La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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con mi pecho, que sube y baja mientras lucho contra mi excitación. Necesito reunir todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre él aquí y ahora.

      La tiene tan dura… Qué desperdicio.

      No.

      Me giro, salgo, tomo el ascensor y, antes de darme cuenta, ya vuelvo a estar en mi planta. El corazón me late desbocado; estoy alucinando. Es probable que sea lo más excitante que me ha pasado nunca.

      Claramente alterada, me desplomo en mi silla.

      —Madre mía —susurra Aaron.

      Molly se acerca.

      —¿Qué ha pasado?

      —No tengo ni idea —murmuro mientras se me van los ojos al techo. ¿Dónde están las cámaras?

      Recuerdo el ángulo que he visto en la pantalla y miro en esa dirección. Ahí está. Una redondita negra de cristal. Como sé que me estará mirando, le lanzo una mirada asesina.

      Siento que me mira. ¿En qué estará pensando mientras lo hace?

      Me invade una oleada de emoción de lo más inoportuna al imaginármelo ahí arriba con su miembro tieso mirándome.

      Me entran ganas de quitarme la ropa, tumbarme en la mesa y abrirme de piernas para darle un buen motivo para mirar. ¿Oirá lo que decimos? ¿La cosa esa tendrá micro?

      —¿Qué ha pasado? —susurra Aaron.

      —Ahora no puedo hablar. Hay cámaras —murmuro con la cabeza gacha—. Nos tomamos algo fuerte luego y os cuento.

      —Joder —susurra Molly mientras vuelve a su sitio.

      —Maldito Riccardo —dice Ava, y resopla—. Va a conseguir que nos echen a todos. ¿Por qué no se lo habrá llevado a él?

      —Ya, tío, ¿por qué será?

      Abro la bandeja de entrada y reviso el correo mientras trato de serenarme.

      Yo sé por qué. Porque Jameson Miles no quiere follarse a Riccardo; quiere follarme a mí.

      Me muerdo el labio inferior para disimular mi sonrisa de pervertida.

      Qué divertido es vivir aquí.

      * * *

      Son las cinco y media, acabamos de salir del trabajo y nos hemos parado delante de Miles Media mientras decidimos dónde iremos a cenar. Esto es rarísimo, es como si además de mi puesto hubiese conseguido tres amigos nuevos y opciones ilimitadas. Todas las noches son sábado en Nueva York.

      Tenemos edades diferentes, estilos de vida diferentes, pero, por alguna razón, nos llevamos estupendamente. Ava ha quedado y no vendrá con nosotros, pero Aaron y Molly están aquí conmigo.

      —¿Qué os apetece cenar? —pregunta Molly mientras busca un restaurante en el móvil.

      —Algo grasiento y que engorde. Paul no me ha llamado —dice Aaron, y suspira—. Paso de él, tío.

      —¿Lo vas a dejar ya? —inquiere Molly, que resopla y pone los ojos en blanco—. Seguro que está con otro. Además, tú estás más bueno que él.

      Un hombre con traje negro abre la puerta y nos giramos los tres. Jameson Miles sale con otro hombre. Están tan metidos en su conversación que no se fijan en nadie.

      —¿Quién es ese? —susurro.

      —Uno de sus hermanos, Tristan Miles. Se encarga de las adquisiciones a nivel mundial —susurra Aaron sin quitarles el ojo de encima—. No pueden estar más buenos.

      Desprenden carisma; son el poder personificado.

      Todos se detienen a mirarlos.

      Trajes caros y entallados, guapos a rabiar, cultos y ricos.

      Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta mientras los observo en silencio.

      Como si se movieran a cámara lenta, se meten en el asiento trasero de la limusina negra que los espera. El chófer les cierra la puerta y vemos cómo se van.

      Me dirijo a mis nuevos amigos.

      —Necesito hablar con alguien urgentemente.

      —¿Sobre qué? —pregunta Aaron, frunciendo el ceño.

      —¿Sabéis guardar un secreto? —susurro.

      Intercambian miradas.

      —Claro.

      —Pues vamos al bar —digo, y suspiro mientras entrelazo mis brazos con los suyos y cruzamos la calle de esta guisa—. No os vais a creer lo que os tengo que contar.

      * * *

      Molly llega con nuestras bebidas en una bandeja y se deja caer en su asiento.

      —Va, cuenta. ¿Te ha puesto una falta?

      Doy un sorbo a mi margarita.

      —Mmm, qué rico —musito mientras examino el frío líquido amarillo.

      Aaron da un sorbo a su bebida.

      —Buf, qué asco de barman —dice con una mueca.

      —Deja de quejarte, hombre —le suelta Molly—. Es como salir con mis hijos, leñe.

      —Es que está muy fuerte —jadea mientras se atraganta—. Ya veo cómo te lo has pedido tú.

      Molly vuelve a dirigirse a mí.

      —Bueno, ¿qué? ¿Cuál es el secreto?

      Los miro fijamente. Ay, madre, no sé si debería contarlo, pero es que necesito alguien con quien hablar.

      —Prometedme que no diréis nada a nadie. Ni a Ava —pido.

      —Que no —me dicen con los ojos en blanco.

      —Vale —digo—. Recordáis que os conté que llevaba tres años intentando conseguir un puesto en Miles Media, ¿no?

      —Sí.

      —Vale, pues hace más o menos un año fui a una boda en Londres, y a la vuelta iba a venir directamente aquí a hacer una entrevista.

      Aaron frunce el ceño mientras se concentra en mi historia.

      —En el aeropuerto de Londres, al chalado que tenía detrás en la cola se le fue la pinza y se puso a darle patadas a mi maleta.

      Ambos me miran confundidos.

      —El caso es que un guardia me llevó al mostrador de facturación y le dijo al tío que había ahí que me atendiese. Total, que me subió a primera.

      —Qué guay —exclama Aaron con una sonrisa al tiempo que alza su copa la mar de contento.

      Me mentalizo para la siguiente parte de la historia.

      —Estaba sentada al lado de un hombre. Bebimos champán y… —Me encojo de hombros—. A medida que bebíamos, nos fuimos soltando y acabamos hablando de nuestra vida sexual.

      —¿Os echaron del avión? —pregunta Aaron con unos ojos como platos.

      —No —digo, y doy un sorbo a mi bebida—. Pero no me habría extrañado.

      Aaron se lleva la mano al pecho en señal de alivio.

      —Luego se desató una ventisca en Nueva York que nos obligó a hacer escala en Boston y pasar la noche allí. El tío estaba… como un tren. —Sonrío al recordarlo—. No era mi tipo ni yo el suyo, pero no sé cómo acabamos haciéndolo como conejos toda la noche. El mejor polvo de mi vida.

      —Me encanta esta historia —exclama Molly con una sonrisa—. Sigue.

      —No lo volví a ver.

      Le cambia la cara.

      —¿No te llamó?

      —No me pidió el número.


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