Maureen. Angy Skay

Maureen - Angy Skay


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y dale el sobre que hay en la mesita, el de color amarillo. Luego subo.

      Primero le di el sobre con un poco de agua. Me costó que se lo bebiera, pero lo logré. Después pasé a la cura. John lo había cosido bien, pero por una parte supuraba. En cuanto mis manos tocaban la zona, se quejaba gimiendo y de vez en cuando se agarraba al borde de la cama.

      —Imagino que debe dolerte, lo siento —me lamenté—. Espero por tu bien que no me fallen las manos.

      —¿Cómo está? —preguntó John entrando en el dormitorio a los diez minutos.

      —Creo que lo he hecho bien —titubeé.

      —Sí, no está mal —me tranquilizó al revisar la zona—. Mantén los paños mojados como estabas haciendo hasta ahora.

      —John, ¿qué vamos a hacer? —pregunté sin saber yo misma a lo que me refería.

      —Esperaremos a ver cómo reacciona —contestó sin mirarme, pero con tono preocupado—. Estaré abajo, mantenme informado.

      La tarde transcurrió con normalidad. Trasladé mis deberes del dormitorio y allí pude estudiar. Apenas se movió en todo el rato, hasta que intentó girarse y se quejó.

      —Ten cuidado —me acerqué a él para ayudarlo—. Espera, yo te ayudo.

      —¡Dios! —se lamentó.

      —¿Quieres incorporarte?

      —Sí. —Intentó hacerse el duro, pero su cara lo delataba.

      Le agarré por los costados e intenté moverlo. Me acerqué demasiado. Noté sus labios en mi mejilla y el calor de su aliento. Todo estaba siendo algo… incómodo, y los dos nos quedamos paralizados.

      —Ya puedo —cortó el silencio—. Gracias.

      —Quieres… Te traigo... —No sabía cómo seguir. De repente me entró la timidez—. ¿Un poco de agua, tal vez?

      —Sí, gracias. —Se mostró algo distante.

      Le acerqué el vaso, pero esta vez pudo beber por sí solo. Observé cómo se esforzaba, pero no era en el gesto en lo que me fijé. Me quedé embobada con su físico. Era guapo, era terriblemente guapo.

      De repente, me entraron las prisas por salir. Su sola presencia me estaba cohibiendo. Abandoné el dormitorio, cerré la puerta y me apoyé en ella, pensando en aquel momento tan… incómodo. Ese roce de sus labios me había provocado una sensación en el estómago que no podía explicar. Mi pulso se aceleró. Respiré hondo y esperé unos segundos para entrar. Pero, antes de poner mi mano en el pomo de la puerta, una de mis ya familiares corrientes de aire me subió por los pies. Parece algo ilógico. Desde que llegué a Irlanda, era algo que me sucedía muy a menudo. Corrientes de aire que no sabía de dónde venían. Siempre me sucedía cuando estaba sola y, casualmente, cuando me encontraba en algún aprieto. Estando en mi habitación, esas corrientes de aire venían acompañadas de un susurro. Llegué a creer que era algún fantasma que había en el desván o un cliente del pub, que hace años murió allí abajo y ahora no quería o podía irse del edificio. Pero no se lo comenté a nadie, por miedo a que me dijeran que estaba loca. Solo me faltaba eso. Aparte de ser la extranjera, también me tacharían de paranoica.

      Me senté en la silla del escritorio y volví a mis tareas. Pero no podía, mi concentración no estaba donde debía estar. Lo miré de reojo y vi que estaba mirando la pared.

      —¿Quieres que te preste un libro o una revista?, ¿te pongo alguna película? —le ofrecí.

      —No estaría mal —medio lo refunfuñó—. Ya que tu hermano y tú tenéis intención de no dejarme marchar, al menos tendré que matar el tiempo de alguna manera.

      La amabilidad brillaba por su ausencia y aquello estaba… molestándome y desilusionándome. Me levanté de mala gana, le di el portátil de John y unos auriculares.

      —Toma. —Le dejé caer el aparato en la cama de las malas maneras—. Y ponte los cascos, necesito estudiar.

      Fui borde, sí, y bastante, pero no pensaba tolerar aquel desprecio por su parte. Tenía razón en que John y yo debíamos cuidarle —imposición por parte de mi hermano, claro— pero no estaba dispuesta a que me tratara de aquella manera cuando yo solo tenía buenos actos con él.

      Intenté concentrarme en mis estudios, pero me era imposible. El simple hecho de saber que estaba detrás de mí me incomodaba, y bastante. Estaba enfadada y molesta. No comprendía por qué sentía un cosquilleo en mi estómago y una extraña sensación en mi bajo vientre.

      Oí un quejido, me giré y vi que intentaba levantarse. No sabía si acercarme o volvería a ser rudo conmigo. Lo miré, ni siquiera me ofrecí. Esperaba a que él me dijera algo. Me miró bastante serio durante un rato e intentó levantarse, pero le costaba.

      —Sería un detalle por tu parte si me ayudaras a levantarme —dijo medio enfadado.

      —Tranquilo. Aquí, por lo visto, aunque no diga nada, parece que te molesta mi presencia. Así que no pienso mover un músculo hasta que tú no me lo pidas. La verdad es que no deseo ser tu enfermera por mucho tiempo —le espeté.

      —Me parece perfecto, pero ¿vas a ayudarme, sí o no?

      Me levanté de mala gana, me acerqué a él, le sujeté por los brazos y lo ayudé a levantarse. Le costó, pero en cuanto se puso en pie, las piernas le flojearon y se sujetó a mí de tal manera que nos quedamos cara a cara. Nos miramos a los ojos. Una situación incómoda durante segundos. Intentó incorporarse y volvió a mirarme, pero a la boca. Se inclinó hacia adelante y me dio un largo beso en los labios. Esta vez fue a mí a quien le flojearon las piernas y tuve que apoyarme en la mesa para poder sujetarnos a los dos. Al separar nuestros labios, fijamos nuestras miradas y un largo silencio se hizo presente. Su gesto seguía serio, no lo entendía. Aquel beso había sido tierno y dulce, ¿por qué aquel cambio de expresión?

      —Necesito ir al baño —dijo tajante.

      —Sí, claro —balbuceé—. ¿Puedes caminar solo?

      —No —se fastidió.

      Como pude, lo acompañé hasta la puerta. Al abrirla, agudicé el oído por si había alguien en las escaleras. El camino estaba libre. Llegamos al baño, entró y yo lo esperé fuera. Pero alguien sí que me oyó, era Alison.

      —¿Tienes un momento? —me preguntó mientras subía las escaleras.

      —Espera un segundo, tengo que ir al baño con urgencia. —Me puse nerviosa y entré corriendo al baño.

      —Será solo un… —Intentó seguirme hasta la puerta.

      Esperé dentro del aseo. Aidan estaba apoyado en la pared y me puse el dedo en los labios para que guardara silencio.

      —Dime —hablé en voz alta.

      —¿Podrías quedarte esta noche con Jake y Molly? Nos han llamado Pat y Sally para ir a su casa —preguntó desde el otro lado de la puerta.

      —Debo estudiar.

      —Solo tienes que estar en guardia, ellos ya estarán en la cama.

      Me quedé en silencio, miré a Aidan y lo primero que me vino a la mente, para que Alison no dijera de esperar más rato en el descansillo, era abrir el grifo de la ducha.

      —¿Cuento contigo, entonces?

      —Sí, claro.

      —Está bien. ¿Puedo cogerte algo prestado para ponerme esta noche?

      —Sí, por supuesto —contesté poniendo los ojos en blanco, deseando que se fuera.

      Si me hubiera pedido una semana de canguro, también se lo habría concedido. Paré el grifo y no aparté la oreja de la puerta, esperando que se marchara mientras se oía ruido en mi dormitorio.

      Mi


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