Meditación primordial. Daniel Taroppio

Meditación primordial - Daniel Taroppio


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básica consiste en la pérdida de contacto con nuestra naturaleza original, con nuestro Ser universal. En la medida en que el ego pierde el contacto con este núcleo de información primordial, comienza a experimentar una profunda sensación de vacío, de falta de valor intrínseco. Al igual que un árbol que ha perdido sus raíces, comienza a padecer una profunda desnutrición psicoespiritual. A partir de allí comienza una carrera compulsiva por recuperar su sensación de valía, buscando nutrientes, muchas veces, en el lugar equivocado. En la medida en que no lo hace por el camino correcto, que consistiría en buscar interiormente su identidad fundamental −su origen cósmico− esa carrera lo lleva de frustración en frustración. En tanto somos la manifestación de un poder universal creador de vida, no hay absolutamente nada en el mundo exterior que pueda brindarnos algo parecido a la conciencia de este valor fundamental. Por ello, la búsqueda del propio valor en el exterior es siempre infructuosa.

      ¿Significa esto que quien realiza un profundo trabajo interior termina desvinculándose del mundo, perdiendo el contacto con la alegría y la satisfacción genuinas que pueden brindarnos las gratificaciones cotidianas de la vida? De ninguna manera. En realidad, ocurre todo lo contrario: cuando lo que hacemos no tiene un carácter defensivo o evasivo sino que fluye desde el contacto con nuestra naturaleza más genuina, todo lo bello de la vida, las relaciones interpersonales, los placeres sensoriales, la contemplación de la belleza del mundo natural, el arte y, en fin, todo aquello que trae felicidad a nuestro corazón, no sólo no se pierde sino que adquiere un brillo y una riqueza mucho más intensas. Cuando lo que hacemos no busca compensar nuestra sensación de carencia o falta de valor, todo se torna mucho más real, vibrante, auténtico y significativo.

      Si esto no se comprende, el ego comienza a desarrollar todo tipo de estrategias para sentirse valioso. Muchas actitudes y comportamientos importantes y significativos, al ser desarrollados de esta manera defensiva, pierden su cualidad y su sentido original, convirtiéndose en modalidades que sólo llevan a la frustración. Podemos describir varias formas infructuosas para alcanzar este fin: la búsqueda de valer por medio del poder, del tener, del hacer, del saber, del pertenecer, del sentir e incluso, la búsqueda de valer por el dar o el sufrir, pero en todos los casos, la meditación profunda, complementada con otros medios de autoconocimiento, puede aportar la clave para liberarnos de estas actividades compulsivas y frustrantes.

      La búsqueda de valía personal por el poder caracteriza a las personas que sienten que son importantes en la medida en que dominan, controlan, coaccionan, someten, sobornan, compran, venden, esclavizan, critican, juzgan. Una de las formas de valía por el poder está dada, por ejemplo, por el poder de seducir, de conquistar, de convencer. En estos casos las personas se sienten poderosas en la medida en que subyugan y atrapan. Su falsa sensación de valía crece en la medida en que sienten que otras personas las observan y se sienten atraídos por ellas. En muchos casos este poder de atracción les permite manipular las decisiones ajenas a través de sus atractivos. Otro ejemplo se da en la violencia, en la posibilidad de dominar por medio de la fuerza física o de la coerción moral (desvalorizar, humillar) o a través del poder económico (sobornar, estafar).

      Una forma curiosa de poder se manifiesta en el juzgar y criticar. La persona juzgadora y criticona se siente poderosa en la medida en que muestra las debilidades, errores o flaquezas ajenas (proyectando las propias), una actitud que sólo genera rechazo y que, a la larga, suele abocar a una existencia solitaria y triste.

      Detrás de todas estas variantes de búsqueda de valía por medio del poder, podemos intuir que el individuo fantasea la voz de sus padres repitiendo: “demuéstrame que puedes y te amaré”. Por supuesto, tanto en este caso como en todos los que mencionaremos seguidamente, estas voces pueden, o no, haber existido. Eso no es lo relevante. El caso es que la persona cree que existieron y mantiene su existencia como voz interior.

      La búsqueda de valía por el hacer se presenta en las personas que padecen una compulsión a la acción, que sienten que permanentemente serán juzgadas o criticadas por no haber hecho lo suficiente, algo que procuran compensar invirtiendo una enorme cantidad de esfuerzo cada día. En los casos más graves, toda esta actividad termina siendo inconducente, es decir, no son personas realmente efectivas sino personas que hacen por hacer. Esto también aparece en personas realmente efectivas, por lo tanto la cualidad que realmente permite detectar esta búsqueda de valor, no pasa necesariamente por la efectividad o el éxito sino por la motivación que está detrás de la acción. Cuando lo que se busca es valer a través de la acción, el sentimiento profundo no está dado por el hacer cosas que impliquen un servicio, una auténtica entrega desde el amor, o una satisfacción interna y real, sino por una necesidad compulsiva de no caer en la falta, en el “pecado” de la inactividad, en la holgazanería. Suelen ser personas con una enorme dificultad para encontrar el sosiego, el descanso, la tranquilidad. Les cuesta muchísimo convivir con las cosas pendientes, pues padecen una eterna sensación de estar en deuda, de no haber hecho todo lo posible. Detrás de esta compulsión suele estar la sensación de la mirada de los padres (real o fantaseada) que juzgan la falta de determinación y acción y castigan lo que ellos pueden haber considerado como vagancia. La voz inconsciente en estos casos repite permanentemente: “haz mucho para que te amen mucho”.

      Las personas que buscan valer a partir del tener sufren una compulsión a la posesividad. Viven identificados con las cosas que poseen, confunden su Ser interior con sus posesiones y viven en una permanente búsqueda de nuevos objetos, porque por supuesto, ninguno alcanza. Lo que en un momento fue la casa ideal, en poco tiempo quedará chica; el auto perfecto pasará de moda; la ropa más elegante ya no lucirá bien; entonces, la carrera por el consumismo es eterna. Hasta las relaciones interpersonales, el trabajo y la búsqueda de gurúes pueden caer en esta modalidad, lo que lleva a estar saltando de una pareja, de un empleo o de una maestra o maestro a otro, incesantemente. No es de extrañar la alta frecuencia de alcoholismo, drogadicción, promiscuidad e incluso suicidios que se presenta en las personas altamente adineradas. Quien no tiene, puede seguir moviéndose por la búsqueda ilusoria. Quien lo tiene “todo” y descubre que allí no hay nada, o se ilumina, o cae en la peor de las depresiones.

      Cuando este tipo de personas, en lugar de identificarse con los objetos, se identifica con el dinero, entonces en lugar de comprar, lo que hacen es acumularlo patológicamente, lo que es muy distinto al ahorro sano. La persona que ahorra tiene en vista un objetivo al cual no puede llegar de manera inmediata, pero cuando llega, utiliza sus ahorros y disfruta de lo que ha conseguido. La persona que acumula patológicamente termina no llegando nunca a nada concreto, puesto que lo que busca es la falsa seguridad en la posesión del dinero mismo. Estas personas pueden llegar al final de sus días sin haber disfrutado nunca de lo que ahorraron. En estos casos, no hay cuenta bancaria que sea suficiente, siempre estarán preocupadas por conservar y juntar más y más. Una patología bastante grave se presenta en aquellas personas que acumulan objetos innecesarios, e incluso tóxicos y peligrosos. Existen personas que acumulan animales. Se conocen casos de personas que han llegado a convivir con decenas de perros o gatos en pequeñas casas, tornando su espacio vital en algo tan antihigiénico, que para cualquier otra persona sería insoportable. Pero de todas las formas de posesividad, la más triste es la del amor. Cuando esta tendencia retentiva pasa por la afectividad, las personas pueden pasar sus vidas en la más profunda soledad (no pudiendo entregar el amor), o bien intentar poseer a otra persona, la que se convierte en un objeto de su propiedad. Aquí la voz interior perece repetir: “todo es escaso, en especial el amor, consigue todo el que puedas y acumúlalo”.


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