Maureen. Angy Skay

Maureen - Angy Skay


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reaccionamos cuando esto termine.

      —¿A qué te refieres?

      —Demasiada adrenalina en tan poco tiempo. Hasta que no lo oigamos hablar con normalidad, no vamos a poder descansar.

      —Quizá sí. Venga, es hora de que te vayas a dormir. Ya no podemos hacer nada más, solo esperar.

      —¿Seguro?

      —Sí. Se ha quedado dormido por el calmante. Venga, vete a la cama.

      Me levanté después de mirarlos a los dos y me dirigí a la puerta.

      —Maureen —me llamó y, al girarme, me enfocó—. Gracias. Te debo una, y de las grandes.

      —Ya hablaremos tú y yo cuando esto termine. Hay cosas que tienes que explicarme. —Recordé su manejo de la aguja y las jeringuillas—. Buenas noches.

      Mentiría si dijera que no me costó concentrarme en el trabajo que debía entregar al día siguiente. Me quedé hasta tarde estudiando, y dormirme tampoco fue fácil. Por la mañana me levanté temprano y, antes de bajar a desayunar, entré en el dormitorio continuo. Los dos dormían. Me acerqué a despertar a John y lo asusté.

      —¿Cómo está?

      —Hace cosa de… —miró el reloj del despertador— una hora, le di un calmante y no tenía fiebre.

      —Ahora tampoco —le toqué la frente—. Pero sigue durmiendo.

      —Déjalo, no lo despiertes.

      —¿Vas a bajar tú?

      —No. Esta mañana me quedaré aquí arriba y esta tarde te quedarás tú.

      —Está bien —afirmé mirando a Aidan dormir—. Hasta luego.

      Bajé las escaleras y Dylan me esperaba en la cocina. Muchos días venía a buscarme e íbamos los dos juntos a clase, aunque no estábamos en el mismo centro. Mi padre se empecinó en que fuera a un colegio de «señoritas». Molly comenzaría al próximo año. Bobadas, pero era su deseo y me lo planteé mejor al pensar en mi futuro. Era un buen colegio y no era fácil entrar, a mí me costó dos años. Dylan se tomó su café con nosotros y, al terminar, nos pusimos en marcha.

      —Esta tarde hacen una charla de nudos marineros en la biblioteca. ¿Te apuntas? —me propuso.

      —¿Lo dices en serio? —Cedí de golpe mi paso y lo miré sorprendida—. ¿Por qué lo dices? Porque ha sonado un poco friki —reí sorprendida.

      —Lo digo porque, si vas a estudiar en la Universidad Marítima Nacional, deberían interesarte estos temas.

      —Dylan, nací en un puerto pesquero en Asturias y me crie entre pescadores. Mi padre era y viene de una gran familia de pescadores. Mi abuela se crio junto a un faro en Blacksod. Digo yo que algo entiendo de nudos marineros. ¿No crees?

      —Tienes razón —recapacitó.

      —Además, esta tarde tengo que cuidar de mis hermanos —mentí—, y quiero comenzar a hacer una búsqueda para el trabajo de Mr. Stevenson —volví a mentir.

      —¿Quieres que te ayude? Yo todavía no sé qué tema elegir para mi proyecto.

      —Estoy barajando ideas y todavía no me he decidido. Así que será mejor que busque varias opciones. —No sabía cómo quitármelo de encima.

      —Está bien, si no quieres que quedemos, dímelo sin más —dramatizó.

      —Dylan… —resoplé—. Eres el rey del drama.

      En clase no pude concentrarme en ninguna de las asignaturas. Mi mente repasaba las últimas horas en casa. Su salida del cuarto —cuando lo vi por primera vez—, cuando le llevé la comida, sus tatuajes, cuando llegó herido, las curas, la fiebre, su mano agarrando mi brazo, John cosiéndole la herida, su cara durmiendo aquella mañana…

      Fui al pub casi corriendo y hubo algo que me llamó la atención. Me pareció ver a mi abuela entrar en la librería que había cercana al bar. Empujaba a un hombre. Era como si ella le obligara. Quizá fueran cosas mías, pero en aquel momento no tenía tiempo de distraerme. Entré en el pub a toda prisa.

      —¿Y John? —le pregunté a mi padre al entrar.

      —Arriba. Dijo que bajaría a cenar.

      —¿Cómo se encuentra?

      —Esta mañana cuando bajó dijo que estaba algo mejor, que bajaría a ayudarme esta tarde. Si él no puede, te llamaré. Hay una excursión de la agencia de viajes y me han dicho que pasarían por aquí. Así que esto estará bastante movidito.

      —De acuerdo.

      Empujé la puerta abatible que comunicaba con el recibidor de casa, saludé a Alison, a los pequeños y subí al desván.

      —¿Cómo vais? —pregunté después de llamar a la puerta y abrirla con cuidado.

      —Mejor —contestó John sentado en la cama, junto a Aidan.

      —Estás consciente.

      Me alegré al ver a Aidan mirándome.

      —Ya es algo —afirmó él a modo de fastidio.

      —¿Has tenido fiebre?

      —No —contestó John.

      —¿Y la herida?

      —No sangra.

      —¿Entonces?

      —Reposo —puntualizó mi hermano.

      —Está bien. Papá me ha dicho que bajarás a cenar y que te encargarás del grupo de turistas de esta tarde.

      —Sí, así que ya sabes lo que te toca —me advirtió.

      —Me tenéis como a un niño —saltó Aidan—. Creo que ya podré arreglármelas solo.

      —Tú te callas —le regañó John—. Maureen se quedará contigo esta tarde, y mañana ya veremos.

      —Mañana me iré a casa.

      —Eso está todavía por ver —recalcó mi hermano levantándose de la cama—. Bajaré a cenar y te subiré algo de comer.

      —Gracias, mamá —se burló Aidan.

      John abrió la puerta y se fue. Me quedé junto a la puerta mirando cómo se iba y luego contemplé al herido.

      —Yo vendré después de cenar.

      —Es verdad, tú y tu hermano tenéis que turnarnos en el tema de canguro —dijo a modo de guasa.

      Mentiría si dijera que no sentí un cosquilleo en el estómago solo con pensar que tenía que pasar toda la tarde con él, pero el hecho de que estuviera consciente me hacía sentir algo nerviosa. Aidan se veía un tipo duro. No era un niñato, bueno, de hecho, ningún amigo de John era niñato. Conocía a muchos amigos suyos, pero ninguno me había hecho sentir aquel nerviosismo solo con imaginármelo. Tampoco había salido con ninguno de sus amigos, todos los míos eran de mi edad.

      Ya estando abajo, John me dio a escondidas un plato con parte de su cena y me dijo:

      —Súbete esto. Ahora te daré algo de beber del pub.

      Subí las escaleras solo hasta la primera planta. Dejé el plato en el descansillo y bajé para coger un par de latas que John me había preparado. Al subir, llamé a la puerta del dormitorio, pero no oí respuesta. Volví a llamar y tampoco. Hasta que decidí abrirla. Al entrar encontré a Aidan mirando el techo y ¡sudoroso! ¡Mierda! La fiebre había vuelto a subir. Me acerqué y, en efecto, estaba ardiendo. Entré en el baño y volví a coger toallas mojadas.

      —Tranquilo… —le susurré—. Ya estoy aquí, no te preocupes.

      No respondía. Tenía la mirada fijada en el techo. Busqué alrededor, por si encontraba algún medicamento


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