Noche en Tintagel. Verónica Pazos
oreja, besa su mejilla con delicadeza—. No hay nada que temer. Aquí estamos a salvo.
No dice de quién.
—Desde que puso sus ojos en mí no he vuelto a estar a salvo.
—¿Sospechas que su amor es tal?
—Sospecho que tal es su arrogancia. Uther es incapaz de abandonar una batalla, como tú, es imprudente y caprichoso como un crío. He oído que masacró toda una aldea porque el señor local no quería prestarle homenaje. ¿Sabes qué hizo después con él?
Lo sabe.
Uther asiente en silencio.
—Sí. Lo sé tan bien como tú.
—Qué hombre tan repugnante —vuelve a repetir, su voz llena de asco, casi un escupitajo—. Deseo que lo mates. Deseo tanto como tú que lo mates, amor mío, pero al mismo tiempo guardo un miedo terrible a que te enfrentes a él. Tú eres un buen hombre, noble y justo, sé que lucharás bien, no harás emboscadas, te medirás en campo abierto, no habrás tomado rehenes, ofrecerás rendición a los nobles que luchen en sus filas, le darás una muerte limpia.
—Entonces, ¿qué es lo que te preocupa?
—Eso mismo me preocupa. Tú eres un buen hombre, él no.
Uther apoya la espalda contra el cabezal, mira hacia el techo de la cama.
—A mí también me preocupa —finge confesar—. Pero son otras cosas distintas a las tuyas las que me preocupan: Tintagel no se puede asediar.
—¿Entonces qué?
—Sé que te pedirá en matrimonio cuando me mate.
Uther se imagina que se echará a llorar, que enterrará el rostro entre las manos y sollozará hasta que él pueda consolarla, besando su espalda y acariciando su melena. Se prepara para escuchar el llanto, envidiar entonces a Gorlois al ver cómo lo ama, pero Igraine no llora. En su lugar, aparta las mantas y sale de la cama, se dirige hacia el baúl de madera sobre el que Uther ha dejado su armadura y la aparta para poder rebuscar en su interior; saca un hermoso relicario con una cadena y se lo pone en el cuello.
Lo mira, erguida, desafiante a los pies del lecho.
—Desde este momento —declara—, llevaré siempre encima este colgante y, en el improbable caso de que Uther logre darte muerte mediante alguna vil estratagema, en el caso de que entonces se dirija a mí y logre encontrarme (porque tú sabes, como has de saber, que huiré, que me marcharé de aquí y buscaré venganza, aunque para ello tenga que cruzar los brazos del mar hasta el continente, aunque para ello tenga que rezar cada día bajo los atentos ojos del sol). En caso de que tú mueras y él me encuentre, en caso de que me pida como su mujer con esa voz raspada y arrogante, entonces… —dice mientras abre el relicario donde se oculta un frasco que contiene un líquido verdoso—, juro por Dios y la Virgen que antes moriré que verme en manos de ese traidor.
Uther ahoga un grito. Aparta él también las mantas de un manotazo y la colcha cae al suelo. El caballero está de pie a un costado de la cama, mira fijamente a Igraine, que vuelve a cerrar el relicario y lo guarda dentro de la ropa. «He de quitárselo», piensa Uther, «he de vaciar ese frasco, sustituirlo por otro líquido, una inocua infusión de hierbas». No se mueve.
—Prefiero verte con él a verte muerta.
—No sabes qué me hará.
—Sé que te ama.
—Y eso lo hace aún más peligroso. —Igraine tampoco se mueve—. Si yo no lo amo, pero él a mí sí, ¿qué clase de cosas será capaz de hacer para que lo corresponda? Su maldad no conoce límites, eres ingenuo, amor mío.
¿Qué de cosas sería capaz de hacer?
Uther extiende la mano, con la palma hacia arriba.
—Dame eso —pide—. Sé que no te hará daño.
—¿No empieza siempre así? —Aprieta el relicario por encima del vestido—. Temo hasta su nombre, ¿qué no voy a temer de él? Vámonos… —dice, primero en voz baja—. Vámonos —repite avanzando en su dirección—. Vámonos de aquí, huyamos lejos, Tintagel ya no es seguro, estamos demasiado cerca, él ha de saber que estamos aquí, sé que lo sabe.
—No hay fortaleza en el mundo más segura que esta —intenta tranquilizarla—. No es contra mí con quien debe medirse Uther, sino contra los elementos. El mar jamás lo dejará pasar.
Igraine baja la cabeza y, por un segundo, parece conforme.
—El merlín. —Sus ojos estallan en un oleaje de terror—. Tiene al merlín. El mar no será un problema para esa criatura.
Corre hacia la ventana y Uther se da prisa en seguirla. Las olas baten contra las rocas con una maldad inusual y la lluvia se ha hecho más fuerte ahora, pero no es eso a lo que mira Igraine cuando habla, no es eso lo que señala cuando la miel de su voz se diluye hasta convertirse en bilis, toda ella, toda ella.
—La luna… —murmura— no se ha movido en toda la noche.
V
—¡Igraine, calma!
Uther la persigue a grandes zancadas a lo largo de los oscuros pasadizos de la fortaleza, pero ella los conoce mucho mejor que él, mucho mejor. Piensa en emprender la carrera para lograr atraparla, aunque entonces sería sospechoso, así que debe limitarse a caminar todo lo rápido que puede, a pesar de que ella sí pueda permitirse correr y por ello la pierda de vista más de lo que le gustaría cada vez que dobla una esquina.
—¡La luna! —la oye gritar escaleras abajo, recogiéndose los bajos para no tropezarse con la tela—. ¡Ya la has visto!
—¡Vas a…!
«Vas a alertar a los guardias». Igraine ya hace tiempo que ha dejado de escucharlo. Es inútil.
Cuando llega al gran salón la ve allí, de pie en mitad del cuarto, moviendo la cabeza en todas las direcciones. Apenas le llega la luz y toda su silueta parece haberse ocultado en la noche.
Uther camina hacia ella, despacio, dice su nombre para avisarla de su presencia al ver que está de espaldas, pero solo obtiene un murmullo inaudible como respuesta. Piensa en que al menos no hay guardias aquí, al menos están solos. Vuelve a decir su nombre.
—¿Qué no…? —contesta ella.
—¿Cómo has dicho?
—¿Qué no sería capaz de hacer? —repite, ahora más alto. Se gira para enfrentarlo—. Sospecho que Uther planea venir a Tintagel esta noche.
—Ya te he dicho que…
—¡La luna! —Le da un golpe con el puño cerrado a la mesa que tiene más cerca—. El merlín está alargando la noche, ¿es que no lo ves?
Uther ríe, ni siquiera tuvo que pedírselo.
—¿Y qué sentido tendría hacer eso? ¿En qué iba a ayudarlo una noche más larga en sus planes por matarme?
—Así tendría más tiempo para asediarnos…
—No se puede asediar —la corta—. Vuelve a la cama, necesitas descansar. Y te quejabas de que yo estaba preocupado por la guerra.
—¡No es la guerra lo que me preocupa! —Se aleja de él cuando Uther intenta agarrarla del brazo—. ¿Qué sentido tiene esta artimaña? ¿Por dónde planea atacar? ¿Dónde están nuestros guardias?
—En la puerta, vigilando la entrada. No hay motivo para…
—¿Y nadie vigila el aljibe? El merlín habita el agua. ¡El pozo! Hemos de comprobar el pozo.
—Igraine…
La