La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


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quieres que te diga? —susurro.

      —Di que sí para que sepa que lo entiendes.

      El aire cruje entre nosotros.

      —Sí —musito—. Lo entiendo.

      —Buena chica —susurra, y vuelve a besarme. Su lengua es suave y me acaricia a la perfección. De nuevo, las piernas se me abren solas. Se incorpora y saca cuatro condones de la cartera. Abre uno y me lo da—. Pónmelo.

      Lo acepto, le beso con ternura el pene y se lo pongo.

      —Qué mandón eres. —Sonrío con suficiencia.

      Él sonríe de oreja a oreja. Se tumba, me pone encima de él y acerca mi rostro al suyo.

      —Primero me follarás tú —murmura contra mis labios—, y cuando ya hayas entrado en calor, te follaré yo.

      Sonrío.

      —Yo solo follo una vez y luego me duermo, grandullón.

      Me obsequia con una sonrisa lenta y sexy.

      Me siento a horcajadas encima de él y nos besamos con más pasión. La polla le toca la barriga. Se la agarra, me sujeta de las caderas y me baja.

      Auch, escuece; es grande.

      —Ay —gimoteo.

      —Tranquila —susurra—. Muévete de lado a lado.

      Me acaricia los pechos mientras me mira con asombro.

      Le sonrío.

      —¿Qué?

      —Desde que te he visto subir al avión he querido tenerte así.

      Me entra la risa tonta.

      —¿Siempre consigues lo que quieres?

      —Siempre.

      Me coge de las caderas y me baja de golpe. Ahogamos un grito de placer.

      Dios… Es…

      —Joder, cómo te noto —masculla con los dientes apretados.

      Sin dejar de mirarme a los ojos, me sube y me baja poco a poco. Noto hasta la última vena de su miembro.

      Mientras me mira con los ojos entornados, me inclino hacia delante y lo beso con dulzura.

      —¿Tienes idea de lo bien que encajas dentro de mí? —susurro, y le paso la lengua por la boca, que está abierta.

      Pone los ojos en blanco.

      —Qué buena estás, joder.

      Me agarra de los huesos de la cadera y me baja hasta metérmela entera. La sensación es tan abrumadora que no puedo evitar soltar una carcajada.

      —Métemela más. Dámelo todo —le ruego.

      Me encanta que pierda el control. Me alucina. Entonces, como si estuviésemos en un universo paralelo, pego la boca a su cuello y succiono con fuerza mientras me muevo.

      Sisea y, como si se hubiese desatado del todo, me alza y me tumba en la cama. Se pone mis piernas encima de los hombros y me la mete hasta el fondo con tanto ímpetu que me quedo sin aire.

      Sonrío. Conque le gusta que le digan guarradas, ¿eh? Pues resulta que es mi especialidad.

      Que empiece el juego.

      Le acaricio la cara con las manos.

      —Qué polla más gorda tienes. ¿Vas a hacer que chorree para mí? —susurro mientras me contraigo a su alrededor—. Noto cómo late.

      Me dedica una sonrisa lenta y sexy mientras me embiste.

      —Me voy a quitar el condón y me voy a correr en esa boca tan sucia que tienes.

      —Sí, por favor.

      Me río mientras me empotra con fuerza, y en un momento de lucidez, gira la cabeza y me besa con ternura el tobillo. Nos miramos mientras algo íntimo fluye entre nosotros. Una cercanía impropia de las circunstancias.

      —Como me sigas mirando así —susurro para quitarle hierro al asunto—, te hago otro chupetón.

      Abre mucho los ojos.

      —Me cagaré en ti como tenga alguna marca.

      Me río a carcajadas cuando veo el moretón que tiene en el cuello. Madre mía, he leído demasiadas novelas románticas de vampiros.

      —¿Tu mami te va a echar la bronca? —digo para chincharlo.

      Se ríe y me la clava en el punto justo. Gimo. ¡Dios! Este hombre conoce el cuerpo de una mujer.

      Cada toque está perfectamente medido y magnificado. Sabe perfectamente cómo llevarme al cielo. Me levanta de la cadera y traza círculos amplios, y mi cuerpo toma la iniciativa porque tengo que correrme. Ya.

      —Fóllame —le suplico—. Bendíceme con esa polla tuya. Más fuerte. ¡Más fuerte, no pares!

      Cierra los ojos a causa del placer y me embiste a ritmo de pistón. Me aferro a él lo más fuerte que puedo mientras me convulsiono. Él se mantiene en mi interior y grita con la cara enterrada en mi cuello. Noto cómo se le mueve el pene cuando se corre.

      Empapados en sudor y pegados el uno al otro, jadeamos. El corazón nos va a mil. Entonces sonríe contra mi mejilla como si hubiese recordado algo.

      —¿Qué?

      —Bienvenida al Miles High Club, Emily.

      Se me escapa una risita y lo beso.

      —No hay nada como volar en primera.

      * * *

      Jim me obsequia con una sonrisa de lo más sensual mientras estoy tumbada en la cama tal y como Dios me trajo al mundo. Él está vestido y tiene la maleta en la puerta.

      —Tengo que irme.

      Hago un mohín y alargo los brazos.

      —No, no me dejes —le digo en broma con voz quejumbrosa.

      Se ríe entre dientes y me coge en brazos por última vez. No vamos en el mismo avión a Nueva York; su vuelo sale antes que el mío. Me besa con cariño.

      —Vaya noche —susurra.

      Sonrío mientras entierra la cara en mi cuello y me da un mordisquito en la clavícula.

      —No voy a poder caminar en un mes. Qué digo en un mes, en un año —mascullo en tono seco.

      Doy un respingo cuando me muerde en el pezón. Entonces me mira de nuevo a los ojos. Le acuno ese rostro tan bello que tiene.

      —Me lo he pasado muy bien esta noche.

      Esboza una sonrisita.

      —Y yo.

      Le toco el chupetón que tiene en el cuello, y sus dedos van hacia él también.

      —¿En qué diantres pensabas?

      —No sé qué me ha dado. —Me río como una tonta—. Tu polla me ha convertido en una salvaje.

      Vuelve a morderme.

      —¿Cómo me subo yo ahora a un avión con esta cosa gigante en el cuello? —dice a modo de regañina—. Con la de reuniones importantes que tengo esta semana…

      Nos echamos a reír, pero en cuanto me mira le cambia la cara. No estoy de broma, no quiero que se marche. Este hombre es todo lo que no estoy buscando, pero, de alguna forma, cumple con todos los requisitos.

      ¿Y si no vuelvo a verlo en la vida?

      ¿Cómo voy a seguir adelante después de esta noche? ¿Cómo voy a borrarla de mi memoria y fingir que nunca ha pasado? Enfadada conmigo misma, cierro los ojos. Por eso no tengo líos de una noche. No estoy hecha para el sexo sin compromiso; no soy así y nunca lo seré.

      Pero


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