La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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pasa algo. ¿Esta mujer está bien de la cabeza?

      —¿Qué hizo cuando vio el grafiti?

      —Llamé a la policía, pero me dijeron que no tenían tiempo para venir a ver un grafiti, que le hiciese una foto y la enviara por correo electrónico.

      —¿Y lo hizo?

      —Sí.

      —¿Qué pasó luego?

      —Mi hijo borró el grafiti con ácido, pero tres noches después, ahí estaba de nuevo. Solo que esta vez era el dibujo de un asesinato. Habían apuñalado a una mujer. El grafiti era tan elaborado que parecía un cuadro.

      —Ajá. —La escucho y tomo notas—. ¿Y qué hizo esa vez?

      —Fui a la comisaría y exigí que viniese alguien a ver mi casa. A mi vecino también le habían destrozado la suya.

      —Vale —asiento mientras escribo su historia deprisa y corriendo—. ¿Cómo se llama su vecino?

      —Robert Day Daniels.

      Sorprendida por su nombre, dejo de mirar la libreta.

      —¿Se llama Robert Day Daniels?

      —¿O es Daniel Day Roberts? —dice cada vez más bajo mientras piensa—. Mmm…

      La miro mientras espero a que me confirme cuál es.

      —Se me ha olvidado el nombre —masculla, y se empieza a tirar del pelo como si le fuese a dar algo.

      —No pasa nada. De momento, me quedo con «Robert Day Daniels» y luego podemos retomar el tema.

      —Está bien —acepta con una sonrisa, feliz de que no la presione para que me diga el nombre correcto.

      —¿Qué dibujaron en la casa de su vecino? —pregunto.

      —Una estrella del diablo. Qué cosa más fea, por Dios.

      —Entiendo. Y dígame, ¿qué hizo la policía esa vez?

      —Nada. Ni siquiera se pasaron por aquí.

      —Están muy ocupados —le aseguro sin dejar de escribir—. Hábleme de la última vez.

      —Lo pintaron todo de rojo.

      La miro sorprendida.

      —¿Toda la casa?

      —Toda la calle.

      Empiezo a inquietarme.

      —Qué raro —exclamo frunciendo el ceño.

      Se acerca para que solo yo la oiga.

      —¿Crees que es el demonio? —susurra.

      —¿Cómo? —inquiero con una sonrisa—. No, seguro que solo son unos adolescentes haciendo de las suyas —digo para tranquilizarla—. ¿Se lo ha contado a alguien más?

      —No, solo a Miles Media. Quiero que publiques la historia para que la policía tome cartas en el asunto. Me da miedo que se trate de algo más siniestro.

      La tomo de la mano.

      —Creo que tenemos material suficiente para seguir adelante con la historia.

      —Gracias, cariño —me dice al tiempo que me aprieta la mano.

      —¿Se le ocurre algo más que pueda ser relevante? —pregunto.

      —Que vivo con miedo de que el demonio vuelva a atacar. Mis vecinos me han dicho que también quieren hablar contigo.

      —Perfecto —respondo y le tiendo mi tarjeta—. Si se le ocurre algo más, llámeme.

      —Eso haré —me asegura, y acepta la tarjeta.

      Aprovecho que estoy en la zona y entrevisto a siete personas más. Todas las historias tienen relación. Definitivamente, tengo pruebas suficientes para seguir adelante. Vuelvo a la oficina, redacto el artículo y se lo entrego a Hayden. Esto huele a bombazo.

      * * *

      Me siento en mi mesa y me quedo mirando la pantalla del ordenador. Es lunes, son las cuatro de la tarde y estoy desanimada. Me siento culpable desde que volví anoche a Nueva York. Aunque sabía que a Robbie y a mí nos quedaban dos telediarios, siento que he acelerado las cosas y no he dejado que la relación siguiera su curso. Pero luego pienso que hacía meses que la cosa no tiraba, y que si acepté este puesto sabiendo que no vendría conmigo es porque, en el fondo, sabía que lo nuestro no tenía futuro.

      —Está aquí el dios —susurra Aaron.

      Levanto la vista.

      —¿Cuál de ellos?

      —Tristan Miles —susurra.

      Miro por encima de la mampara de mi mesa y veo que está hablando con Rebecca, la jefa de planta.

      Lleva un traje azul marino a rayas y el pelo perfectamente ondulado. Sonríe con aire distraído mientras habla. Tiene los dientes más blancos que he visto en mi vida y unos hoyuelos gigantescos.

      —Rebecca se ríe como una colegiala —dice Aaron con picardía.

      —Nunca se pasa por aquí —murmura Molly.

      —¿A qué creéis que habrá venido? —susurra Aaron sin quitarle el ojo a tan bello espécimen.

      —Pues a hacer su trabajo —contesto tajante—. No es por nada, pero trabaja aquí.

      Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que he idealizado mi relación con Jameson Miles. No le gusto, solo está cachondo; hay una gran diferencia. Seguro que se habrá acostado con cinco mujeres desde que hablamos el viernes por la noche. No he sabido nada de él desde entonces… Tampoco es que me apetezca hablar con él.

      No he roto con Robbie porque me lo haya ordenado Jameson; he roto con Robbie porque ha dejado de esforzarse. Si Jameson se entera de que hemos roto, pensará que es porque quiero acostarme con él… Y no es así.

      Para nada. Hombres…

      No les voy a decir a mis compañeros que lo hemos dejado. No quiero que la cosa se complique. Quiero darme un tiempo para procesarlo todo.

      Tristan Miles dice algo y Rebecca se ríe. Se mete en el ascensor y todos volvemos al trabajo.

      * * *

      Me peleo con mi paraguas mientras camino afanosamente por la calle. Nueva York no es tan bonita cuando llueve. Cojo un ejemplar de la Gazette mientras espero a que el semáforo se ponga en verde y me lo guardo como puedo en el bolso. Lo leeré mientras espero a que me sirvan el café. Me suena el móvil.

      —Hola —digo mientras me abro paso entre la multitud.

      —Hola, Emily —saluda una voz familiar.

      Frunzo el ceño, pues no la ubico.

      —¿Quién es?

      —Soy Marjorie. Hablamos ayer.

      Mierda, la señora de los grafitis.

      —Ah, sí, hola, Marjorie. Es que tengo problemas con la línea, por eso no te oía —miento.

      —Es Danny Rupert.

      —¿Cómo? —pregunto.

      —Mi vecino, que se llama Danny Rupert. Ayer no me acordaba.

      Hago una mueca y me entra un escalofrío. Que no haya ido a imprenta ya, por favor. Se me ha pasado por completo. Noto retortijones en el estómago por el pánico.

      Mierda.

      —Creo que el artículo ya ha ido a imprenta, Marjorie. Siento mucho no haber vuelto a comprobar ese dato contigo.

      —No pasa nada. No importa, tranquila. Me sentía tonta por no acordarme y me apetecía decírtelo.

      Se me contrae el estómago. ¡Claro que importa! No se puede


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