La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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al bar a trompicones y veo a mis dos amigos dando botes en la silla mientras esperan a que vuelva.

      —¿Qué ha pasado? —gritan al unísono.

      Me desplomo en mi asiento y me acicalo el pelo.

      —Quería pedirme que fuera a su casa y acabase con su sufrimiento.

      —Jodeeeer —grita Aaron—. ¿Me firmas un autógrafo?

      —¿Vas a ir? —tartamudea Molly—. Dime que vas a ir.

      Niego con la cabeza.

      —No —reflexiono un momento—. Me ha dicho que le pregunte a mi novio si siente que se muere si no me toca.

      Fruncen el ceño mientras escuchan.

      —Porque otro hombre sí.

      —¡¿Qué?! —chilla Molly—. Madre mía, aquí hace falta tequila.

      Se levanta y va a la barra.

      —¡¿Te ha invitado a su casa?! —grita Aaron.

      Asiento con la cabeza.

      —¿Sabes dónde vive?

      —No.

      —En Park Avenue, con vistas a Central Park.

      —¿Cómo lo sabes?

      —Por Google. Antes vivía en el One57 Billionaire Building, pero se fue a un apartamento en Park Avenue. Su casa valdrá unos cincuenta millones.

      —Cincuenta millones —digo, y ahogo un grito—. ¿En serio? ¿Cómo va a valer algo cincuenta millones de dólares? No me entra en la cabeza.

      Aaron se encoge de hombros.

      —A mí tampoco. Tendrá váteres de oro o algo así.

      Me entra la risa tonta al imaginarme a alguien sentado en un retrete de oro.

      Molly vuelve a la mesa y me pasa un chupito de tequila.

      —Bébete esto y luego vas y te lo follas como si no hubiera un mañana.

      —No —espeto.

      —¿Y qué piensas hacer? —pregunta—. ¿Te harás la dura?

      —No voy a hacer nada. Volveré a casa y mañana iré a ver a Robbie —digo, y exhalo con pesadez—. Tenemos que arreglar lo nuestro, y con suerte se vendrá conmigo.

      Aaron, decepcionado, pone los ojos en blanco.

      —¿Y no podrías al menos emocionarte con nosotros por lo de Jameson Miles?

      —No, no puedo. Y recordad, ni una palabra a nadie. —Doy un trago al chupito—. Sé muy bien lo que pasará con Jameson Miles. Nos acostaremos una vez, se buscará otra víctima y se inventará una excusa para despedirme. —Fastidiada, niego con la cabeza—. Me he dejado la piel por conseguir este puesto, y os recuerdo que estamos hablando del hombre que no quiso mi número la última vez que estuvimos juntos.

      Aaron hace una mueca.

      —Jo, ¿por qué eres tan sensata?

      —Es una mierda, lo sé —suspiro.

      Suena el móvil de Molly.

      —Por favor, que sea Jameson Miles buscando un plan B —dice. Resopla y pone los ojos en blanco—. Hola.

      Frunce el ceño.

      —Ay, hola, Margaret. Sí, sé quién eres. Eres la madre de Chanel.

      Escucha con una sonrisa hasta que de pronto le cambia la cara.

      —¡¿Cómo?! —exclama con los ojos muy abiertos—. ¿En serio? —Se pellizca el puente de la nariz—. Sí. —Parece que no la deje hablar—. Entiendo que estés molesta.

      Entorna los ojos y menea la cabeza.

      —Lo siento mucho.

      Aaron y yo nos miramos con expresión interrogante.

      —¿Qué ha pasado? —articulo yo con los labios.

      —¿Cómo de explícitos? —pregunta Molly. Abre los ojos como platos—. Madre mía, lo siento mucho. —Escucha—. No se lo digas al director, por favor. Te agradezco que me hayas llamado a mí primero.

      Escucha con los ojos cerrados.

      —Mis más sinceras disculpas. Gracias. Lo arreglaré, sí. Adiós.

      —¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunto.

      Molly se lleva las manos a la cabeza.

      —Madre mía. Era la madre de Chanel, mi hijo está coladito por ella. Pues resulta que le ha cotilleado el móvil a su hija y ha visto que se han estado enviando mensajes subidos de tono.

      Me muerdo el labio para no sonreír.

      —Bueno, eso es normal hoy en día, ¿no? —digo para intentar animarla—. Todos lo hacen.

      —¿Qué edad tiene la chica? —pregunta Aaron.

      —Quince —aúlla Molly.

      Me entra la risa tonta. Madre mía, no me imagino lo que es criar a un adolescente hoy en día. Molly marca el número de su exmarido.

      —Hola —dice con brusquedad—. Ve al cuarto de tu hijo, cógele el móvil y tíralo al váter. Está castigado de por vida.

      Se para a escuchar.

      Aaron y yo nos tronchamos de risa.

      —Michael —dice, y respira hondo para calmarse—. Sé que han estado saliendo y que es probable que a ella le guste. Tiene quince años —susurra enfadada—. Como no le quites el móvil, voy yo y se lo rompo.

      Cuelga sin pensar, apoya la cabeza en la mesa y finge que se la golpea una y otra vez.

      Aaron y yo nos echamos a reír. Le toco la espalda a Molly.

      —¿Quieres más tequila? —pregunto con cariño.

      —Sí, por favor. ¡Y que sea doble! —grita enfadada.

      Miro la mesa desde la barra y veo que Aaron se está tapando la boca porque no se aguanta la risa. Agacho la cabeza para que no se vea que estoy sonriendo.

      Me meo… pero solo porque esto no me pasa a mí.

      * * *

      —Eh —saludo con una sonrisa cuando Robbie me abre la puerta.

      —Eh, ¿qué pasa? —dice sonriente y me abraza—. Qué sorpresa.

      —Ya. Es que te echaba de menos, así que he venido esta mañana para pasar la noche aquí.

      —Adelante —me invita y me mete en su garaje adaptado.

      Anoche no pegué ojo. Me preocupaban mis sentimientos, y no me quito de la cabeza al idiota de Jameson Miles. Me he levantado, he ido directa al aeropuerto y he tomado el primer vuelo. Echo un vistazo al diminuto estudio de Robbie y a las cajas de pizza vacías y a los vasos sucios que hay por ahí.

      —¿Y qué has estado haciendo estos días? —pregunto.

      —No mucho —contesta con una sonrisa.

      Se tumba en la cama y da unos golpecitos a su lado. Me tumbo y me toca sin dejar de mirarme.

      —¿Has ido a alguna entrevista esta semana? —pregunto.

      —No, es que no me convencía nada.

      Frunzo el ceño.

      —Cualquier trabajo puede ser bueno, ¿no? —pregunto esperanzada.

      —Estoy esperando a que aparezca el definitivo —dice, y me besa con ternura.

      Lo miro fijamente. Noto su erección en la pierna.

      —Ven conmigo a Nueva York. Hay mucho trabajo, y así podrías


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