Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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sostiene por ejemplo que los problemas espirituales son siempre producidos por trastornos sexuales (como lo hacen algunas teorías reduccionistas) o que los problemas sexuales son siempre espirituales (como lo hacen algunas teorías elevacionistas), sino que respeta el planteo de quien consulta y el nivel en que experimenta sus desafíos, adoptando una práctica personalizada e integral. Para ello se trabaja en diversos planos y con diversas disciplinas. Pero todas éstas deben surgir de una visión integradora del ser humano, la sociedad y el Cosmos.

      LA INTEGRALIDAD MAL ENTENDIDA

      Una cosa es integrar y otra muy distinta es mezclar indiscriminadamente. Una concepción muy errónea de la integralidad consiste en creer que basta con reunir alguna práctica corporal-energética, una emocional-relacional, otra práctica lingüística-cognitiva y algún ejercicio espiritual, para que un método pueda ser considerado integral. Este error es gravísimo y puede generar graves perjuicios a las personas que se acerquen a este tipo de propuestas.

      Para que un conjunto de métodos y técnicas sea realmente efectivo no basta con que tome en cuenta todas las dimensiones de lo humano. Es preciso también que lo haga desde un núcleo conceptual en lo posible único, y si no, por lo menos, de diversos marcos que sean realmente factibles de ser integrados en una síntesis coherente.

      Un ejemplo que suelo utilizar con frecuencia pues me parece muy ilustrativo, es si podríamos, por citar sólo alguna combinación, hablar de un “yoga psicoanalítico”. Aunque pueda parecer interesante introducir en una sesión de psicoanálisis algunos ejercicios de yoga, no podemos desconocer que el psicoanálisis y el yoga parten de concepciones de la naturaleza humana absolutamente incompatibles. Lo que para el yoga es la meta fundamental de la práctica: la unión con el principio universal, para muchos psicoanalistas consiste en una regresión psicótica, pues en general el psicoanálisis (salvo honrosas excepciones) nunca distinguió entre la unión que puede alcanzarse en los más altos niveles de la consciencia, con la fusión característica de los procesos regresivos patológicos.

      La mera mezcla de técnicas sin considerar los modelos y los supuestos de los cuales provienen, puede llevarnos a propiciar prácticas confusas y en algunos casos hasta perjudiciales.

      Para que una práctica pueda ser considerada verdaderamente integral debe estar arraigada en una concepción única y coherente del ser humano, de sus aspectos sombríos, de sus potencialidades, de sus rasgos saludables y patológicos y de todas sus dimensiones. Cuando los métodos surgen a partir de un mismo núcleo teórico, entonces son coherentes entre sí. Sólo a partir de esta integración podremos trabajar con el cuerpo, la emoción, el lenguaje y la trascendencia, con la confianza en que todo lo que hacemos es coherente y apunta en el mismo sentido. De lo contrario sólo estaremos haciendo una mescolanza que puede terminar produciendo lo contrario de lo que estamos buscando.

      Aun así, es válido preguntarnos cómo se puede integrar todas estas prácticas en la agitada vida cotidiana, en la que caemos en la creencia de que apenas tenemos tiempo para lo urgente. La respuesta es muy simple: despertando la visión integral en las pequeñas cosas.

      SACRALIZANDO LA VIDA COTIDIANA

      Sostener una visión integral en la cotidianidad, implica trascender las acciones mecánicas, rutinarias y repetitivas, convirtiéndolas en actos conscientes en los que podemos percibir la profundidad inherente a todo lo que hacemos. Por ejemplo, la ducha matutina puede ser sólo un acto ordinario o ser un baño de purificación de todas las mañanas; comer puede consistir sólo en atiborrarse de sustancias tóxicas o en un acto sacralizado de nutrición del vehículo de nuestra conciencia; la sexualidad puede consistir en un acto biomecánico de descarga o evasión de la soledad, o puede ser un encuentro sagrado de unión entre dos seres humanos, que trascienden su alienación gracias al afecto mutuo; trabajar puede ser algo aburrido y mecánico para ganar dinero o puede ser un acto de autorrealización y servicio a la comunidad. Entonces, cuando la visión integral está incorporada, uno descubre la práctica integral todos los días, sin necesidad de un lugar especial ni horarios programados, simplemente sacralizando la vida instante a instante. Por supuesto que esto no descarta los beneficios de la meditación y los ejercicios psicofísicos, sino que los incluye. Por esta misma razón proponemos realizar breves meditaciones, pero repetidas a lo largo del día, a fin de ir profundizando nuestra percepción de los actos cotidianos.

      “Cruzamos el infinito a cada paso; nos encontramos con la eternidad en cada segundo”, nos recuerda el gran poeta bengalí Rabindranath Tagore.

      Es preciso asumir que mientras hablamos del desarrollo psico-espiritual, la guerra, la injusticia social y el terror siguen llenando las páginas de los medios de comunicación. ¿Qué responsabilidad nos toca frente a esta realidad?

      El trabajo integral trasciende nuestros pequeños intereses personales. Los seres humanos tenemos una responsabilidad ineludible en la evolución de la conciencia. Y éste no es un tema burgués ni un divertimento intelectual. De esto depende el futuro de la vida en este planeta: de la sencilla actitud cotidiana, que nos lleve a expandir nuestra conciencia cada día un poco más. La alienación básica de nuestra conciencia, el sentirnos en estado de separación de todo lo que existe, es la raíz de la mayoría de nuestros males. Ésta es la enfermedad esencial, y sólo la meditación, ayudada por la psicoterapia (o el coaching, o el counseling) individual y grupal, puede sanarla.

      Este trabajo se torna primordial. Como seres vitales necesitamos contactarnos con nuestra información primaria, que lamentablemente se empieza a bloquear cuando no recibimos la educación adecuada para crecer en libertad. Necesitamos recuperar nuestra memoria primal, el contacto con la Fuente, el origen de la vida, y desde allí nutrirnos, crecer y sanarnos. De lo contrario, la frustración crónica genera las semillas de la violencia.

      Me considero un pensador evolucionista, y asumo que el Universo tiene un sentido, que no es todo casualidad y que la conciencia humana ha evolucionado y seguirá haciéndolo, aunque no de manera lineal. Cuando alguien repite que “estamos peor que 2.000 años atrás”, afirmo que lo dice simplemente porque no vivió hace 2.000 años. Estoy de acuerdo en que siguen existiendo el imperialismo, la explotación de los humildes y nuevas formas de esclavitud, pero no en una forma tan brutal como en la época de Atila, del Gengis Kan o el Imperio Romano. Me da mucha pena salir a la calle y ver niños “trabajando”, pero era peor ver gente crucificada en la puerta de la propia casa. Me produce mucha tristeza saber que hay gente esclava de un salario bajo, y que aún existe la esclavitud literalmente, pero ya no se vende gente en las plazas públicas como se hacía antes. Es lamentable el mal uso de la tecnología, pero yo no querría volver a la época donde la gente moría de infecciones porque no se había descubierto la penicilina. Hay muchísimo por cambiar, pero creo que el ser humano ha evolucionado y sigue haciéndolo, porque el camino de la evolución es infinito. Indiscutiblemente, nuestro extraordinario progreso tecnológico no ha ido acompañado de un desarrollo moral y espiritual compatible. Pero aun así, estamos evolucionando.

      Considero que la clave para que la conciencia siga evolucionando está en la integración de la práctica corporal-psico-socio-espiritual. Si no desarrollamos una cultura en la cual el ejercicio físico, la dieta, el trabajo energético, la terapia, las relaciones interpersonales, el servicio y la práctica espiritual se integren, vamos a seguir disociados. Para alcanzar la paz en el mundo, antes tenemos que integrar nuestra sombra y nuestra luz, nuestro infierno y nuestro cielo interiores.

      Las culturas disociativas producen métodos disociativos. Los métodos disociativos producen personas disociadas. Y las personas disociadas, que viven en guerra consigo mismas, no hacen más que llevar su guerra interior afuera, sembrando el horror en el mundo. Según su energía lo harán pegándole a su mujer, persiguiendo a quienes piensan diferente o arrojando aviones contra los edificios, pero su estado de conciencia es siempre el mismo. El trabajo vivencial del Modelo Interacciones Primordiales nos lleva a estados de conciencia en los que realmente comprendemos y sentimos que somos una unidad con la totalidad de la vida. Una persona que accede a esta experiencia, pero no una o dos veces, sino en forma sistemática, no necesita cursos de moral. Una persona así, sana su división esencial, encarna


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