La escala. T L Swan

La escala - T L Swan


Скачать книгу
posible que necesites algo más fuerte para oír esto, Jim. Porque no te va a gustar.

      Se ríe a carcajadas y yo lo miro sonriendo de oreja a oreja.

      —¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.

      —Tú.

      —¿Por qué yo? —digo mientras frunzo el ceño.

      —Por lo recta que eres.

      —Como si tú no lo fueses, don «que sean dos».

      Llegan nuestras copas y me pasa la mía sonriendo. No deja de mirarme mientras prueba la suya.

      —¿Qué hacías en Londres?

      —Buf —pongo los ojos en blanco—. He ido a la boda de una amiga, pero, si te soy sincera, desearía no haberlo hecho.

      —¿Por?

      —Me he encontrado a mi ex con su nuevo ligue, y él ha sido excesivamente cariñoso con ella para molestarme.

      —Y le ha funcionado, está claro —añade mientras me señala con su copa.

      —Mmm —mascullo, y doy un sorbo a mi bebida con cara de asco—. Solo un poco.

      —¿Cómo es la chica?

      —Rubia de bote, labios operados, tetas de silicona, pestañas postizas y bronceado de cabina. Vamos, todo lo contrario a mí.

      —Mmm.

      Me escucha con atención.

      —Vamos, una barbie facilona.

      Se ríe entre dientes.

      —A todo el mundo le gustan las barbies facilonas.

      Lo miro con cara de asco.

      —Ahora es cuando tendrías que decir que los hombres odian a las barbies facilonas. ¿No sabes el protocolo que hay que seguir para entablar una conversación en un avión o qué?

      —Es evidente que no. —Frunce el ceño mientras piensa en lo que acabo de decir—. ¿Por qué tendría que seguirlo?

      Abro mucho los ojos para enfatizar mi razonamiento.

      —Para ser amable.

      —Ah, es verdad —accede, y me mira como si se dispusiera a mentir—. Emily, a los hombres les dan asco las barbies facilonas.

      Sonrío mientras le hago un gesto con la copa.

      —Gracias, Jim.

      —Aunque… —hace una pausa—. Si la chupan bien…

      ¡Qué diantres!

      Se me mete el champán por la nariz y me ahogo. Es lo último que esperaba que dijese.

      —Jim —consigo balbucear mientras escupo el champán.

      Se ríe mientras me pasa sus servilletas y me limpio la barbilla.

      —Los hombres como tú no hablan de mamadas —exclamo entre toses.

      —¿Por qué no? —pregunta, incrédulo—. ¿Y a qué te refieres con hombres como yo?

      —Serios y ese rollo.

      Me mira inexpresivo.

      —Define «y ese rollo».

      —Pues eso, mayores, ricos y mandones.

      Le brillan los ojos. Está disfrutando con esto.

      —¿Y qué te hace pensar que soy rico y mandón?

      Exhalo de manera exagerada.

      —Pareces rico.

      —¿Por?

      —Tu reloj sofisticado. El corte de tu camisa. —Le miro los zapatos—. Nunca he visto unos así. ¿De dónde los has sacado?

      —De una tienda —replica, y se mira el reloj—. Y el reloj me lo regaló una antigua novia.

      Pongo los ojos en blanco.

      —Seguro que es vegana y le va el yoga.

      Sonríe con suficiencia.

      —Sé cuál es tu tipo de chica.

      —No me digas —musita, y se acerca más a mí—. Por favor, continúa. Este análisis de personajes es fascinante.

      Sonrío mientras la vocecilla de mi subconsciente grita que deje de beber.

      —Doy por hecho que vives en Nueva York.

      —Correcto.

      —En un piso.

      —Afirmativo.

      —Y diría que trabajas en una empresa pija.

      Sonríe; le gusta este juego.

      —Puede.

      —A lo mejor tienes novia o… —me interrumpo, y miro hacia abajo—. No llevas alianza; quizá le pongas los cuernos a tu mujer cuando viajas por trabajo.

      Se ríe por lo bajo.

      —Tendrías que dedicarte a esto. Qué precisión. Estoy asombrado.

      A mí también me gusta este juego. Sonrío de oreja a oreja.

      —¿Qué piensas tú de mí? —pregunto—. ¿Qué ha sido lo primero que has pensado cuando me has visto?

      —Veamos… —Piensa en la respuesta—. ¿Quieres la versión políticamente correcta?

      —No. Quiero la verdad.

      —Vale. Bueno, en ese caso, me fijé en que tenías las piernas largas y un cuello esbelto. Un hoyuelo en la barbilla. Y que eres la mujer más atractiva que he visto en mucho tiempo, y cuando sonreíste, me puse de pie.

      Sonrío con dulzura mientras el aire gira entre nosotros.

      —Entonces hablaste… y lo arruinaste todo.

      ¿Qué?

      Me echo a reír.

      —¿Cómo que lo arruiné todo? ¿Cómo?

      —Eres mandona y tienes un punto sarcástico.

      —¿Y qué hay de malo en eso? —tartamudeo, indignada.

      —Que yo también soy mandón y sarcástico —dice, y se encoge de hombros.

      —¿Y?

      —Pues que no quiero salir conmigo mismo. Me gustan las chicas dulces y recatadas, las que hacen lo que yo digo.

      —Bah. —Pongo los ojos en blanco—. Las que limpian la casa y tienen sexo los sábados.

      —Exacto.

      Me río y choco mi copa con la suya.

      —No estás mal para ser un viejo aburrido con zapatos raros.

      Se ríe.

      —Y tú no estás mal para ser una jovencita arrogante y sexy.

      —¿Quieres ver Magic Mike XXL conmigo? —pregunto.

      —Vale, pero que sepas que yo también fui stripper, así que esto no es nuevo para mí.

      —¿En serio? —inquiero, e intento que no se me escape una sonrisa—. ¿Te mueves bien en la barra?

      Me mira a los ojos.

      —Mi trabajo en el poste es el mejor del país.

      Saltan chispas entre nosotros. Tengo que concentrarme para que el alcohol no me haga decir alguna guarrada.

      Toca la pantalla, le da a Magic Mike XXL y yo… sonrío de oreja a oreja. Este hombre es imprevisible.

      No hay nada como volar en primera.

       Seis


Скачать книгу