.

      —Le molas —masculla Molly—. Se pasa el día aquí revoloteando como una mosca.

      —Qué pena —Sonrío al verlo hablar con otros— porque no está nada mal.

      Riccardo es italiano, y es tan alto, moreno y atractivo como cabría esperar y más. Por desgracia, su personalidad no es ni la mitad de bonita que su cara. Se burla de la gente y habla de sí mismo en tercera persona.

      —Buf —resopla Aaron, que abre los ojos con asco—. ¿Y de qué hablaríais?

      —No hablaría con él; le pondría una mordaza en la boca y se lo follaría, tonto —explica Ava sin dejar de mirarlo. Y añade en un susurro—: Seguro que la tiene como un toro.

      Nos entra la risa a todos.

      —¿Y tú qué haces este fin de semana? —pregunto a Ava.

      —Irá a ver si pilla a algún ricachón —dice Aaron.

      —Ya ves.

      Me vuelvo hacia ella.

      —¿Y eso qué significa?

      —Que voy a las mismas discotecas que los tíos con pasta.

      —¿Por? —pregunto frunciendo el ceño.

      —Me niego a acabar con uno que esté tieso.

      Se me desencaja la mandíbula del horror.

      —Entonces… ¿te casarías con un tío solo por dinero?

      —No —dice mientras se encoge de hombros—. Puede. —Aparta la vista de la pantalla y susurra—: Ay, no, que viene.

      Llega Riccardo y se sienta en la esquina de mi mesa. La jefa de planta se ha cogido el día libre, por lo que ni se molesta en fingir que trabaja.

      —Hola —saluda con una sonrisa.

      —Hola —respondo sin emoción.

      «Vete, que solo haces el ridículo».

      —A Riccardo le apetecía ver a su compi favorita.

      Miro al estúpido ser humano que tengo delante.

      —¿Por qué hablas de ti en tercera persona? —pregunto.

      Aaron se ríe disimuladamente mientras finge que no escucha.

      —Riccardo se pregunta por qué nunca vas a verlo a su mesa.

      —A Emily le gusta hacer su trabajo —mascullo sin emoción.

      —Ah. —Se ríe y me señala con el dedo—. A Riccardo le gusta tu estilo, Emily.

      Me pongo a trabajar y él se queda ahí sentado hablando solo. Apenas respira. De vez en cuando, nos miramos los cuatro sin dar crédito a lo tonto que es este tío.

      Por el rabillo del ojo, veo que las puertas del ascensor se abren y, al instante, alguien vuelve corriendo a su mesa. ¿Eh? Aparto la vista de la pantalla y veo que Jameson Miles viene a grandes zancadas hacia mi escritorio. Mira con odio a Riccardo.

      Todo el mundo se levanta para fisgonear y, cuando ven quién es, se vuelven a sentar del miedo.

      ¿Qué narices hace este aquí?

      Veo que se planta delante de mi mesa como a cámara lenta. Riccardo casi se traga la lengua al verlo. Se pone en pie de inmediato.

      —Señor Miles —tartamudea—. Hola, señor.

      —¿Qué haces? —gruñe el señor Miles.

      —Estaba enseñando a nuestra nueva empleada —balbucea—. Le presento a Emily.

      Aaron me mira a los ojos horrorizado.

      —Sé muy bien quién es Emily Foster y con qué frecuencia visitas su mesa. Primer y último aviso —gruñe—. Vuelve a tu sitio y que no te pille merodeando por aquí otra vez.

      Riccardo se queda blanco.

      —Sí, señor —susurra.

      El señor Miles lo fulmina con la mirada y aprieta la mandíbula con ira.

      —Vete. Ya.

      Riccardo vuelve casi corriendo a su mesa y yo miro a la hermosa criatura que tengo ante mí.

      Traje gris, camisa blanca y corbata de cachemira. Es el porno de oficina en persona.

      —Emily, a mi despacho. Ya —me ordena hecho un basilisco.

      Se va al ascensor sin esperar a que conteste siquiera.

      Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta mientras me pongo en pie.

      Aaron, Ava y Molly me miran con cara de espanto.

      —¿Pero qué acaba de pasar aquí? —masculla Aaron moviendo los labios mientras me aprieta la mano en señal de compasión.

      Exhalo con pesadez y sigo al dios de oficina con las miradas de mis compañeros sobre mí. Las puertas del ascensor se cierran.

      Jameson las fulmina con la mirada y yo retuerzo los dedos con actitud nerviosa mientras subimos. Madre mía, me va a despedir. El cabrón de Riccardo me ha metido en un lío. Es todo culpa suya.

      Si ni le estaba hablando…

      Llegamos a la última planta y se abren las puertas. De nuevo, se aleja a paso airado. Dudo. ¿Espera que lo siga o qué? No soy su cachorrita.

      ¡Será engreído! ¿Quién se ha creído que es?

      Le esbozo una sonrisa falsa a la recepcionista y lo sigo echando chispas. Me aguanta la puerta y lo rozo al pasar. Cierra con pestillo.

      —¿Qué haces? —me suelta.

      —¿Es una pregunta trampa? —digo, y extiendo los brazos—. Pues estar en tu despacho. ¿A ti qué te parece?

      —Me refiero a por qué narices coqueteas descaradamente con el imbécil ese de abajo —exige saber.

      Se me desencaja la mandíbula.

      —No estaba coqueteando.

      —Y una mierda. Lo he visto con mis propios ojos.

      —¿Cómo? —le suelto—. No me digas que me has traído aquí para regañarme por hablar con otro empleado en horario laboral.

      —No te pago para que te tiren los tejos —gruñe.

      Pongo las manos en jarras mientras noto cómo me hierve la sangre.

      —Escúchame bien. —Levanto un dedo—. Primero. Me va a tirar los tejos quien quiera.

      Entorna


Скачать книгу