Maureen. Angy Skay
por ahora, hermano —le dijo tajante levantándole la camiseta—. ¿Te duele?
—Sobreviviré.
—No seas tonto, ¿te duele, sí o no?
—Tienes una hermanita que no permite que sufra lo más mínimo —respondió en tono de sorna y mirándome.
—Deja a mi hermana —le regañó—. Ni se te ocurra, Aidan —le advirtió levantando un dedo a modo de amenaza—. Bastante tiene con que la obligue a cuidarte. —Siguió repasando la herida, se levantó y me miró—. Está mejor y no tardaré en subir, puedes volver a tu cuarto si quieres.
—Iré a ver a los pequeños primero.
Me levanté y recogí mis cosas. Lo miré mientras él me observaba pasivo.
Al dejar mis cosas en mi dormitorio, oí a John:
—Aidan, deja en paz a Maureen. Ella está en el instituto y el próximo año estará en la universidad. No quiero que le compliques la vida.
—¿Complicarle la vida? ¿Yo? Pero… ¿quién te crees que soy?
—Por ahora un loco amigo mío que se mete en demasiados líos, y este es bastante serio.
Me sentía incómoda, ¿por qué avisaba a Aidan de aquella manera?
Bajé a ver a mis hermanos pequeños y, al comprobar que seguían dormidos, me fui al pub. No quería cruzarme con John. Él tenía un sexto sentido conmigo y no quería que me notara en la mirada lo que acababa de pasar en su dormitorio.
Mi tío Brannagh estaba en un rincón con mi primo Liam.
—Vaya, por lo visto habéis tenido trabajo, ¿no? —pregunté al ver cómo había quedado el local.
—Sí, pero lo peor ya ha pasado—me contestó Liam, escoba en mano.
—¿Estás mejor? —me preguntó mi tío.
—¿Cómo? —No entendía la pregunta.
—Tu hermano nos dijo que no podías bajar a ayudarnos porque tenías un fuerte dolor de cabeza.
—Sí. Sí, claro. Ya estoy mejor, gracias.
De repente me entró la prisa. No sabía qué más les había dicho John de mí y no quería estropear la coartada. En ese momento entró mi hermano.
—Me voy. —Pasé por su lado y lo miré con los ojos bien abiertos—. Debo descansar, porque este dolor de cabeza no me ha permitido cerrar los ojos en toda la tarde.
—Maureen, espera —me llamó John, siguiéndome a pie de escalera.
—Mira, ha habido un momento en esta tarde que me sentí culpable de algo y no sé bien por qué. Pero ahora ya no me siento tan mal. Eso sí, te aconsejaría que la próxima vez que te inventes algo para cubrirme, al menos me lo hicieras saber y así no quedaría como una idiota.
—Les he dicho que tenías un simple dolor de cabeza y que por eso no bajaste a ayudarnos. Con papá y Alison fuera, necesitábamos manos y tío Brannagh me dijo de llamarte.
—Pero como tu hermana estaba cuidando de tu amigo… —susurré para que no nos oyeran en el pub—. Todavía no sé cómo te haré pagar este favor, pero me lo cobraré —lo amenacé.
—¿Te has enfadado? —se sorprendió.
—A ver, John, me impones cuidar de tu amigo forajido herido. Nadie de la familia puede saber que está aquí y encima me obligas a hacer guardia para cuidarlo. ¿Te has parado a pensar que quizá yo tenía otros planes? ¿O que quizá no quiera saber nada de tus movidas?
—Sé que no eres así.
— Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo sabes?
—Pues porque eres como yo. —Mi hermano me conocía bien—. Y sé que me ayudarías, de la misma manera que te ayudaría yo a ti.
—Me voy a la cama —me fastidiaba que siempre tuviera razón.
Al llegar al desván me paré en el último escalón y miré la puerta del dormitorio de John. Estaba cerrada, pero Aidan estaba allí. Tenía ganas de entrar, de preguntarle cómo estaba y si John le había vuelto a inyectar algo o simplemente le había repasado la herida. Pero me contuve, no podía arriesgarme. Una parte de mí se avergonzó de golpe y temía volver a verlo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo con recordar aquellos besos, me sonrojé sin querer. No me vi en ningún espejo, pero solo con el calor de mis mejillas lo daba por hecho.
Al entrar en la cama me acosté con la sensación de sentir aquellos labios en los míos y el recorrido de su lengua junto a la mía.
4
A la mañana siguiente me levanté temprano, casi siempre era la primera en hacerlo, incluso antes que Alison y los niños. Entré en el baño y me duché. Mi sorpresa fue que, al quitarme la ropa interior…, estaba mojada. ¿Qué demonios me había pasado aquella noche? Recordé que sentí algo al besarme con Aidan y que mi bajo vientre me daba señales de alarma, pero nunca creí que fueran tan evidentes. Me duché con cierto estupor y, al salir del baño, me llevé la gran sorpresa.
—Caray, estás muy sexy con la toalla —aseguró Aidan apoyándose en el marco de la puerta.
—¡Estás loco! —me sorprendí—. Mis padres pueden verte.
—¿Tus padres? ¿Esos ronquidos no provienen del piso de abajo? Ese debe de ser tu padre, ¿no?
—¿Y Alison?
—No se oye nada, así que estará durmiendo.
—¿Y John?
—Durmiendo como un angelito.
Su boca mostró una media sonrisa burlona al decírmelo. Acabábamos de hablar de mi familia y el despertador del dormitorio principal sonó.
—¡Mierda! Es Alison.
—Debo de ir al baño —se excusó—. ¿Puedo?
—Sí, claro —lo dejé pasar y yo me marché a mi dormitorio.
Aquel chico lograba descolocarme. Hacía apenas dos días que lo conocía y me cohibía su presencia. Abrí el armario y comencé a buscar el uniforme que iba a ponerme aquel día. Al cerrar la puerta, él estaba apoyado a un lado del dormitorio.
—¡¿Qué haces?!
Volví a sobresaltarme y tuve que sujetarme la toalla con fuerza.
—No tengo sueño. —Me sonrió de lado.
—¿Y?
—Pues que prefiero entretenerme de alguna manera.
—¿No te duele la herida? —Intenté desviar el tema.
—Sobreviviré —le restó importancia, pero sabía que le dolía y mucho—. Eso sí, me canso al estar de pie. —Y se sentó en una silla.
—Debo cambiarme.
—Por mí no te cortes —se animó.
—Me corto —me molesté, ¿o quizá no?—. Si no vas a irte ¿podrías al menos darte la vuelta?
—Está bien —refunfuñó.
Aquel silencio se hizo aterrador y el movimiento de las agujas del reloj se antojó más lento de lo normal.
—Tu hermano me dijo que ibas a ir a la universidad el próximo año.
—Así es. Más o menos. Estudios superiores.
—¿Dónde?
—Aquí en Cork, a la Universidad Marítima Nacional de Irlanda.
Me costó contestar al ponerme el jersey de cuello alto.
—¿Marítima?