En la boca del cocodrilo. Ana Goffin
Michael Crichton
Imagina una ciudad habitada por cocodrilos. Tú eres uno de ellos. Está sobrepoblada, no es segura, hay desempleo, la situación económica se tambalea. Desde que sales de casa por la mañana, para trabajar o dejar a tus hijos en la escuela, luchas con el transporte público deficiente, el tráfico y la posibilidad de ser asaltado para quitarte el celular, la cartera o la bolsa. Llegas a la escuela de tus hijos, hay una larga fila para la revisión de mochilas. Los niños cocodrilo llevan armas a clases. Al llegar a tu oficina, tu jefe está furioso porque le quitaron un nuevo contrato, te grita y tú te quedas petrificado frente a él. ¡No es momento de perder el trabajo! Unos instantes después, recibes una llamada de tu mamá, está preocupada, tu hermana menor no llegó a dormir. No contesta su celular… Te preguntas si estará viva o no. Sientes una angustia muy profunda.
Así va sucediendo un evento tras otro en esa ciudad. Para completar el cuadro. Una pandemia cae sobre sus habitantes, desestabilizando todos los modos familiares y conocidos de vivir e interactuar. El aislamiento, la enfermedad y la muerte se suman al escenario, incrementando aun más la agresión y la violencia. El miedo al contacto humano, a la intimidad.
Los cocodrilos responden a su entorno cómo pueden: usando su cerebro de reptil dotado para huir, escapar o atacar. Ese cerebro no está entrenado para conectarse con las sensaciones corporales, los sentimientos y el pensamiento. De ahí se deriva su conducta tan “animal”.
Es una desilusión no obtener lo que deseamos, en especial cuando se trata de nuestras relaciones personales, ya sea con nuestra pareja, hijos, jefe, amigos o empleados. Y lo más frustrante de ese infortunio es que eso suceda ¡por el cocodrilo que vive dentro de nosotros! Sí, leíste bien. En tu mente hay un reptil y te pone en “modo cocodrilo”: reactivo, impulsivo y fuera de control, violento incluso. O te lleva al otro extremo: te congela, te lanza a las garras de la sumisión, paralizándote por completo.
No puedes controlar las reacciones de los demás, pero sí puedes elegir cómo responder ante ellas. Con esto quiero decir que solamente tú estás a cargo de ti. A ti te corresponde elegir, dejar atrás al reptil que te mete en tantos problemas y te aleja de tus capacidades humanas de alto nivel. Ese reptil debería funcionar como un aliado en tu vida, no actuar en tu contra.
El cocodrilo interno se encarga de las reacciones de lucha y huida. Se relaciona con la supervivencia
En “modo cocodrilo desconectado” de tus sensaciones, emociones y pensamiento, no eres productivo, se te dificulta colaborar, te puedes sentir aislado, ser violento, primitivo, explosivo y ciego para encontrar una salida a tus problemas, porque las “lágrimas de cocodrilo” nublarán tus habilidades para luchar o huir, según sea el caso.
Por añadidura tu inteligencia emocional estará sepultada en lo más profundo de un pantano, en tu sistema límbico. Te quedarás atrapado en relaciones dependientes, tal vez rodeado de personas tóxicas, problemáticas, en amores caóticos y altamente peligrosos, relaciones patológicas o con personas que padecen una adicción y no se han recuperado. Tú mismo te pondrás en riesgo de ser una víctima, o tal vez, te conviertas en alguien abusivo, violento y sin control sobre tus impulsos.
Si tienes dificultades para manejar tus reacciones o has sido víctima de cualquier tipo de terrorismo íntimo, agresión, abuso o violencia de género, este texto es para ti. Te ayudará a comprender cómo funcionan la agresión y la violencia en la vida cotidiana. Además de brindarte herramientas muy útiles para experimentar el mundo desde otra óptica y sanar.
A partir de la premisa de que podemos defender nuestra integridad, prosperar, tener relaciones sanas con los demás y ser mejores personas: La violencia es previsible y se puede prevenir.
No existe una mayor fuente de bienestar y felicidad que tener una conexión honesta con otro ser humano, sin sufrimiento y sin dolor. El amor es lo único en la vida que no duele, cuando lastima, algo no anda bien, aunque, como hemos “normalizado la violencia”, no tomamos decisiones a tiempo.
Vivimos en un mundo dónde maltrato y crimen conviven con nosotros día a día. Es “normal” escuchar en las noticias cuántos muertos hubo en el día.
Es momento de que cada uno de nosotros hagamos algo, ¿no lo crees? La violencia nos concierne a todos y podemos prevenirla a través de la psicoeducación, no a través de la agresión.
Este problema no compete exclusivamente a las instituciones o a los gobiernos. Éstos no siempre hacen su trabajo adecuadamente, lo cual colabora para que estemos hundidos en el pantano más oscuro.
La violencia se gesta en nuestros propios hogares, desde nuestra infancia. Nos inculcan una serie de creencias irracionales ridículas: “Las niñas bonitas y educadas son calladas, agradables y antentas”, por ejemplo.
El machismo corre por las venas de las familias, la mujer lucha contra una incapacidad histórica para ser respetada. De ahí nace la lucha violenta de muchas mujeres: de una cultura y una sociedad que ignora y quebranta sus derechos. Sin embargo, esa guerra sólo trae consigo más de lo mismo: abuso, agresión y violencia.
Adquirir conciencia de cómo cuidar nuestra salud mental, poner límites, pedir ayuda, cambiar nuestras creencias limitantes, apoyarnos entre nosotras y educarnos emocionalmente para prevenir lo que sí está en nuestras manos, es una responsabilidad personal. No está bajo nuestro control directo evitar una guerra; combatir a los narcotraficantes, a los feminicidas o al crimen organizado. Sí está en nosotros, como individuos y sociedad civil, erradicar el abuso y la violencia en nuestras relaciones personales. Podemos aprender a vivir sin violencia. La rabia, el enojo, la ira y la frustración son emociones necesarias. Sin embargo, no son sinónimos de violencia. Ésta es la manifestación inadecuada de esas emociones, es un modo abusivo de expresarlas. Basta con escuchar la radio y prender la televisión para encontrar ejemplos.
Los cocodrilos no usan su inteligencia emocional. Reaccionan y explotan, o se congelan y se convierten en víctimas de un cocodrilo más grande y más fuerte.
Yo, como mujer, tomo esta postura: ¡No más violencia contra nosotras! Como maestra en Salud Mental, elegí mi trinchera: la psicoeducación. Sin nuestra participación, no podremos cambiar nada, y si cada una empieza a trabajar en su persona, podrá ir contagiando, a través de su empatía, conciencia y conocimiento a las demás.
Las “mujercitas” no debemos estar calladitas. Como dije líneas arriba, recibí más de cuarenta historias de mujeres de diferentes partes del mundo para este libro, ninguna de hombres. No dudo que fueran víctimas de violencia, pero simplemente no quisieron contar sus experiencias. Tal vez sea un asunto cultural. A ellos se les “educa” para ser fuertes y desconectarse de sus emociones: “¡los hombres no lloran!”. ¿O tendrá algo que ver que ellos son los perpetradores de más de 85% de las muertes por violencia de género?
Alma Delia Murillo narra en un conocido diario en México: “Quienes escribimos —hombres o mujeres— sabemos que escribir y publicar es un ejercicio de exposición, es una forma de mostrar el interior, de ponerle nombre y firma a una postura vital o política; sabemos que la incomodidad y la vulnerabilidad vienen con este oficio. Pero es notable el sesgo agresivo hacia las mujeres, la saña con la que se descalifica y —pareciera que eso nunca va a cambiar— el irresistible ataque contra el cuerpo femenino que sigue siendo territorio de conquista, afirmación, ofensa y trofeo” (Murillo, 2020).
II. FELÍZ AÑO NUEVO
Ves venir al cocodrilo,
sabes que te devorará pero
te sientes atraída por su tamaño,
su belleza y masculinidad.
No mides el peligro, no ves las señales.
Hasta que es demasiado tarde
y ya no hay manera de recuperar tu vida…
Tengo frío, no sé dónde estoy. Mi cuerpo está desnudo, siento la humedad sobre mi piel, huele a sangre. No veo nada, puedo oler también un plástico que me cubre. Siento miedo. ¿Dónde estoy?