Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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En tanto permanezca en la consciencia de remolino, es decir creyendo que es sólo eso, un evento circunstancial en la corriente, en algún momento de su evolución sabrá que, así como en un instante comenzó, tarde o temprano desaparecerá, siendo absorbido nuevamente por el río al cual pertenece y del cual es sólo una configuración, una forma pasajera. Comenzará entonces a experimentar la angustia de la impermanencia, de la disolución, es decir, la consciencia de la muerte. Esto es precisamente lo que ocurrió con nosotros como especie, en el momento en que se desarrolló nuestro neocórtex y pudimos recordar el pasado y anticipar el futuro. Fuimos la primera especie en este planeta que tomó consciencia del morir. Si, por el contrario, el remolino accediera a la conciencia de río, comenzaría a experimentar la posibilidad de que la corriente lo absorba como una simple transición a otro estado de ser, mucho más vasto y fluido, y comenzaría a disfrutar de jugar con la corriente sin apegarse a las formas momentáneas. Esto es lo que ocurre con los seres humanos que comienzan a entender que forman parte de una totalidad más abarcativa, dentro de la cual se mueven aparentemente separados, trascendiendo así la ilusión de la separación. Y si el río expandiera su consciencia, dejaría de temer al llegar a su desembocadura, pues comprendería que él no muere en el mar, sino que se convierte en mar. Y si el mar pudiera realizar un trabajo sistemático para expandir aún más su percepción y accediera a la conciencia de agua, comprendería entonces que su identidad más profunda no es la de esta forma particular que adopta el río cuando se arremolina, ni tampoco la del río entero en todo su transcurrir desde la montaña hasta el mar, ni aun la del océano entero, sino la de este misterioso elemento que no sólo puede ser río, lago o mar, sino que puede manifestarse como algo sólido al congelarse, como líquido al derretirse o como gas al evaporarse. Y podríamos ir aún más allá en esta metáfora, trascender incluso la consciencia de hidrógeno y oxígeno, alcanzar la dimensión de las partículas subatómicas y la del vacío que contienen, llegando así a la dimensión vibracional que crea y sostiene a todo el Universo. Nuestro remolino comprendería que él, al igual que todo lo que existe, es energía vibratoria condensada en una forma material pasajera. Y yendo aún más allá, podría comprender que no es sólo energía vibratoria, sino que, en lo más profundo, él es esa inteligencia que integra las partículas vibratorias para constituir el oxígeno y el hidrógeno, y luego los sintetiza para crear agua. Entonces nos encontramos en la Conciencia Cósmica, la experiencia de unidad, la epifanía, la revelación del carácter unitivo y sagrado de todo lo que existe, lo que implica a su vez la auténtica sanación de lo que hemos denominado nuestra herida básica, es decir, la sensación de estar aislados, separados de la naturaleza, sin raíces profundas en el Universo.

      Y lo más importante, para alcanzar esta profunda comprensión, no necesitamos de ningún sistema de creencias, pues se trata de una experiencia inmediata para quien hace el trabajo de buscarla. Todo lo que acabamos de describir, acerca de la forma en que se constituye la materia a partir de fenómenos vibracionales, ha sido demostrado por la ciencia. Quien posea una fe para orientarse en su vida, podrá interpretar esta vivencia de acuerdo con la misma, y le dará a esta presencia, un nombre, una identidad, con forma y atributos; quien no, lo hará desde una mirada empírica o científica, y lo considerará como el misterio del Universo. En ningún caso habrá contradicciones ni incompatibilidades. Esta profunda mirada yace en el corazón de todas las religiones más allá de sus diferencias culturales, y se encuentra también en la búsqueda empírica de la verdad que caracteriza a la ciencia.

      A lo largo de la vida, desde el preciso instante de nuestra concepción, vamos pasando por estadios y experiencias similares a las que hemos descrito con la metáfora del remolino. Varias de estas etapas, como la que nos lleva desde ser un embrión a ser púber, se dan de forma casi automática; sin embargo, llega un momento en el cual es preciso asumir el compromiso del desarrollo personal y transpersonal para alcanzar niveles de consciencia en los cuales experimentar la unidad, la naturaleza original, la profunda consciencia del propio Ser.

      Así entendido, sin necesidad de recurrir a fantasías metafísicas, el Ser se nos revela como una apertura más allá (antes, después y fuera) del espacio y el tiempo, más allá del nacimiento y la muerte, no siendo nunca desvirtuado por las circunstancias de la vida, pues pertenece al Flujo Universal del que todo emerge y al que todo retorna. El agua puede ir hacia y volver del cielo interminablemente, adoptando en este viaje eterno las más innumerables formas y ocupando incontables espacios, como vapor, nube, gota de rocío, arroyo, río o mar, pero el hidrógeno y el oxígeno, así como la energía vibratoria que los crea y los integra, seguirán siendo siempre lo mismo. Sólo la experiencia viva y directa (es decir sentida, no sólo pensada) de esta dimensión, permite que el ego descanse de su temor permanente y de su compulsiva y agotadora búsqueda de seguridad, placer y evitación del dolor. Si en lugar de aferrarnos a ser agua de una fuente, de un río, de un lago o del mar, nos percibimos a nosotros mismos como una maravillosa síntesis de hidrógeno y oxígeno, y aún más allá, como un vacío vibratorio (subatómico, cuántico) que adopta la forma de moléculas, podremos estar abiertos y disfrutar de todas las formas en que podamos experimentarnos a nosotros mismos y a los otros, cuya naturaleza más profunda es idéntica a la nuestra. Ésta es la esencia de la libertad, de la sanación superior, de la trascendencia, y es la fuente de la más auténtica y profunda moral, es decir, la que no proviene de mandatos, sanciones ni castigos, sino de la percepción inmediata de nuestra unidad con todo lo que existe, y especialmente con nuestros semejantes, es decir, del amor.

      Cuando me refiero al Ser no estoy recurriendo a ningún concepto metafísico. Según la física, los mismos átomos que aparecieron a partir del Big Bang siguen existiendo ahora, formando distintos cuerpos celestes y todo lo que éstos incluyen. Cada vez que un sol estalla, libera al espacio los materiales esenciales con los que se construirá un nuevo sol, así como planetas y asteroides. Los átomos que formaban parte del sol desaparecido constituirán ahora un nuevo sol. Como los mismos físicos suelen decir, los átomos “reencarnan” eternamente, y en cada nueva “reencarnación” mantienen la información, la memoria que traen desde el pasado. Es probable que muchos de los átomos que constituyen tu cuerpo hayan existido desde el mismo Big Bang; y con seguridad, todos ellos han sido parte de soles que estallaron y liberaron los materiales esenciales con que se construyeron otros soles, y así hasta formar parte de la tierra de la que tú has emergido, o de los asteroides que, según otras teorías, trajeron las bacterias de las que surgió la vida en nuestro planeta. En cualquier caso, somos portadores de una información cósmica ancestral y extraordinaria.


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