La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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      —Gracias por llamarme, Marjorie. Te avisaré cuando llegue a la oficina y se publique el artículo.

      Con suerte, eso será mañana y me dará tiempo a modificarlo.

      Cuelgo. Me quiero morir. «A ver, céntrate».

      Entro en la cafetería que hay delante de Miles Media y pido un café. Saco el periódico del bolso y lo estampo en la mesa.

      No voy a durar mucho en este trabajo si sigo haciendo estas chapuzas. Estoy muy enfadada conmigo misma.

      Hojeo el periódico y algo me llama la atención.

       Grafitis satánicos en Nueva York

      La extraña aparición de grafitis en casas del West Village tiene en vilo a sus habitantes. Han pintado la casa de Marjorie Bishop hasta en tres ocasiones, pero la policía se niega a tomar medidas. Robert Day Daniels, vecino de Marjorie, también ha sido víctima de estos ataques.

      Frunzo el ceño mientras leo el artículo. ¿Cómo es posible?

      Marjorie me dijo que no se lo había contado a nadie más. Lo leo una y otra vez. Es casi lo que he escrito yo palabra por palabra. No entiendo nada.

      ¿Le dio a otro periodista el nombre mal? Marco su número. Responde al momento.

      —Hola, Marjorie, soy Emily Foster.

      —Ay, hola. ¡Qué rápida!

      —Marjorie, ¿has hablado con algún otro periódico sobre la historia de los grafitis?

      —No.

      —¿No se lo has dicho a nadie? —pregunto con el ceño fruncido.

      —A nadie. Mis vecinos y yo decidimos conjuntamente que solo queríamos que se hiciese eco de la noticia Miles Media. Así la policía nos escucharía seguro.

      El corazón me va a mil. ¿Qué narices pasa aquí?

      —Café para Emily —me gritan desde la caja.

      —Gracias.

      Cojo el café y salgo a la calle hecha un lío.

      * * *

      Es la una, hora de almorzar. Subo al último piso y voy a recepción.

      —Hola —digo con una sonrisa nerviosa—. Vengo a ver al señor Miles. Es urgente.

      Llevo todo el día devanándome los sesos y la única teoría que se me ocurre no me hace ninguna gracia. Tengo que hablar con Jameson.

      La recepcionista rubia sonríe.

      —Un momento, por favor. ¿Su nombre?

      —Emily Foster.

      —Señor Miles, Emily Foster desea verle —le informa por el interfono.

      —Que pase —susurra con voz dulce pero firme.

      Noto retortijones por los nervios. Sigo a la recepcionista por el pasillo. Los zapatos con suela de goma, ¡mierda! Pruebo a ir de puntillas para no hacer ruido al andar.

      —Llama a la puerta del fondo.

      El corazón me va a tope.

      —Gracias —le digo con una sonrisa forzada.

      Se pierde en el horizonte y yo me planto delante de la puerta, cierro los ojos y me preparo para lo que viene ahora. «Venga, llama».

      Toc, toc, toc.

      —Adelante —me invita Jameson.

      Cierro los ojos con fuerza. Estoy de los nervios.

      Abro la puerta y ahí está él con su traje azul marino, su camisa blanca, su pelo oscuro y sus penetrantes ojos azules. Parece un regalo del cielo. Tal vez lo sea.

      —Hola, Emily —susurra mientras me mira con esos ojos tan sexys.

      —Hola.

      Jameson se levanta y nos miramos a los ojos. Hay tensión en el ambiente.

      —Siéntate.

      Me desplomo en la silla, y él hace lo propio en la suya y se recuesta sin dejar de mirarme.

      —Quería comentarte algo —digo mientras me fijo en el vaso de whisky que tiene al lado. No sé qué habrá tenido que hacer para necesitar un whisky, pero ¿y el mío?

      No me vendría mal un trago, o diez, ahora mismo.

      Se reclina y sonríe como si algo le hiciese gracia.

      —Mmm… —digo, y trago saliva. Tengo la boca seca—. Ha pasado algo que me va a meter en un buen lío seguro, pero siento que tienes que saberlo —suelto de carrerilla.

      —¿Y es?

      —He escrito mal un nombre en un artículo.

      Jameson me mira a los ojos sin inmutarse.

      —Pero lo más raro de todo —tartamudeo— es que justo hoy la Gazette ha publicado mi artículo con mi error.

      —¿Cómo? —inquiere con el ceño fruncido.

      —Yo qué sé, a lo mejor me equivoco, ni siquiera sé por qué te estoy diciendo esto, pero creo…

      —¿Crees qué? —insiste.

      —Estoy segura de que la Gazette no ha conseguido la historia por medios propios, y no es posible que cometiesen el mismo error que yo. La anciana del artículo se puso en contacto conmigo directamente porque solo quería hablar con Miles Media.

      Le planto la Gazette delante. Lee el artículo y me mira como si estuviese asimilando mis palabras.

      —¿Estás segura?

      —Segurísima. Me he equivocado de nombre. —Se lo señalo—. Aquí.

      Jameson, sumido en sus pensamientos, se acaricia el labio inferior mientras mira el periódico.

      —Gracias. Hablaré de esto con Tristan. Ya te diré algo.

      —Vale. —Me pongo en pie—. Lamento el error. No ha sido profesional por mi parte. No volverá a ocurrir.

      Miro a Jameson y espero a que diga algo. ¿Eso es todo?

      —Adiós, Emily —dice sin emoción en la voz.

      Me está echando.

      —Adiós.

      Abatida, me giro y vuelvo a mi planta. No sé si habré hecho bien contándole mi teoría. Quizá solo me perjudique.

      * * *

      Son las cuatro. Me estoy tomando el café de la tarde cuando suena el teléfono. Lo cojo.

      —Hola.

      —Hola, Emily, soy Sammia. El señor Miles desea que subas a su despacho.

      —¿Ahora? —pregunto, frunciendo el ceño.

      —Si eres tan amable, sí.

      —Vale, voy.

      Diez minutos después, estoy llamando a su puerta.

      —Adelante —dice.

      Entro y lo veo sentado detrás de su mesa. Se le dibuja una sonrisa sexy nada más mirarme a los ojos.

      —Hola.

      Noto mariposas en el estómago.

      —Hola.

      —¿Qué tal el día? ¿Bien? —pregunta, y veo a cámara lenta cómo se humedece el labio inferior. Está distinto, más juguetón.

      —¿Querías verme? —pregunto.

      —Sí, he estado hablando con Tristan y nos gustaría proponerte un proyecto muy especial —dice mientras se recuesta en su silla.

      —Ah,


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