En la boca del cocodrilo. Ana Goffin

En la boca del cocodrilo - Ana Goffin


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hacer cosas que nos comprometan o dañen a los otros

       Regular nuestros impulsos: hambre, sexo o enojo.

      Reptiles conectados o desenchufados

      A estas alturas del capítulo tal vez te preguntes por qué tanta vuelta alrededor del cerebro, si vamos a abordar casos de violencia y abuso. Voy a usar al reptil, al cocodrilo interno, como metáfora.

      Los seres humanos podemos vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás, equilibrando el Neo-Cortex, donde se alojan ambos hemisferios; el sistema límbico, que rige nuestras emociones, y el reptil, nuestro cerebro primario, responsable de los patrones de conducta, las repeticiones, las costumbres ancestrales y los ritos.

      También podemos estar desenchufados. Vivir en automático. Eso nos meterá en grandes problemas. Por ejemplo: a veces vemos a una persona muy feliz y de un momento a otro cambia y sobrerreacciona. Esto es a lo que llamo “modo cocodrilo desconectado”. La persona pierde el control de su conducta y no ubica de dónde viene su malestar.

      Nuestro cerebro está diseñado para responder a las amenazas, ¡por sobrevivencia! Por ello, el “modo cocodrilo” también es útil y necesario. Pero ¡en “modo cocodrilo conectado”!

      Muchas veces reaccionamos a algo como si fuera una amenaza, pero no lo es, y nos metemos en problemas. La realidad es percibida, en muchas ocasiones, distorsionada. El cocodrilo se distrae, tal vez por algún recuerdo asociado a un trauma o emoción del pasado.

      Una persona violenta que está en modo cocodrilo desconectado, puede darte miedo, confundirte y desconcertarte. Si pones límites, pides ayuda o huyes, tu cocodrilo se conectó y actuarás para salvar tu vida, tu integridad física o mental. Tú cerebro estará bailando en equilibrio.

      Esto nos es familiar a todos, a veces somos el agresor y otras la presa. La presa deberá acudir a su reptil interno para huir. Mientras tanto, el agresor necesita aprender a controlar sus impulsos. Hay casos donde falla el control de los impulsos, y eso está relacionado a alguna perturbación de la mente. La persona requiere de un medicamento y psicoterapia cognitiva conductual para funcionar mejor en el día a día.

      En el caso de Luz y Rodolfo el cocodrilo no se conectó adecuadamente con el cerebro emocional y racional. En algún punto se cruzaron los cables. A ambos, el cocodrilo los tenía amagados del cuello. Más que un baile de Año Nuevo, fue un tango.

      Alarmas internas

      Pregúntate si puedes escuchar a tu cocodrilo para usarlo a tu favor o si él te tiene controlado a ti. En el caso de Luz y Rodolfo, ¿ubicas las señales de peligro? ¿Crees que se pudo evitar la muerte de Luz?

      Desde niños nos enseñan a desconectarnos de nuestras sensaciones y necesidades. Por ejemplo: nos tapan cuándo mamá tiene frío, comemos cuando ella tiene hambre, nos dan un dulce cuando nos lastimamos, nos pasan un teléfono celular para tranquilizarnos, cuando quizá lo que necesitamos es un abrazo.

      Hay cuatro indicadores básicos que te alertan:

      1 Sensaciones corporales: Sudoración, estómago revuelto, dolor de cabeza o cuello, nausea, temblor, mandíbula apretada, tensión, corazón acelerado, dificultad para respirar, etcétera. Las sensaciones corporales son vitales, pues nos conectan con nuestros sentimientos y necesidades. ¡No las ignores! Del ciclo de la sensación, el sentimiento y la necesidad, se deriva nuestra respuesta y, por ende, nuestra conducta.

      2 Indicadores del pensamiento: Confusión, dificultad para decidir, problemas para concentrarte o poner atención, olvidos, pensamientos obsesivos, etcétera.

      3 Emociones: Frustración, incertidumbre, culpa constante, tristeza, cansancio, miedo, etcétera. Cuando estas emociones te sobrepasan, te dan la sensación de que debes arreglar algo urgentemente. Es verdad, lo necesitas.

      4 Tomar o no tomar acción: ¿Procrastinas —dejas todo para mañana—, escapas de la situación, evitas, huyes, intentas arreglar las cosas, te congelas, discutes?

      Estos cuatro puntos son una alarma muy útil, la puedes utilizar para darte cuenta si estás a punto de explotar violentamente o corres el peligro de ser atacada, de ser una víctima.

      ¡Usa tus alarmas! Tu cerebro es una orquesta.

      IV. NO HAY NINGUNA ESTACIÓN CÓMO EL VERANO

      Basta ya de minutos de miedo,

      de humillación, de dolor, de silencio.

      tenemos derecho a que todos los minutos

      sean de libertad, de felicidad, de amor, de vida.

      #NiUnaMenos

      Era verano. Mis abuelos paternos se ofrecieron de muy buena gana para cuidar de mí y de mi hermano durante un mes. Mis papás aprovecharon para hacer un viaje de pareja y descansar. Mi abuela Francisca era una mujer muy fuerte, de facciones y trato rudos. No era cariñosa conmigo. No lo puedo negar, me daba un poco de miedo quedarme con ella. Mi abuelo Miguel tenía un aspecto tranquilo y bonachón, también era poco afectuoso, no tenía mucho contacto con nosotros, de vez en cuando nos hacía alguna broma o comentario.

      Por alguna razón que no recuerdo, ese verano me quedé un día en casa sola. Mi abuela y mi hermano salieron, mi abuelo también. Casi nunca estaba en casa, era dueño de una tienda de telas, ahí pasaba todo el día. Le iba muy bien en su negocio. Aproveché mi soledad para ver las telenovelas que tanto me gustaban, aunque no me permitían verlas. Me recosté en el sillón del pequeño cuarto de estar para disfrutar de ese momento tan anhelado por mí. Ver sola mis telenovelas.

      Escuché el ruido de la puerta principal al abrirse. Era mi abuelo, había terminado de trabajar más temprano de lo usual. Me saludó y para mí fue un alivio que no preguntara qué estaba viendo en la televisión, rápidamente cambié de canal. Se sentó en el espacio vacío junto a mí, en el mismo sillón. No me pareció extraño, al contrario, tal vez quería platicar conmigo y conocerme más. Yo ya tenía once años en ese entonces y él sabía pocas cosas sobre mi vida en la capital. Era una buena oportunidad para conocernos mejor.

      Ese día lo tengo grabado en mi memoria como si fuera una película, no de esas románticas, ¡me encantaban!, sino una película en cámara lenta, de mucho dolor, sentimientos encontrados y confusión.

      Yo traía puesta una falda corta tableada y una blusa azul claro con botones en forma de corazón. Todavía usaba calcetas y traía unos tenis blancos. Bueno, ni tanto, a esas alturas del verano ya estaban medio grises.

      Mi abuelo me hizo señas con las manos y dijo: “Ven y siéntáte en mis piernas”. Yo le respondí: “Ya no soy una niña pequeña”. Me contestó que quería recordar cuando me cargaba años atrás, añoraba tenerme en sus brazos. Accedí pues confiaba en él, ¡era mi abuelo! Me senté en sus piernas. Unos segundos después, tomó mi cara entre sus manos para besarme en la boca. Su lengua me dio mucho asco. Olía a cigarro mezclado con ajo y él era un viejo. Intenté zafarme, no pude. Era fuerte. Sin dejar de besarme, y sosteniendo mi cara con una de sus manos, metió la otra mano en mi ropa interior y empezó a manipular mis genitales. Yo estaba confundida. Eso estaba mal, no debería hacer eso, estaba segura, pero era mi abuelo, tal vez no era algo “tan malo”.

      No sé exactamente cuánto tiempo pasó. Sus dedos estaban dentro de mi vagina. Se detuvo y me hizo a un lado. De su boca salieron estas palabras: “Tú eres mi nieta preferida, la favorita. Siempre vas a serlo. Con una condición… esto que hicimos es un secreto entre nosotros dos. Te voy a dar tu dinerito, podrás comprar lo que quieras”. Me quedé callada y corrí al cuarto donde dormíamos mi hermano y yo. Me desnudé, tiré mis calzones a la basura, abrí la llave del agua y me metí a la regadera. Me tallé con tal fuerza que mi piel quedó roja y seca. Me ardía. Ni una lágrima salió de mis ojos.

       Me vestí y me presenté a cenar en la mesa por la noche, como si nada hubiera pasado. Lo más absurdo de la situación sucedió durante la cena. Me dediqué a presumirle a mi hermano y a mi abuela que yo era la “nieta favorita y por eso mi abuelo


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