La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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tercero. —Levanto un tercer dedo—. Acabo de llegar y no tengo amigos, así que no pretenderás que sea maleducada con alguien amable, ¿no?

      —En horario de trabajo, no —gruñe.

      —¿En serio me has traído aquí para decirme eso? —pregunto con el ceño fruncido.

      —No —brama—. Quiero saber por qué no quieres salir conmigo.

      Se me descompone el gesto.

      —¿Lo dices en serio? —susurro.

      —Completamente en serio.

      El ambiente cambia y pasamos de la ira a otra cosa.

      —Porque no voy a arriesgarme a perder mi trabajo si lo nuestro no funciona.

      Se me queda mirando.

      —¿La entrevista que tenías hace doce meses era aquí?

      No contesto al instante. Va a pensar que soy una pringada.

      —Sí.

      —¿Cuánto llevas intentando trabajar aquí?

      —Tres años —digo, y resoplo—. Así que perdóname por no querer desperdiciar la oportunidad por un rollo de una noche.

      —¿Por qué crees que te despediría?

      —¿No es lo que hacen los directores ejecutivos cuando cortan con sus secretarias? ¿Echarlas?

      Frunce el ceño sin dejar de mirarme.

      —No sabría decirte, nunca me ha atraído ninguna compañera. Además, este sitio es lo bastante grande como para que no nos crucemos.

      —¿Aún te atraigo? —pregunto en un susurro.

      —Sabes que sí, y solo es una cena —me suelta—. Nadie tiene por qué enterarse, y te aseguro que no te despediría a la mañana siguiente.

      —Entonces… —digo, y me miro las manos mientras trato de averiguar qué narices pretende—. ¿Sería tu secretito?

      Se acerca tanto que nuestras caras están a escasos centímetros. Nos miramos a los ojos.

      Saltan chispas entre nosotros y noto que me estoy excitando.

      —¿Salías con alguien la noche que estuvimos juntos? —pregunto.

      —¿Qué te hace pensar eso?

      —No me pediste el número.

      Me brinda una sonrisa lenta y sexy mientras me coloca un mechón detrás de la oreja.

      —¿Acaso te lo piden todos? —inquiere en un tono más bajo y sexy.

      —Sí, suelen pedírmelo.

      —No buscaba nada por aquel entonces, y no soy de los que dice que va a llamar si no tengo la intención de hacerlo.

      Me pasa el pulgar por el labio inferior mientras miro absorta sus ojos azules.

      —Esta noche —susurra.

      Su aliento me hace cosquillas. Sonrío con dulzura. Mira que es…

      —Te paso a buscar. Cena en mi restaurante italiano favorito…

      Y lo deja ahí como si imaginase algo más.

      Qué nervios. Se acerca más y sonrío. Me besa con ternura mientras me coge del mentón. Cierro los ojos y me pongo de puntillas.

      Robbie… ¿Qué mosca me ha picado?

      Maldito sea el tío este. ¿Qué hechizo me habrá echado para que haga las cosas más inapropiadas? Como tener un rollo de una noche y olvidar que ya estoy con alguien… o respirar.

      Madre mía, que tengo novio. Mierda.

      —Lo siento si te has hecho ilusiones —murmuro mientras me aparto de él—. Pero tengo novio.

      La cara le cambia.

      —¿Cómo?

      —Ya, ya lo sé. —Me estremezco—. Pues… Pues… —Niego con la cabeza porque no sé qué decir para salir del paso—. Pues eso, que tengo novio y no puedo salir contigo.

      —Déjalo —me suelta.

      —¿Qué? —digo con voz ronca.

      —Ya me has oído. Déjalo —masculla mientras avanza de nuevo hacia mí.

      Retrocedo para que haya distancia entre nosotros.

      —¿Estás loco o qué?

      —Tal vez.

      —No puedo dejar a mi novio por una noche de sexo.

      —Claro que puedes.

      —Jameson… —Me paso las manos por el pelo—. ¿Se te va la pinza o qué?

      —Es posible —dice, y me da una tarjeta de visita—. Llámame y te recojo.

       Jameson Miles

       Miles Media

       212-639-8999

      Miro la tarjeta con la cabeza hecha un lío. Lo miro a los ojos. Sé que para él lo de esta noche es solo un rollo más.

      Un rollo que podría mandar al traste mis planes de futuro y comprometer mi carrera profesional. Me he dejado la piel para estar aquí y no pienso mandarlo al garete por pasar una noche con un golfo. Lo más curioso es que no me pareció un golfo cuando estuvimos juntos, pero cuanto más lo conozco, más me doy cuenta de que no sabía nada de él.

      Lo peor es que sé que Jameson Miles es la clase de droga a la que no me conviene engancharme.

      El recuerdo de la noche que pasamos juntos basta por sí solo.

      —Lo siento, no puedo. —Me dispongo a irme. El cuerpo me grita que dé media vuelta. Entonces reparo en algo y me detengo en seco. Me vuelvo hacia él—. ¿Cómo lo sabías?

      Alza el mentón y lo miro a los ojos.

      Deshago el camino que había andado.

      —¿Cómo sabías que Riccardo estaba en mi mesa?

      Busco por la sala, pero solo veo un espejo en la pared.

      —¿Aquí hay cámaras? —pregunto.

      —No te preocupes por eso.

      —Claro que me preocupo —digo con desdén—. Tengo derecho a saberlo si me afecta a mí.

      Coge un mando y pulsa un botón.

      —Enséñame la planta cuarenta —ordena.

      El espejo se convierte en una pantalla de televisión. Parpadea varias veces y entonces se ve mi oficina. Veo a Aaron, a Molly y… mi mesa.

      ¡Qué diantres!

      —¿Me has estado espiando? —exclamo con un grito ahogado—. ¿Por qué?

      —Porque me pone —suelta sin dejar de mirarme a los ojos.

      Me coge la mano y la lleva a la entrepierna. Noto lo dura que la tiene debajo de sus pantalones de vestir.

      Me quedo sin aire mientras lo miro. No puedo evitarlo y le acaricio el miembro.

      Nos miramos mientras el deseo se adueña de nuestros cuerpos.

      —No puedo —susurro.

      Me acaricia la cara.

      —Te deseo.

      —Uno no siempre consigue lo que desea —musito.

      —Yo sí —asegura, y, a cámara lenta, me lame desde la clavícula hasta el cuello y me susurra al oído—: Rompe con él.

      Se me eriza el vello de la espalda y, abrumada por el efecto físico que tiene en mí,


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