En la boca del cocodrilo. Ana Goffin
digas tonterias, ¿de dónde sacas ese cuento?”. Le platiqué lo sucedido. Mi abuelo regresó en su ausencia y me dijo que yo era su nieta preferida y me daría dinero si le permitía hacerme cariños. Nunca le di detalles. Después no se lo conté a nadie. Me lo guardé para mí.
Mi abuela esperó a que mi hermano y yo nos fuéramos a dormir. Escuchamos gritos. Mi hermano y yo salimos al pasillo, allí ellos peleaban sin cesar. Estaba aterrorizada. Cuando nos vieron, mi abuela me señaló con el dedo, me gritó muy enojada: “¡Todo esto es por tu culpa!”. Mi abuelo negó todo, aseguró que yo inventaba historias, eso no había sucedido más allá de mi mente. Algo estaba muy mal en mi cabeza.
Nunca me volvió a hablar, ni se volvió a acercar a mí. La vergüenza cayó sobre mi persona como un valde de agua fría. La familia me veía con malos ojos, como si fuera una loquita mentirosa. Me sentía sola, indefensa y culpable.
De regreso a casa, mis padres no volvieron a hablar del tema. Cuando íbamos de visita con los abuelos, mi abuelo y yo no cruzábamos palabra. Mi abuela me veía con cierto recelo.
Intenté enterrar en mi memoria todo lo sucedido. A veces lograba no pensar en eso y olvidarlo por un tiempo. Sin embargo, los recuerdos me asaltaban cuando veía una escena en la que hubiera un beso o algún acercamiento sexual.
Me aislé de cierta manera, para protegerme. No tuve ninguna relación amorosa o acercamiento físico con un hombre hasta los 24 años. Tenía miedo de amar.
Hoy, por primera vez cuento mi historia. Estoy segura de que escribirla fue sanador para mí y espero sea así también para las mujeres que la lean y hayan pasado por alguna situación de abuso sexual. Ustedes no son la únicas. Aunque este tema es muy doloroso para nosotras, es necesario aceptarlo y enfrentarlo. Si lo ignoramos, cada vez será un clavo más punzante en nuestra mente y nuestro corazón.
Cuando recibí el mail con las vivencias de Clara, me sentí muy conmovida, pues la conozco personalmente y desconocía esta parte de su vida. Ella es hoy una mujer fuerte e independiente. Tiene tres hijas. La admiro mucho. Es exitosa en su carrera profesional y está muy comprometida en su crecimiento personal y espiritual. Ha recorrido un largo camino para superar esta vivencia.
El compartir su historia con nosotros tiene mucho valor en su proceso de sanar. Gran parte del daño sufrido después de un abuso es el silencio y la ocultación del secreto en la familia. Escribir puede ayudar a definir nuestros sentimientos, pensamientos y necesidades. Todas las personas tenemos la posibilidad de usar la escritura como instrumento de curación. No importa si escribes bien o mal, escribe libremente y sin detenerte.
También es importante ser escuchadas, comunicar lo escrito. No me refiero a ser un libro abierto e ir contando nuestras vivencias a cualquier persona. Solamente podemos apoyarnos en alguien de toda nuestra confianza. Es necesario acudir a un psicólogo o psicoterapeuta calificado. Hay grupos de apoyo para mujeres abusadas sexualmente. Investiga cuáles están a tu alcance en la ciudad donde vives.
Abramos un canal de comunicación claro. Enseñemos a nuestros hijos las señales de alerta mencionadas en el capítulo anterior. Es vital aprender a escuchar nuestro cuerpo para huir y reaccionar. Si lo hacemos, existe la posibilidad de alejarlos de una persona cercana —amigo o familiar— que abusará de ellos. Se puede evitar si les enseñamos cómo reconocer su sensación de incomodidad. El peligro lo podemos oler cuando nos escuchamos.
Muchas veces no será posible. Suele suceder en los casos donde el agresor tiene más fuerza, la víctima queda atrapada en ese momento, por ejemplo, cuando es una violación acompañada de violencia física.
Dale a tus hijos la confianza de acudir a ti: denuncia ante una autoridad, apoya, acompaña y pide ayuda profesional. Es imposible sanar si no se trabaja en el trauma, las emociones y se atiende el estrés postraumático.
El silencio se convierte en nuestro peor enemigo, habla de estos temas. Los secretos nos enferman. Lee e infórmate. Desde casa tienes mucho que enseñar. En la bibliografía de este libro podrás encontrar algunos títulos que pueden ser de gran utilidad como lectura para ti y tu familia.
¡El abuso no se calla! La víctima no es responsable de los hechos.
V. UN DÍA A LA VEZ
El primer paso nos prepara
para una nueva vida,
la cual podemos realizar
únicamente si soltamos
las riendas de lo que
no podemos controlar y
si decidimos vivir un solo
día a la vez, a fin de emprender
la tarea monumental
de ordenar nuestro mundo,
cambiando nuestra propia
manera de pensar.
Un día a la vez en Al-Anon
Soy Marina. Mis padres tuvieron 12 hijos, de 18 embarazos. Somos cinco mujeres y siete hombres. Estudié primaria y secundaria. Mi padre se dedicaba al campo. Teníamos recursos económicos limitados.
Actualmente tengo 52 años de edad. Mi papá era macho, alcohólico y golpeador. Nos contaba que él así había aprendido en la vida, gracias a los golpes de su padre. Su madre era sumisa y dependiente, igual que la mía.
Los recuerdos de mi niñez se amontonan en mi mente, tengo pesadillas hasta el día de hoy, sueño con los gritos de mi mamá cuando mi papá la violaba. Digo la palabra “violaba” porque así era, contra su voluntad, a fuerza y con golpes para que ella cediera y se callara. Desde mi cama podía escuchar todo.
Mi mamá dejó de sonreír, se volvió callada y taciturna. Dejó de bañarse, yo creo que tal vez pensaba que mi papá no se acercaría por el olor. Era un escudo para no ser tocada por él.
Cuando cumplí 13 años tuve mi primer novio. Con el permiso de mis papás me casé con él a los 15. En lugar de fiesta para celebrar mi cumpleaños, hubo boda.
Se repitió la misma historia: abuso físico, verbal y sexual. Acudí a mi madre en busca de ayuda, me dijo que eso era el matrimonio y él, siendo mi marido, era mi dueño. Tenía derecho de hacer lo que quisiera conmigo. Tuvimos una hija. Pasaron cinco años, con el apoyo de una tía me atreví a pedirle el divorcio. Renté un cuarto pequeño para mi hija y para mí.
En ese momento yo tenía 20 años. Empecé a hacer una nueva vida, a trabajar de mesera y me prometí que no habría más moretones, gritos, groserías y relaciones sexuales a fuerza. No quería volver a vivir eso nunca más. En una ocasión llegué a introducir una manguera en mi vagina para lavar las huellas de mi marido. Me daba asco cómo me tocaba.
Una tarde, fui a visitar a una amiga, conocí ahí a su primo. Tenía mi edad, era simpático y olía bien. Ese día me contó su vida, estaba separado, su mujer era una “loca” y estaban en el proceso final del divorcio.
Después de un tiempo se vino a vivir con nosotras y quedé embarazada de nuevo, un niño. Fui feliz por unos meses, pero él no trabajaba, era flojo. Yo mantenía la casa.
Tras cinco años de relación le pedí irse. Así lo hizo. Sin embargo, me llamaba todos los días para amenazarme, se iba a suicidar por mi culpa. Lo recibí otra vez, por “lástima”.
Me sentía muy mal conmigo misma, ante mis ojos yo era “débil y tonta”. Seis meses más tarde, busqué un lugar para vivir y me fui con mis dos hijos. No se suicidó, ni me buscó. Me sentí aliviada en ese momento.
Un año después, un cliente del restaurante me invitó a salir. Estaba separado y no podía divorciarse, su mujer lo amenazó con quitarle a su hijo. Ante mí se victimizaba y me contaba todo lo que sufría a lado de esa mujer, una auténtica “bruja de cuento”. Al poco tiempo se vino a vivir conmigo y con mis hijos. Pasaron cuatro años, tuvimos una hija, pero yo no me sentía feliz. A veces, se ausentaba por la noche con el pretexto de estar con su otro hijo.