En la boca del cocodrilo. Ana Goffin
“Apúrense, sáquenla del refrigerador. Es increíble, ¡ni el 31 de diciembre podemos festejar o descansar! Una más... Hagamos la autopsia rápido. Me quiero ir a dormir”.
¡Estoy muerta! En mi tobillo cuelga una etiqueta atada con un cordón, puede verse escrito en color negro:
Luz García
28 años
La primera vez que Luz vio a Rodolfo creyó tener ante sus ojos a un príncipe azul. Guapo, encantador y carismático. Se conocieron en la oficina. En esa época, ella era coordinadora de Ventas y él, jefe de Servicio al Cliente.
Empezaron a salir después de trabajar. Luz quedó literalmente “flechada”. Cuando estaba cerca de él, le sudaban las manos, sentía mariposas en el estómago y su corazón palpitaba. Era un sueño hecho realidad. Se sentía plena, feliz y emocionada.
Después de varias salidas a comer los fines de semana, empezó a pensar cuál sería su nombre si se casara con él: Luz García de Smith. ¡Era música para sus oídos! Además de todo, ¡tendría hijos con un apellido en inglés!
El cortejo y el noviazgo transcurrieron entre rosas, chocolates, comida, vino, moteles y recaditos románticos. Tan sólo tres meses bastaron para que Luz viera la culminación de sus sueños en una cena bajo las estrellas. Encontró su anillo de compromiso sobre un elaborado pastel de chocolate. La vida no podía brindarle más felicidad. Su mente tenía presente una sola cosa: él.
En mi experiencia como psicoterapeuta pude constatar que cuando se vive un “idilio” de este tipo, de esos intensos cuyo avance es más rápido que la velocidad de la luz, se respira un ambiente de “peligro”; parte de la fascinación está en la velocidad, lo inesperado, la novedad y la emoción que todo esto representa. En especial cuando hay compatibilidad sexual. La atracción y la emoción nublan nuestro juicio, pues estamos en un estado de enamoramiento total y, en consecuencia, ciegos. Vemos cualidades inexistentes y no observamos los detalles o signos de alerta.
Eso le sucedió a Luz. A los seis meses de conocerlo ya estaba casada con él y la vida no era precisamente su fantasía. En la luna de miel, le pidió no usar bikinis; compró un traje de baño completo, con la excusa de que había sido “víctima” de infidelidad en sus relaciones anteriores, porque sus “ex” eran un poco exhibicionistas y golfas. No quería que le volviera a suceder lo mismo, sufrió mucho. A Luz le dio ternura esa historia, ¡pobrecito! Aunque esto no fue lo único. Un mesero, por error, volcó una copa de vino sobre Rodolfo. Su reacción fue golpearlo directamente en la cara y gritarle: “¿Sabes lo que me costó esta camisa animal?”. A partir de ese momento le pidió a Luz comer en el cuarto, para no estar a merced de los trabajadores de ese “mugroso y caro hotel”. Luz lo dejó pasar, se limitó a cerrar los ojos.
Queda claro que ella era incapaz, en ese momento, de ver sus defectos y darse cuenta de que su flamante esposo era violento y misógino, odiaba a las mujeres. La manipulaba contándole todas las carencias vividas de niño, “una triste historia”, achacó su reacción con el mesero a una niñez marcada por la escasez económica y el maltrato de su madre.
Es común no ver los indicios que se esconden en los problemas del pasado de la persona amada. Es como si trajéramos puestos unos lentes oscuros, empañados por la dopamina, cuyo efecto es parecido al de una droga altamente adictiva. Nuestro cerebro prepara un coctel que nos confunde y perdemos el juicio sobre la realidad.
Luz y Rodolfo rentaron un departamento, se instalaron y empezó la pesadilla. Él la agredía verbalmente y después decía no acordarse de lo sucedido. Ella empezó a sentir una vaga desesperación, sus reclamos siempre se topaban con una pared que negaba todo.
Al poco tiempo, despidieron a Rodolfo de su trabajo; quejas de los clientes y de sus compañeros. No podía estar en Servicio al Cliente alguien con esos cambios de humor y “una mecha tan corta” al reaccionar.
Esta situación fue el detonador de toda la rabia contenida en Rodolfo. Cuando llegó a casa, aún no había llegado Luz. Abrió una botella de vodka y se la tomó completa. Ella regresó por la tarde al departamento. Al llegar, él empezó a gritar y a culparla por el despido injustificado. En realidad, Luz no tenía nada que ver y así se lo expresó entre lágrimas. Rodolfo se eximía de toda responsabilidad y gritaba como un loco. Ella le pidió que se calmara y él respondió enfurecido: “Eres una estúpida, tú sí tienes trabajo y me lloriqueas para que no te grite. Eres como todas… una puta, por eso a ti no te corrieron”. Un segundo después, le dio la primera golpiza de muchas más.
Ambos estaban desilusionados. Ella tenía miedo, no podía decidir y moverse. Se congeló. Él no se sentía amado y la consideraba egoísta, pues no le leía el pensamiento, ni era perfecta. Cuando se descongeló, Luz quería que las cosas entre ellos funcionaran y se dedicó a dar sin medida, a cubrir sus exigencias y a renunciar a sus deseos. Rodolfo era insaciable, no importaba cuánto le daba su mujer, ni a qué renunciaba para complacerlo. Nunca bastó, era como un barril sin fondo: no había nada que pudiera llenar su hueco. Estaba roto por dentro.
Llegó el día de la fiesta de Año Nuevo en la oficina de Luz. Rodolfo seguía sin trabajo. La odió por tener lo que él deseaba. De regreso a casa, le reclamó no haber estado a su lado durante toda la fiesta, se sintió desdichado y abandonado “por culpa de Luz”.
Para ella, era el final de la relación, la gota que derramó el vaso lleno de pena contenida. “¡No podemos seguir así, vete de aquí!” dijo Luz con una voz proveniente de lo más hondo de sus vísceras revueltas por el enojo, la desilusión y el desamor.
La reacción inmediata de Rodolfo fue darle un golpe en el estómago, ella cayó al suelo por el impacto. No se podía levantar, las patadas en la cara y las costillas no paraban. Él perdió el control por completo. Uno de esos golpes puso punto final a su historia y a su existencia.
Esta historia no es una película, una telenovela o una serie de televisión. Es real. Cuando leí la carta de la prima de Luz, sentí escalofríos en el cuerpo. ¡Reitero la importancia de tomar medidas a tiempo! Cuando dejamos pasar las señales y nos metemos a la boca del cocodrilo “por amor”, estamos en una situación de vulnerabilidad extrema. En general, el cocodrilo se mueve a un ritmo lento y atractivo antes de atacar a su presa. Espera el momento perfecto para devorarla.
¿Qué podemos hacer?
1 Para observar realmente a nuestra pareja, la relación necesita avanzar con mayor lentitud. Ver al otro de manera realista implica tiempo. Sin él, no hay forma de ver los defectos y virtudes de la otra persona. Un romance arrebatador es atractivo, pero toda esa corriente emocional nubla nuestra percepción. Idealizamos a nuestra pareja por un asunto químico: el enamoramiento. No vemos quién es realmente. Nos centramos en cómo nos hace sentir y si nos hace sentir estupendamente, sacamos la conclusión —inconsciente— de que esa persona es maravillosa. ¡No es así! El amor y las relaciones se construyen sobre la realidad y en el tiempo. Por ahí escuché una frase: “No te cases enamorado”. Creo que el sentido profundo de esto es: ¡abre los ojos antes de dar el siguiente paso! ¿Cómo? aprende a enchufar y desenchufar al reptil de tu cerebro y enséñalo a tocar como si fuera parte de una orquesta.
2 Te puede salvar la vida emplear el violentómetro. Lo encuentras en el Anexo I de este libro. Es un material gráfico y didáctico en donde podrás observar las diferentes manifestaciones de violencia ocultas en la vida cotidiana. Te permitirá ver las señales de alerta y peligro para poder pedir ayuda.
3 No lo olvides, la violencia es daño hecho por un ser humano a otro. Puede darse de manera deliberada, a propósito, por descuido o falta de interés por la otra persona. También es el daño que uno se genera a sí mismo —suicidio, automutilación, cortarse, etcétera. La violencia de género es un tipo de agresión ejercida sistemáticamente contra las mujeres por el simple hecho ¡de ser mujeres! Urgen instancias efectivas de apoyo y prevención.
Las cocodrilas de Estocolmo
Cabe mencionar esta situación, porque la observamos en muchos casos. Andrés Montero, miembro de la Sociedad Española de Psicología, sostiene: “Sin entrar en descripciones demasiado técnicas, el Síndrome