La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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      Me incorporo como un resorte.

      —¿Por qué no? Aquí no tienes trabajo. ¿Qué te frena, eh? Dime.

      —Me gusta vivir aquí. No tengo que pagar alquiler y mi madre me prepara la comida. Esto es un chollo. ¿Por qué me iría?

      —Robbie, tienes veinticinco años.

      —¿Qué quieres decir con eso? —espeta.

      —¿No te apetece valerte por ti mismo y vivir algo diferente?

      —No. Estoy bien aquí.

      —Tienes que madurar —le suelto, y los dos nos levantamos.

      —Y tú tienes que bajar de las nubes. No eres el ombligo del mundo.

      —Quiero vivir en Nueva York —digo, y lo tomo de la mano para que trate de entenderlo—. Tendrías que verla. Te encantaría. No me he sentido igual en ningún otro sitio.

      —Nueva York es tu sueño, Emily, no el mío. No me iré a vivir ahí.

      Joder. Hay un abismo entre nosotros.

      —¿Y cómo vamos a estar juntos si cada uno vive en una punta del país? —pregunto en voz baja.

      Se encoge de hombros.

      —Eso deberías haberlo pensado antes de solicitar el trabajo de mierda ese.

      —No es un trabajo de mierda —exclamo, y le digo—: ¿No quieres apoyarme para que persiga mi sueño? ¿Vendrás a visitarme, al menos?

      —Ya te lo dije, no me gustan las ciudades grandes.

      —O sea, que me estás diciendo que a menos que venga yo a California, no nos vamos a ver.

      Se encoge de hombros, se sienta y coge el mando de la Play.

      —Es broma, ¿no? —estallo, furiosa—. ¿Me estás diciendo que he cogido un vuelo para que hablemos de nuestro futuro y que tú te vas a poner a jugar al Fortnite de las narices?

      Robbie pone los ojos en blanco y empieza a jugar.

      —No molestes, anda.

      —¿Que no te moleste? —espeto—. ¡Que no quiero vivir en el garaje de tus padres, joder!

      —Pues no lo hagas.

      —Pero ¿a ti qué te pasa? —grito fuera de mí—. ¿Por qué quieres desperdiciar tu vida aquí? Tienes veinticinco años, Robbie. Madura.

      Él pone los ojos en blanco.

      —Si solo has venido a darme el coñazo, te podrías haber ahorrado el viaje.

      Estoy que echo humo.

      —Como salga por esa puerta hemos terminado.

      Me mira a los ojos.

      —Lo digo en serio —susurro—. Te quiero en mi vida, pero no voy a renunciar a mi felicidad porque seas tan vago como para no querer labrarte un futuro por ti mismo.

      Tensa la mandíbula y vuelve la atención a su juego. Se pone a jugar.

      Con el corazón desbocado por la rabia, rompo a llorar.

      —Por favor, Robbie —susurro—. Ven conmigo.

      Sin apartar los ojos de la pantalla, empieza a disparar con el mando.

      —Cierra la puerta al salir.

      Se pone los auriculares para no oírme.

      Se me hace un nudo en la garganta cuando al fin veo lo que nuestra relación es en realidad.

      Una farsa.

      Miro detenidamente su cuarto mientras él juega a la consola, y sé que ha llegado el momento.

      El momento de decidir qué merezco y qué quiero en la vida.

      Si no quiere que lo salven, no puedo salvarlo.

      Quiero a alguien dispuesto a madurar conmigo aunque ni siquiera sepa a dónde me llevará eso. Pero me niego a quedarme estancada en el garaje de sus padres.

      Ya ni siquiera sé quién es él, pero sé que esta no soy yo.

      La mujer que aspiro a ser vive en Nueva York y tiene el trabajo de sus sueños.

      Me abruma la tristeza. Sé perfectamente lo que tengo que hacer.

      Me acerco a él y le quito los auriculares.

      —Me voy.

      Me mira fijamente.

      —Vales más que esto —susurro.

      Se queda callado.

      —Robbie —musito—. Eres mucho más que un as del fútbol. Créetelo. Busca ayuda. —Echo un vistazo a su cuarto—. Ya es tarde para nosotros, pero no para ti.

      Baja la cabeza y mira al suelo. Lo tomo de la mano.

      —Ven conmigo —susurro—. Por favor, Robbie, sal de aquí. Si no lo haces por mí, al menos hazlo por ti.

      —Em, no puedo.

      Se me llenan los ojos de lágrimas. Me agacho y lo beso con ternura. Le acaricio la barba incipiente y lo miro a los ojos.

      —Espero que encuentres lo que te haga feliz —susurro.

      —Tú también —musita con tristeza.

      Me doy cuenta de que ni siquiera quiere luchar por la relación. Esbozo una sonrisa agridulce y, con las lágrimas deslizándose por mis mejillas, lo beso con ternura una última vez.

      Me subo al coche de mi madre y me quedo mirando su casa un buen rato.

      Ha sido mucho más fácil y mucho más duro de lo que pensaba.

      Enciendo el motor y, poco a poco, me adentro en la carretera. Me seco las lágrimas con el antebrazo y la sensación de que acabo de cerrar un capítulo de mi vida.

      A medida que me alejo con el coche, salgo de la vida de Robbie McIntyre.

      —Adiós, Robbie —susurro—. Fue bonito mientras duró.

       Lunes por la mañana

      —¿Y qué cree usted que pasaría si le contara a la policía sus sospechas? —pregunto.

      —Nada. Nada de nada —contesta la frágil anciana. Tendrá por lo menos noventa años. Tiene el pelo ondulado y cano y lleva un vestido de un bonito color malva—. Son unos inútiles.

      Garabateo su respuesta en mi bloc de notas diligentemente. Hoy he decidido seguir mi instinto y hacer trabajo de campo. Últimamente, han pintado grafitis satánicos en las fachadas de las casas y, la de esta mujer en concreto, la han pintado tres veces. Como estaba harta de que la policía no hiciera nada, se ha puesto en contacto con Miles Media y, afortunadamente para mí, he sido yo quien ha descolgado el teléfono.

      —Dígame cuándo empezó todo esto —pregunto.

      —En noviembre —me explica, y hace una pausa mientras se esfuerza por recordar—. El 16 de noviembre fue la primera vez. Un mural enorme del mismísimo demonio.

      —Vale —asiento, y dejo de mirar la libreta—. ¿Cómo era?

      —Diabólico —murmura con la mirada perdida—. Diabólico y muy realista. Con unos colmillos enormes y sangre por todas partes.

      —Debió de asustarse mucho.

      —Sí. Esa noche robaron en una joyería que hace esquina, así que lo recuerdo bien.

      —Vaya —digo con el ceño fruncido. Esto no lo había dicho antes—. ¿Cree que está relacionado?

      Me mira sin comprender.

      —Me refiero al grafiti y el robo —le aclaro.

      —No lo sé. —Se calla un momento


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