Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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búsqueda de la verdad. Todas las ideas nuevas resultan amenazantes para su frágil ego, parapetado detrás de sus paradigmas y teorías. A la larga se convierten en un impedimento para la evolución del conocimiento y la ciencia. Pero por supuesto, ellas están convencidas de ser paladines de la verdad. Como en todos estos casos, en la medida en que la persona no bucee en su propia emocionalidad y en su sombra7, mantendrá discursos pseudointelectuales en los que ninguna observación hará mella. Nunca admitirán que combaten a los innovadores por miedo a perder su propio status y su poder; ellas están convencidas de que lo hacen defendiendo el “status de la ciencia”. Otro tanto ocurre con los artistas que sólo crean pensando en la exhibición, los deportistas que sólo esperan que su performance sea admirada o incluso los profesionales que viven en busca del reconocimiento. En todos estos casos, el verdadero sentido del saber, que consiste en ser instrumentado para el servicio, se pierde en los laberintos del ego patológico, es decir, del egotismo. Su voz interior les repite: “muéstrame cuánto sabes y te diré cuánto te amo”.

      Muchas personas obtienen sensación de valía por el hecho de pertenecer. En este caso lo importante es demostrar que uno es parte de un club, élite, raza, pareja, clan, género, religión, sindicato, partido o de cualquier otra organización que brinde sensación de formar parte, es decir, en definitiva, de identidad a través de la pertenencia. En muchos casos, las personas están dispuestas a perder su individualidad, su autonomía y su capacidad de decidir por sí mismas, con tal de pertenecer y recibir la aceptación del exterior. Estas personas sufren profundamente por celos, por el peligro de ser desplazados. Pueden tornarse hipersensibles a los juicios, las críticas e incluso a comentarios no muy graves de otras personas, que amenacen su sensación de ser aceptadas, de formar parte. Para ellas es fundamental sentir que son reconocidas, que tienen un rol: ser la esposa, el marido, el socio, el miembro, el partidario, y la posibilidad de perder estos espacios las angustia profundamente. El temor a ser traicionadas suele hacer sus vidas, y las de quienes los rodean, muy difíciles de sobrellevar. Aquí el mensaje inconsciente es: “sé parte de, sé mío, sé mía, pertenéceme y sólo entonces te amaré”.

      Otra modalidad de buscar sensación de valía es la compulsión a sentir. En este caso las personas buscan incesantemente tener experiencias, vivir aventuras, viajar, arriesgarse, explorar cosas nuevas, tener romances, conocer el peligro, liberar adrenalina. En efecto, suelen volverse adictas a esta hormona y caer en una carrera desenfrenada por lo nuevo, lo excitante, lo desconocido. Otra modalidad de esta tendencia se manifiesta en la compulsión al placer, que lleva a los excesos en la comida, las sustancias, el sexo y en toda forma de gratificación.

      En todos los casos de compulsión a sentir, el pensamiento es atacado y desvalorizado, y entonces las personas caen en la impulsividad, en el desenfreno, con las graves consecuencias que esto suele traer aparejadas.

      A lo largo de todo este trabajo voy a insistir en la importancia del sentimiento, de trascender la relación puramente mental y abstracta con la realidad, que es consecuencia de la disociación del cuerpo. Por lo tanto, de ninguna manera estoy desvalorizando aquí el valor de sentir, de experimentar, de vivir intensamente, así como tampoco la importancia de hacer, tener, poder o saber. Lo que estoy señalando es que cuando el sentir, o cualquier otra actividad, se tornan compulsivos, defensivos y se convierten en formas de evitar el contacto con las propias carencias, entonces dejan de ser capacidades y conductas saludables que enriquecen nuestra vida y se convierten en obsesiones que nos limitan y empobrecen. La voz interior de los experimentadores compulsivos suele manifestarse como “siente, siente, siente, te amaré en tanto y en cuanto no pienses”.

      Una de las formas egóticas de procurar una sensación de valía más difíciles de detectar es la de dar. Aparentemente, nada es más lejano al egoísmo que el dar. Sin embargo, al igual que en todas las otras modalidades, en ésta, lo que debemos considerar no es la acción en sí misma sino la intencionalidad más profunda, la fantasía de base, la actitud desde la cual se hace lo que se hace. En este caso, el dar no es el resultado de una auténtica generosidad, puesto que lo que se busca es comprometer a la persona que ha recibido, para que devuelva lo que recibió haciendo sentir valiosa a quien se lo dio.

      Todas estas formas de obtener valía terminan siendo, tarde o temprano, generadoras de mucho sufrimiento, pues ninguna de ellas permite obtener lo que se está buscando; pero quizás la forma más curiosa y dolorosa sea la búsqueda de valor e identidad a través del sufrir. Las personas que eligen este difícil camino sienten que valen, que merecen ser consideradas, queridas y respetadas, por el hecho de que sufren. A mayor sufrimiento se consideran más importantes y más merecedoras de la valoración de otros. Este camino no sólo trae un enorme sufrimiento para la persona que lo transita sino para todos aquellos que la rodean. La tendencia a victimizarse permanentemente convierte la convivencia con ellas en una experiencia muy complicada. Estas personas construyen a su alrededor un laberinto en el cual no hay salida para el sufrimiento, el que las atrapa tanto a ellas como a las personas con quienes conviven. “Muéstrame cuánto sufres y te amaré en la misma medida”, parecen escuchar.

      Podríamos explorar muchas otras modalidades, y por supuesto, podemos encontrar muchas de ellas, en distintas proporciones, en cada persona. La preponderancia de cada uno de estos patrones determina distintos estilos de personalidad. Pero más allá de la enorme variedad de estrategias egóticas que los seres humanos hemos desarrollado, lo importante es comprender el factor esencial que todas comparten: el olvido del valor intrínseco de nuestra naturaleza primordial y la búsqueda de valía en el mundo exterior. Casi todo lo que hacemos los seres humanos, podemos hacerlo desde una actitud defensiva, lo que traerá aparejada cada vez más frustración; o podemos hacerlo de un modo genuino, lo que traerá aparejada la auténtica felicidad.

      Por más disfuncionales que sean todos estos patrones, y muchos otros, es fundamental no juzgarlos como tendencias autodestructivas del ego. El ego no busca autodestruirse; lo que hace es buscar formas ignorantes de nutrir su identidad a partir de su sensación de no valer, de no ser real. Y dado que en efecto no es real, ninguno de estos caminos le brinda verdadera satisfacción. En efecto, el ego puede terminar autodestruyéndose y destruyendo todo lo que le rodea, pero cuando esto ocurre, lo hace por error. Autodestruirse, no es su motivación más profunda, sino una consecuencia de su ignorancia existencial. Es muy importante discriminar entre las consecuencias desfavorables y no deseadas que aparecen como consecuencia de la ignorancia, de las que podrían aparecer como resultado de una tendencia innata a la autodestrucción. En general, las teorías que proponen la idea de que el ego busca autodestruirse, se mueven dentro de lo que denomino el “paradigma del mal”, que concibe la existencia de una maldad original que habita en todo ser humano. Este paradigma sólo genera rechazo y agresividad hacia aquello definido como malo, con lo cual perpetúa el sufrimiento. Como especie, nos urge cambiar esta mirada por el “paradigma de la ignorancia”, que genera el deseo de asistir, enseñar, educar a aquello que produce daño para que deje de hacerlo. Ésta es la actitud que es preciso cultivar hacia nuestro ego y sus limitaciones. El paradigma del mal termina siempre desembocando en la necesidad del castigo. El paradigma de la ignorancia conduce a la educación.

      Es preciso volver a señalar, como espero poder demostrar con mayor claridad a lo largo de todo este trabajo, que esta mirada de ninguna manera propone la renuncia al mundo. No se trata de renegar de los beneficios de vivir en una casa que nos agrade, de disfrutar de un buen auto, de rechazar el ahorro o de aislarnos en la soledad para evitar relaciones en las que podamos caer en alguna forma de manipulación. Nada de esto es crecimiento personal ni evolución espiritual, es escapismo, es miedo a la vida. Lo que aquí propongo es una relación libre y sin identificaciones con las cosas del mundo, lo que es muy distinto. Poder, hacer, tener, saber, pertenecer, sentir, dar e incluso experimentar el dolor, son todos condimentos fundamentales de la vida. Si nuestro paso por el mundo no implicara experimentar todas estas posibilidades, nuestra existencia no tendría sentido alguno. No es cuestión entonces de mantenernos en una asepsia existencial, de renunciar a todo, de no tener experiencias, sino de explorar todo ello pero sin identificaciones, sin perdernos en las cosas, sin confundir nuestro Ser con el saber, el tener, el hacer o cualquiera de las otras posibilidades.

      La única solución a todas estas tendencias es comprender que el ego no existe, que es sólo un conjunto de funciones psíquicas (memoria, atención, concentración,


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