Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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varias veces al día y todos los días, que una meditación de 40 minutos, forzada, tediosa y que, por estos mismos motivos, se practique sólo de vez en cuando. De la misma manera, fluye con mucha mayor facilidad todo conocimiento que sea compatible con tu razón y tu intuición, que aquél que debe ser aceptado como creencia, por provenir de alguna autoridad externa. Si una supuesta meditación no desarrolla tu alegría y tu libertad, no es meditación. A lo largo de estas páginas, te prometo que irás descubriendo que meditar consiste en un regalo que podrás hacerte, cada vez que puedas brindarte al menos un breve espacio para respirar conscientemente y experimentar serenidad, descanso, relajación y un encuentro cada vez más profundo contigo, hasta llegar, paulatina (o quizás súbitamente) al encuentro con tu más profunda identidad, tu naturaleza original, tu propio Ser.

      También compartiré contigo métodos más extensos y sofisticados, los que podrás ir incorporando fluidamente, en la medida en que vayas ahondando en tu práctica y tu propio interior te vaya pidiendo más, pero te aseguro que, en todo caso, será el bienestar que vayas experimentando el que te irá llevando suavemente a un trabajo más y más sutil y transformador. Recuerda: sólo tres minutos, todas las veces al día en que necesites quietud y descanso en medio del trajín cotidiano, y lo demás vendrá solo.

      El objetivo más importante de este libro, la buena noticia que quiero compartirte, es que la meditación, con todos sus enormes y profundos beneficios, es una práctica sencilla, natural y accesible, que puede convertirse en uno de los momentos más gratificantes y placenteros de tu vida cotidiana. Partiendo de una práctica de sólo 3 minutos al día, te aseguro que, poco a poco, querrás repetir esos instantes cada vez más veces a lo largo de tu jornada. En un momento te encontrarás meditando 20 minutos, que es un tiempo mínimo, y luego querrás más y más. Pero permite que esto ocurra poco a poco, sin sobreexigirte, sin presionarte y, sobre todo, sin enojarte con tus propias limitaciones.

      Con mucha frecuencia, las personas me plantean que no meditan porque no tienen tiempo libre para ello. Según me cuentan, su vida transcurre entre trabajar, comer y descansar. Suelo preguntarles entonces cuál es su serie de televisión favorita, si asisten a un gimnasio, cuál es el bar donde más les gusta encontrarse con sus amigos, cuál es el centro de compras del cual más disfrutan, cuánto tiempo dedican en sus computadoras o teléfonos para leer las noticias y visitar sus redes sociales y, por lo general, de inmediato mencionan todas estas actividades. Es decir, que siempre encontramos un tiempo cuando estamos decididos a hacer algo. Por supuesto, no estoy proponiendo que para meditar tengamos que dejar de encontrarnos con nuestros amigos, abandonar el gimnasio o privarnos de salir de compras de vez en cuando. De ninguna manera; todas estas actividades son parte de una vida normal, y no encontrarás en este libro ninguna invitación al sacrificio, todo lo contrario. Se trata simplemente de administrar nuestro tiempo con inteligencia y creatividad. Esos momentos que solías brindarte para pensar en problemas, fumar un cigarrillo o revisar compulsivamente tu teléfono móvil (costumbres no muy saludables) se convertirán poco a poco en oportunidades inmejorables para cambiar tus patrones respiratorios, tu postura corporal y llevar tu mente a espacios de quietud y profundo descanso. Paulatinamente, los beneficios en tu salud física y tu quietud mental irán llevando tu experiencia a dimensiones más y más profundas de la realidad, y te encontrarás un día con tu más auténtica identidad, ese prístino nivel de tu propio interior en el que vives en unidad con todo lo que existe.

      La meditación constituye la práctica central de todo proceso de desarrollo y sanación transpersonal, es decir, de todo camino que procure ir más allá del ego y la personalidad básica. Por ello es tan importante esclarecer qué significa meditar, del modo más sencillo en que nos sea posible hacerlo.

      La esencia de la meditación no consiste meramente en adoptar posturas, hacer visualizaciones de símbolos desconocidos ni producir sonidos extraños, rodeándonos de objetos exóticos y atándonos a sistemas de creencias. Todos estos pueden ser elementos que formen parte de ejercicios que nos permitan acercarnos a la meditación, pero la meditación en sí no requiere de ningún tipo de prácticas complicadas ni mucho menos de dogmas.

      La meditación es la más sencilla de las actividades humanas. El problema es que hemos olvidado regresar a ella por nuestra tendencia a pensar compulsivamente. El defecto más importante de nuestro cerebro, en su actual estado evolutivo, es que no sabemos cómo dejar de pensar. Esto se complica aún más por el hecho de que nuestro pensamiento opera casi permanentemente en función de planificar el futuro a partir del pasado, buscando sobre todo evitar el dolor (seguridad) y conseguir satisfacciones (placer). Debido a que la mayor parte del tiempo que dedicamos a pensar es absorbida por los problemas no resueltos del pasado, por el temor a que se repita lo temido, o a fantasear placeres futuros, toda esta actividad nos aleja de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos y de la realidad presente. Ésta es la trampa de esta maravillosa función evolutiva que es la capacidad de pensar. Nuestra evolución como especie nos ha convertido en seres pensantes, lo cual constituye un salto evolutivo extraordinario. Pero cuando no podemos dejar de pensar y el pensamiento se convierte en una actividad compulsiva, este logro evolutivo se vuelve en nuestra contra, y nos convertimos en personas incapaces de vivir y disfrutar el momento presente. La meditación procura precisamente evitar que caigamos en esta trampa, sin dejar de recurrir al pensamiento, la razón y la lógica, cuando son realmente necesarios.

      Pensar implica jugar con imágenes y hablar con nosotros mismos, mediante lo cual construimos realidades “mentales” que tienen efectos fisiológicos y psicológicos tan importantes y “reales” como los estímulos del mundo externo, como los “hechos objetivos”. Por esta razón, cuando el pensar se torna compulsivo (diálogo interno y flujo permanente de imágenes, muchas veces inconducentes) se convierte en un factor de alienación y pérdida del contacto con la realidad sentida, tanto interna como externa. El pensar compulsivo nos aleja de los sentidos, de nuestro cuerpo, de la realidad viva, es decir, de la presencia, y nos arroja a una existencia mental, abstracta, desvitalizada, vacía, ajena a lo único real: el instante actual. La palabra “actual” proviene del latín actualis, que significa “estar en el acto”. No es casualidad que, en inglés, actually significa “en realidad”, “realmente”, “en efecto”, “en concreto”. Todo nos indica que el instante presente es lo único real que podemos experimentar. Aun cuando estemos recordando el pasado o planeando el futuro, ese “acto” está ocurriendo en el instante presente.

      El pensar compulsivo nos estresa, nos angustia, nos saca del presente. Buscando tener todo planeado y controlado para autoprotegernos, nos vamos cerrando, contracturando, perdiendo fluidez, frescura y espontaneidad. Así nos vamos convirtiendo en una cápsula separada del eterno Flujo Universal y terminamos siendo remolinos que se olvidaron que son el río, olas que han olvidado que son el mar, células que han perdido su consciencia de formar parte de un organismo mayor que las contiene, y por ello se sienten solas. Somos el agua del mar que se introdujo en una botella y olvidó lo que es fluir sin un envase, llegando incluso a temer lo que hay fuera de él, cuando lo que hay fuera del envase es también agua de mar, es decir, ella misma. Este simple olvido es lo que llamamos nuestra “herida básica” (concepto que aclararemos más adelante), el origen del egotismo, el estilo de vida basado en la autodefensa -vivir acorazados para no ser lastimados- y la compensación -pretender que todo está bien y que somos más y mejores de lo que en realidad nos sentimos ser. Y constituye el origen fundamental de todos los males que nos provocamos a nosotros mismos y a los otros.


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