Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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y meditativo, estas disciplinas nos permiten corregir nuestros errores existenciales y pasar de la existencia separada, angustiada y neurótica, al gozo extático de la experiencia unitiva, del fluir en la libertad y la confianza. Estamos hablando entonces del más profundo nivel de sanación, liberación y desarrollo personal al que podemos aspirar. No se trata aquí de poner parches psicológicos o químicos y de pasarse la vida tapando un hueco para que aparezca otro, sino de ir a la raíz del sufrimiento humano, personal y social. Al perder el contacto con la Fuente de la Vida, nos convertimos en frutos que han perdido la conexión con el árbol del que han surgido y nos sentimos huérfanos, sin raíces, despojados de lo que en otros trabajos he denominado “El Vínculo Primordial”3, es decir, la unión con el Todo, el Ser Universal, el Cosmos, el Gran Espíritu, Jehová, la Divina Madre, la Energía Universal, Dios, la Conciencia de Buda, Alá, Brahma, el Tao, Sunya, o como cada quien prefiera llamarlo. Ante esta dimensión, las palabras deben abandonar su pretensión (legítima en otros dominios) de establecer distinciones y de alcanzar significados excluyentes. De hecho, muchos lo llaman lo Inefable, es decir, lo Innombrable.

      Nuestra herida básica no es el resultado de un trauma psicológico, sino una condición existencial inherente a nuestra naturaleza colectiva. Desde el momento en que nuestra especie desarrolló su neocórtex, dejamos de vivir inmersos en nuestros paisajes y en el presente, como lo hacen los animales. Pudimos ir más allá del momento, imaginar, planear, anticipar. Poco a poco esta maravillosa herramienta evolutiva nos permitió trascender las urgencias de nuestro cuerpo: pudimos tomar distancia de nuestras necesidades físicas, del dolor, del deseo, y experimentamos esta capacidad mental como una gran liberación. Gracias a ésta pudimos posponer la satisfacción inmediata de nuestros impulsos sexuales y agresivos. La moral y la posibilidad de regular nuestro comportamiento para vivir en comunidad, son resultados del desarrollo de esta capacidad evolutiva, son el lado psicosocial de este desarrollo neurológico. Sin embargo, con el correr de los milenios, esta toma de distancia de nuestro cuerpo (que fue muy saludable) comenzó a devenir en una disociación (lo cual no fue favorable), y al perder la experiencia viva de nuestra corporalidad, comenzamos a experimentarnos a nosotros mismos como algo ajeno a la naturaleza. Separarnos de nuestro cuerpo, que es una manifestación de la naturaleza, implicó separarnos también de la naturaleza toda. Este paso evolutivo de ninguna manera puede ser considerado como totalmente negativo. Como iremos viendo a lo largo de este libro, el desarrollo del lenguaje y el pensamiento nos ha constituido como seres humanos. Somos lo que somos como individuos y como especie porque hemos desarrollado el lenguaje y el pensamiento abstracto. Sin embargo, este enorme progreso ha traído aparejada la profunda sensación de alienación, de orfandad, de separación de la naturaleza y del Universo que experimenta la absoluta mayoría de los seres humanos. Los distintos traumas psicológicos que podemos ir experimentando a lo largo de nuestra vida (y que requieren de atención psicológica), tales como pérdidas, separaciones, abusos o abandonos, por citar sólo algunos, se montan sobre esta herida básica y pueden empeorarla. Así como todas las experiencias de amor, cuidado y aceptación ayudan a sanarla. Pero es fundamental comprender que la herida básica no es una cuestión meramente psicológica, no es algo que nos ocurrió y que podemos encontrar en nuestra biografía para reparar. La herida básica es una condición de nuestra especie, y ha determinado la forma en que habitamos este planeta y nos relacionamos entre nosotros y con el medio ambiente. Es la expulsión del Paraíso, el pecado original (que nada tiene que ver con haber hecho algo malo como individuos o como especie), es la caída, la separación básica, la pérdida primordial.

      En la mayoría de las conferencias y cursos que brindo suele aparecer la siguiente pregunta: en términos de la evolución del Universo y de nuestra especie, ¿qué sentido tiene que debamos experimentar esta separación? Si el desarrollo del pensamiento abstracto y el lenguaje ha determinado la existencia de esta herida, de esta alienación, ¿entonces por qué se han desarrollado? ¿Constituyen un error en la evolución de la especie humana? ¿Por qué perdemos el sentido de unidad; por qué ha ocurrido la separación dando lugar al individualismo, al egotismo, que es el origen de todo sufrimiento personal y colectivo?

      Como lo expreso en muchos pasajes de este libro, procuro no recurrir a explicaciones metafísicas que exijan creer ciegamente en cualquier forma de explicación de los grandes misterios de la existencia. Y al mismo tiempo soy consciente de que pretender ir más allá de una metáfora o un mito en el afán de conocer o interpretar las intenciones del proceso evolutivo del Universo, es sin duda una osadía y una arrogancia. El solo hecho de atribuirle intencionalidad, ya lo es. Que cada parte constituya una síntesis del todo no significa que pueda comprender a la totalidad. Sin embargo, es legítimo el intento de profundizar cada vez más en nuestras preguntas, en la búsqueda de hacer nuestro propio aporte a este majestuoso proceso evolutivo que llamamos Cosmos.

      Sabemos que la evolución del pensamiento y el lenguaje constituyó la expulsión del Paraíso. Una vez que estos desarrollos psiconeurológicos estuvieron plenamente desplegados, perdimos la fusión que experimentan los animales, y todo ser humano extraña esa experiencia de profunda integración con lo que lo rodea. Sin embargo, esta unidad de la que goza el animal, es una unidad inconsciente. Los vegetales y los animales son uno con su paisaje, pero no son conscientes de ello. Quizás, el sentido evolutivo de nuestra alienación es que perdemos esa profunda unidad inconsciente, pero tenemos la posibilidad de alcanzar una unidad superior, siendo conscientes de nosotros mismos e incluso tal vez, devolviéndole al Universo consciencia de sí. Pareciera que, evolutivamente, tenemos que experimentar esta agonía existencial a fin de pasar de la fusión inconsciente del animal a la unión consciente y trascendente de la mente realmente despierta.

      Probablemente, nuestra actual alienación, sea sólo un instante evolutivo en el eterno flujo del Tao, una ilusión de la consciencia, como afirmaba Einstein, de la cual todos podemos despertar haciendo el trabajo necesario, y de la cual quizás, la humanidad entera despertará cuando una masa crítica haya alcanzado esta evolución de la consciencia.

      Por tratarse de un tema existencial, universal, inherente a todo ser humano, trabajar en la sanación de la herida básica, constituye una condición previa para la posterior sanación de las innumerables heridas psicológicas que experimentamos los seres humanos y que se acumulan en nuestro inconsciente colectivo, generando el sufrimiento global que presenciamos día a día. Ésta es precisamente la función de la meditación en general y, muy especialmente, del método que aquí compartiremos.

      La Meditación Primordial es un método orgánico, sencillo, enraizado en la profundidad de nuestro cuerpo vital en el presente infinito, que es lo mismo que decir el sin-tiempo. Nos brinda la posibilidad de meditar en todo momento y lugar, como una práctica permanente de presencia y apertura a la vida, centrado en la recuperación de la experiencia vital-energética del aquí y ahora.

      La esencia de la Meditación Primordial consiste en profundizar, agudizar y sensibilizar la percepción de nuestro propio interior, hasta que podamos descubrir en lo más profundo de nosotros mismos nuestra corporalidad orgánica, nuestra cualidad energética y finalmente la inteligencia cósmica que nos habita brindándonos vida y consciencia a cada instante.

      Consiste en sencillos ejercicios respiratorios, de consciencia corporal y apertura a nuestra realidad energética-vibratoria, como medios para alcanzar la percepción de las dimensiones sutiles de nuestro organismo; luego, de nuestros semejantes; y, finalmente, del Universo como un todo.

      Nuestro ego es el resultado de nuestra historia, de nuestras interacciones con el ambiente, nuestra familia y la sociedad. En cambio, nuestro Ser original, la información que nos constituye desde el momento en que fuimos concebidos, pertenece al eterno fluir del Universo; por ello ha sido denominado lo “no nacido”, aquello que no pertenece al devenir, a las circunstancias.

      Retomando


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