La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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lunes por la noche, he salido y me parece estar con lo mejor de lo mejor.

      —Yo solo digo —masculla Molly mientras mastica su pizza— que si te has pasado todo el fin de semana sin verlo y a él le resulta indiferente, hay un problema.

      —A lo mejor estaba liado —se mofa Aaron.

      —A lo mejor es idiota —resopla Molly.

      Estamos hablando del nuevo novio de Aaron y, no sé por qué, me siento lo bastante cómoda como para levantarle el ánimo contándole mi situación.

      —Pues a ver qué os parece esto. —Trago y añado—: A ver quién es más idiota. Estoy saliendo con el tío por el que llevo colada desde que tenía trece años. Una estrella del fútbol que solo se interesó por mí cuando se lesionó. Estuvimos unos cuantos meses muy bien, pero luego le entró una crisis existencial. —Le doy un trago a mi cerveza—. No ve más allá del fútbol. Está en el paro y no tiene un objetivo en la vida. Vive en el garaje de sus padres y se cargó su coche hace poco. —Meneo la cabeza en señal de fastidio y saco el móvil del bolso—. No quiere venir a vivir conmigo porque no le gustan las ciudades bulliciosas. No me ha llamado esta mañana para desearme suerte, y ahora son —Miro el reloj— las diez menos veinte y ni siquiera se ha molestado en llamar para ver qué tal me ha ido el primer día.

      Gimen horrorizados.

      —¿Qué demonios haces con él? —exclama Aaron con una mueca.

      Pongo los ojos en blanco mientras doy un trago a mi cerveza y me encojo de hombros.

      —Yo qué sé.

      Se ríen entre dientes.

      —Yo solo quiero echar un polvo como Dios manda —suspira Molly—. Cada vez que veo a alguien que me llama la atención, estoy con los niños y no puedo lanzarme.

      Frunzo el ceño.

      —¿No quieres presentarles a ningún hombre?

      —¡Quita, quita! Si ya les están haciendo la vida imposible a su padre y a su novia.

      Aaron se ríe como si recordara algo.

      —¿Qué pasa? —pregunto.

      Molly sonríe con suficiencia.

      —Son más malos los dos…

      Me da la risa tonta.

      —¿Qué edad tienen?

      —Mischa tiene trece y Brad, quince —explica Molly—. Y se han propuesto amargarnos la existencia a no ser que volvamos a estar juntos.

      —¿Y eso? —inquiero, y me río.

      —A Brad lo han expulsado dos veces este curso, y Mischa se me está descarriando también. Hace unos fines de semana, se fueron a dormir con un amigo a casa de su padre mientras él y su novia salían a cenar.

      Frunzo el ceño a medida que escucho.

      —Se emborracharon con el minibar de su padre y le rajaron las bragas a su novia.

      Aaron se echa a reír y yo la miro horrorizada.

      —Y… —Hace una pausa y le da un trago a su bebida—. Cuando su padre les preguntó al respecto, dijeron que se le habían podrido las bragas porque su vagina estaba contaminada.

      Me parto de risa.

      —No te creo.

      Ella menea la cabeza con fastidio.

      —Ojalá fuese una broma.

      Aaron echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

      —Eso es un clásico. ¡Qué malvados! Me encantan.

      —No, es una pesadilla —replica Molly sin emoción en la voz.

      —¿Por qué te divorciaste? —pregunto.

      —Pues no lo sé, la verdad. —Se lo piensa un momento—. Se nos apagó la llama. Trabajábamos mucho y acabábamos reventados, así que nunca teníamos ganas de sexo. Y entre los niños, la hipoteca… —Se encoge de hombros—. No salíamos por la noche ni éramos atentos el uno con el otro. No sé el momento exacto en el que acabó todo. Nos distanciamos y punto.

      —Qué pena —digo, y suspiro.

      —Me contó que había conocido a una chica en el trabajo. No habían pasado a mayores, y me dijo que me lo contaba porque quería luchar por nosotros y volver a lo que teníamos antes.

      —¿Y no luchaste? —pregunto.

      —No —suspira con tristeza—. Ni yo ni él. Nos fuimos cada uno por su lado. En ese momento fue muy duro. —Reflexiona unos segundos—. Ahora me arrepiento. Es un buen hombre. Y en retrospectiva, creo que muchos de los problemas que teníamos eran culpa de la edad. Mantener encendida la llama era cosa de los dos, pero no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde. —Sonríe con dulzura—. Somos muy buenos amigos.

      Mmm… Guardamos silencio.

      —Menos mal que tienes unos hijos que le rajan las bragas a tus rivales —dice Aaron con una sonrisa.

      Nos reímos todos a carcajadas.

      —Que tiene la vagina contaminada. ¿De dónde habrán sacado eso?

      * * *

      Me pruebo el vestido negro por encima y me miro en el espejo. Mmm… Lo dejo con la percha sobre la cama. Me pruebo la falda y la chaqueta grises.

      ¿El negro?

      Mierda. ¿Qué narices te pones cuando quieres estar sexy sin que parezca que quieres ir sexy? Son las once y aquí estoy, decidiendo cómo iré a la reunión de mañana con el señor Miles. ¿Para qué querrá verme?

      Creo que iré con el vestido negro. Lo pongo en la silla. Cojo los zapatos de charol y los coloco debajo del vestido. ¿Qué pendientes? Mmm… Aprieto los labios mientras me lo pienso. Perlas. Sí, al contrario que los dorados, las perlas no gritan «fóllame». Las perlas son pendientes apropiados para ir a trabajar.

      Bien.

      Me lavaré el pelo y me lo rizaré por la mañana. Me miro en el espejo y me hago una coleta alta. Sí, una coleta alta. Le gustan las coletas altas. «Para».

      Me siento en el borde de la cama y echo un vistazo a mi pisito. Solo tiene un dormitorio y está en la planta treinta. Es pequeño y pintoresco, pero a la vez es moderno y el edificio es bonito. No es a lo que estoy acostumbrada; esto de vivir sola y salir a tomar algo un lunes por la noche me resulta muy ajeno. Cojo el móvil y leo los mensajes. Mis tres mejores amigas me han escrito esta noche para ver qué tal me había ido el día. Mi madre también. En cambio, Robbie no.

      Me invade una oleada de tristeza. ¿Qué nos pasa? A lo mejor debería llamarlo. Al fin y al cabo, la que se ha ido soy yo. Marco su número. Da señal. Al cabo de un rato, lo coge.

      —Eh.

      —Hola —digo con una sonrisa—. ¿Qué tal?

      —Aquí, durmiendo —masculla—. ¿Qué hora es?

      Me cambia la cara mientras miro la hora.

      —Perdona.

      —No pasa nada. Mañana te llamo.

      Se me cae el alma a los pies.

      —Vale. —Hago una pausa—. Perdón por despertarte.

      —Adiós.

      Y cuelga.

      Exhalo con pesadez.

      —El primer día muy bien, gracias por preguntar —mascullo.

      Con el corazón dolorido y el estómago revuelto, me meto en la cama y sonrío en la oscuridad al recordar mi noche


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