La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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de hombros—. ¿De qué se trata?

      Jameson entorna los ojos con aire pensativo.

      —Tal vez algo relacionado con los mordiscos.

      Frunzo el ceño, confundida.

      —¿Los mordiscos?

      Intenta aparentar que está serio, pero en realidad se está riendo.

      —Los mordiscos del amor.

      Me quedo mirándolo hecha un lío. No entiendo nada.

      Ay, madre. Está hablando del chupetón que le hice. ¡Cómo se atreve! ¡Mira que sacar ese tema!

      Alzo la barbilla con gesto desafiante.

      —Creo que estoy más preparada para escribir un artículo sobre la eyaculación precoz. Así podrías echarme una mano —replico con una sonrisa encantadora.

      Le brillan los ojos. Disfruta con esto.

      —Ah, ¿sí?

      —Sí —contesto, seria—. Las noticias son mucho mejores cuando hay pruebas que las respaldan.

      Pone cara de que le hace gracia mientras da un sorbo a su whisky. No sé qué estará maquinando esa cabecita suya esta tarde. Demasiados whiskies, quizá. Nos miramos fijamente. Me entran ganas de soltarle un «¿piensas en mí?», pero no puedo porque estamos trabajando y estoy fingiendo que no me interesa. No, corrijo: no estoy interesada, solo ligeramente fascinada. Hay una gran diferencia.

      —¿Qué tal el fin de semana? —pregunta.

      —Bien.

      —¿Solo bien? —insiste arqueando una ceja.

      Asiento con la cabeza.

      —Sí.

      No quiero decirle que he roto con Robbie, pero tampoco quiero mentirle.

      —¿Volviste el domingo por la noche?

      —Sí.

      Me mira a los ojos. Noto que quiere preguntarme por Robbie y por mí, pero se está conteniendo.

      —¿Qué tal el tuyo? —pregunto.

      —Muy bien —contesta y me mira a los labios—. Me lo he pasado muy bien este fin de semana.

      Frunzo el ceño. ¿«Muy bien» es «muy bien» y ya está o significa «me he pasado todo el fin de semana cepillándome a una diosa»?

      Para.

      —Lamento interrumpir —dice Tristan mientras entra como si nada. Sonríe amablemente y me estrecha la mano—. Soy Tristan.

      Es algo más joven que Jameson. Su pelo es ondulado, castaño claro, y tiene los ojos grandes y marrones. Es muy diferente a Jameson, pero, a la vez, emana la misma fuerza.

      —Yo soy Emily.

      Me mira a los ojos.

      —Hola, Emily.

      Jameson y él se miran, y es entonces cuando comprendo que Tristan sabe lo que pasó entre Jameson y yo. Nerviosa, trago el nudo que se me ha formado en la garganta.

      ¿Por qué le habrá hablado de mí a su hermano?

      Tristan mira el whisky de Jameson.

      —¿Qué hora es? ¿Ya ha empezado la happy hour?

      —Las cuatro y media. Y sí —contesta Jameson.

      Tristan va a la barra y se sirve una copa de líquido ambarino. Me la enseña.

      —¿Quieres?

      —No, gracias. Estoy trabajando —contesto, nerviosa.

      Jameson pone cara de que le hace gracia mientras se lleva el vaso a los labios.

      A ver, ¿esa cara qué es? ¿Una sonrisilla condescendiente o casi una sonrisa? Este hombre es un enigma para mí.

      Jameson se pone derecho y me mira fijamente a los ojos. Hay tensión en el ambiente.

      —¿Querías verme? —insisto. No sé qué clase de reunión incluye whisky. A lo mejor debería tomarme una copa. «No, por Dios, no. Recuerda lo que hiciste la última vez que te emborrachaste con este hombre. Intentaste chuparle toda la sangre».

      —Como te comentaba, nos gustaría que colaborases en un proyecto muy especial —dice Jameson.

      Asiento mientras miro a uno y a otro.

      —Bien. En vista a lo que me has contado esta mañana, queremos que escribas un artículo para que lo publiquemos.

      Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta.

      —Vale —digo mirando a uno y a otro—. ¿De qué se trata?

      —Proponlo tú —dice, y cuando se pasa la lengua por el labio inferior, me siento como si me lamiese de arriba abajo—. Estamos preparando un proyecto secreto, y quiero que colabores en él, pero necesito saber si puedes informar sobre algún tema.

      —Sabes que sí. He trabajado cinco años en periódicos regionales.

      —Esto es confidencial —explica Tristan—. Es fundamental que no se lo digas a nadie.

      —No lo haré —aseguro mientras miro a uno y a otro.

      —Llevamos tiempo pensando que alguien de tu planta está vendiendo nuestros artículos a la competencia para que ellos tengan la exclusiva. Lo que me has dicho esta mañana casi lo confirma.

      —¿Cómo lo sabéis? —pregunto con curiosidad.

      —Créeme, lo sabemos —contesta Jameson—. Nuestras acciones están bajando a la misma velocidad que nuestra credibilidad. Esto tiene que acabarse.

      Frunzo el ceño mientras escucho.

      —Queremos que te inventes una noticia y que la mandes como siempre. A ver si sale en los periódicos de la competencia.

      Lo miro fijamente mientras me esfuerzo por no perder el hilo.

      —¿Y sobre qué escribo?

      —Sobre algo que vaya a vender. No tiene que ser verdad. Cuanto más falso, mejor, así será más fácil de identificar.

      —¿Quién creéis que es? —pregunto, emocionada. Es mi oportunidad. Si lo hago bien, demostraré que soy una trabajadora valiosa. Ya no os digo si encima resuelvo el caso.

      Me muerdo el labio inferior para que no se me escape una sonrisa. Tengo que fingir que me pasan cosas así de emocionantes todos los días.

      —Ni idea, pero sabemos que no eres tú.

      —¿Cómo estáis tan seguros?

      —Porque empezó antes de que te incorporaras a la empresa —dice Jameson mientras se dirige a la barra.

      —Vale. —Reflexiono un momento—. Lo haré. —Los miro alternativamente—. ¿Para cuándo lo queréis?

      —Para mañana por la tarde, si no es mucho pedir.

      —Sin problema.

      —Tristan, Londres por la dos —se oye una voz por el interfono.

      Se levanta y pulsa el botón.

      —Espera, que voy a mi despacho.

      —De acuerdo —responde la recepcionista.

      —Lo siento, pero tengo que atender la llamada. Vamos a adquirir una nueva empresa. Mañana por la tarde seguimos hablando.

      —Vale —digo con una sonrisa.

      Me cae bien. Es más amable que su hermano.

      Me estrecha la mano.

      —Recuerda, ni una palabra a nadie. No me gustaría tener que despedirte —me dice con un guiño juguetón, pero tengo el presentimiento


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