Maureen. Angy Skay

Maureen - Angy Skay


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seas tonta, que no son drogas. Bueno, sí, pero son para Aidan. Son medicinas —me aclaró al ver mi cara—. Te espera en su casa. Le he contado una mentira que por lo visto se ha creído. No contestes nada de lo que te pregunte, tú dile que acabas de llegar y que te he mandado allí.

      —Está bien.

      —Mejor que no te pregunte. Kathy puede llegar a ser muy persuasiva y no quiero meterte en un lío. Ahora, vete. —Miró a Aidan—. Y será mejor que corras.

      A John el papel de hermano mayor se le daba a las mil maravillas. Pero era curioso cómo ejercía más conmigo que con Jake y Molly.

      Llegué a casa de Kathy y, en efecto, estaba esperándome. Le vi la intención de preguntarme, pero fui más rápida y pude esquivarla. Me marché corriendo y, al llegar a casa, subí con mucho cuidado de que no me vieran. John seguía junto a Aidan y, al verme, tuvo la reacción de como si hubiera visto el cielo abierto. Me arrebató el paquete y sacó una jeringuilla y una ampolla. Mis ojos se pusieron como platos.

      —¿Desde cuándo sabes poner inyecciones? —me sorprendí, temiéndome lo peor.

      —No debe ser tan difícil, lo he visto hacer montones de veces —contestó concentrado en la medida de la medicina.

      —Ah, ¿sí? ¿Dónde? ¿En el veterinario, para vacunar a Sprinkles? —mencioné al gato con ironía.

      No contestó y agarró el brazo de Aidan.

      —Ayúdame. Está inconsciente, pero no quiero que se mueva a la hora de inyectarle.

      Y no se movió. Por lo visto John sabía lo que se hacía —no quise volver a preguntarle—.

      —Ahora vuelvo. —Cogí las toallas.

      —¿Dónde vas? —preguntó desconfiado.

      —A traer más toallas mojadas de abajo. En nuestro baño no tenemos más y todavía tiene fiebre —lo tranquilicé.

      Al bajar, mi padre se apresuró a venir hacia mí. Me temí no saber cómo salir de aquella situación, pero, al final, no fue para tanto. Eso de ocultar secretos no era lo mío, y el ocultar a una persona en una habitación frente a la tuya, era peor aún.

      —¿Cómo se encuentra John? —me preguntó al verme entrar en el baño con urgencia.

      —Dice que le duele la cabeza —mentí—. Voy a llevarle toallas mojadas para calmarlo.

      —Pues te necesito a ti en el pub esta tarde.

      Lo miré con los ojos como platos e hice una pregunta no formulada: «¿En serio?». Enseguida recapacité y recordé que John debía quedarse con su amigo.

      —Está bien…

      Y así fue: John se quedó arriba y yo lo sustituí en el pub. Mi tío Brannagh tenía la tarde libre, y mi abuelo, Declan, Liam y mi padre no podrían solos con toda la gente que allí se reunía. Hacía cosa de seis años —antes de llegar yo— hicieron reformas y la zona era muy frecuentada, tanto por los turistas como por la gente de los alrededores. Todos los apellidados Hagarty de la zona formaban parte de la familia de mi abuelo y el pub siempre había sido muy conocido y concurrido. Aparte de mi padre, mi abuelo, mi hermano y mi tío también contaban con dos primos míos, hijos de Brannagh y tres jóvenes más. En fin, el clan Hagarty vivía y trabajaba junto.

      Terminé mi turno ya entrada la noche y subí a toda prisa los escalones que llevaban al dormitorio de mi hermano.

      —¿Cómo está? —pregunté al entrar.

      —Estoy consciente —contestó Aidan con los ojos cerrados—. Que ya es algo.

      —¿Y la fiebre? —volví a preguntar.

      —Bajando. Ahora lo que necesita es descansar —me informó John.

      —¿Traigo un cubo con agua?

      —Sí, eso nunca está de más.

      Bajé las escaleras intentando no hacer ruido. En la cocina había un cuenco. Alison miraba la televisión con Jake y Molly y no me vieron.

      —Mañana tendríamos que turnarnos —sugirió John al verme entrar.

      —Por la mañana no puedo faltar a clase —le advertí—. Sabes que hoy debía estudiar y te he cubierto en el pub. Esta noche me toca pasarla en blanco, para poder presentar el trabajo mañana.

      —Pues por la tarde, al menos.

      Miré la cara de Aidan. La verdad era que todavía no había recobrado el color, pero, si hablaba, era buena señal.

      —Por la tarde no hay problema. ¿Queréis que suba algo de comer?

      —No. Bajaré yo, tú quédate aquí. —Se levantó del lado de la cama y me hizo sentarme allí—. Volveré en un rato.

      No me atreví ni a tocarlo. No sabía qué tipo de medicina había tomado, pero todavía sudaba. Cogí la toalla, volví a mojarla con el agua de la palangana y se la coloqué en la frente. Él no esperaba aquel gesto y dio un respingo que me asustó y me hizo recular.

      —Solo te refresco la frente para que te baje la fiebre —lo tranquilicé.

      Me cogió el brazo y me lo apretó con su mano.

      —¿Dónde está John? ¿Ha ido a por Taragh? No quiero que ella se entere…

      —No lo sé, no lo ha dicho, pero no te preocupes —intenté volver a calmarlo—. No te dejará en la estacada.

      ¿Quién demonios era la tal Taragh? Primero la había visto en sus tatuajes ¿y ahora… preguntaba por ella?

      —Y a ti te ha obligado a hacer de enfermera, ¿no? —Le costaba vocalizar.

      —No hables, debes descansar. ¿Quieres un poco de agua? —le ofrecí al ver sus labios secos.

      No se inmutó. Le incorporé un poco la cabeza y dio apenas un par de sorbos. Era la primera vez que debía cuidar de alguien en cama desde la muerte de mi abuela y aquella sensación se me hizo extraña.

      Se le veía cansado y no tardó en volver a dormirse. En cuanto cerró los ojos, mi rostro se endulzó al mirarle la cara.

      John llegó al rato con una bolsa.

      —¿Ha habido cambios?

      —No, nada. Le he puesto paños húmedos para la fiebre. Preguntó por ti y mencionó a una tal Taragh.

      —¿Preguntó por Taragh?

      Se extrañó y respiró hondo a la misma vez. Pude ver la preocupación en sus ojos, no era una buena noticia que mencionara a la tal Taragh, algo que hacía que mi curiosidad me pudiera de nuevo, así que, volví a preguntar:

      —¿Quién es ella?

      —Nadie. Ahora no hay que pensar en ella —trató de restarle importancia—. Mejor que descanse.

      Miró hacia otro lado, esquivando mis ojos, y sacó las medicinas de una bolsa.

      —¿De dónde has sacado todo eso?

      —No te preocupes, que sé lo que me hago. Volvamos a curarle y a coserle la herida.

      —¡¿Coserle?! —me alarmé.

      —Sujétalo y calla —me ordenó antes de inyectarle otra aguja.

      Mil preguntas me venían a la mente, pero sabía que era mejor no formularlas en aquel momento. Kathy había salido con John, pero dudaba que ella le hubiese enseñado cómo hacer aquel tipo de curas.

      En cuanto le destapamos la herida para curársela, Aidan me cogió del brazo.

      —Deja que te agarre, que esto va a dolerle —me advirtió.

      Estaba asustada, pero no me permití acobardarme.

      En cuanto clavó la aguja


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