Maureen. Angy Skay
el pan de la nevera, preparé un par de bocadillos y un par de latas de cerveza y Coca-Cola y subí las escaleras con lentitud debido al nerviosismo.
La puerta del dormitorio de John estaba cerrada. Llamé y, antes de esperar respuesta que sabía que no llegaría, abrí despacio.
—Soy yo —dije antes de acabarla de abrir—. John me ha pedido que te traiga algo de comida.
—Pasa.
Cuando entré, estaba tumbado en la cama, mirando a la pared.
—¿Qué traes? —preguntó con sequedad, incorporándose.
—Un par de bocadillos y algo de beber. —Se lo mostré.
Apenas me miró y cogió lo que acababa de subir. Estaba hambriento. Lanzó una mirada furtiva al interior del bocadillo y lo aprobó.
Fuera modales. «¿Para qué?», me dije, y luego pensé en cómo podría haber reaccionado: «Gracias, Maureen, has sido muy amable. Te lo agradezco». ¡Bah! Tenía hambre y punto.
Observé sus tatuajes, que estaban a la vista. Todos ellos eran asombrosos. Aunque tenía magulladuras en un costado. Él notó mi mirada indiscreta.
—No —dijo sin mirarme y siguió masticando el sándwich.
—¿Cómo?
No comprendí aquella negación, yo no le había preguntado nada.
—No duele cuando te hacen un tatuaje —me explicó sin ni siquiera dignarse a mírame.
—Yo no…
—Tú no, ¿qué? ¿No querías preguntarme eso? No serías la primera ni serás la última que se lo pregunta mientras me mira los tatuajes —añadió despectivo.
—¿Qué significan?
Me atreví a preguntar al fijarme en uno en concreto que tenía en el costado con el nombre de Taragh.
Se miró su brazo izquierdo de arriba abajo, pero no dijo nada. Luego pasó su mirada por el derecho y, para finalizar, paró en su estómago.
—Cada uno tiene su significado y su momento.
No sabía qué hacer ni qué decir: si irme o quedarme, si preguntarle si necesitaba algo más o esperar a que él me lo pidiera. Pero, por lo visto, mi presencia le traía sin cuidado.
—Soy Maureen —me presenté sin saber muy bien por qué. Supuse que ya lo sabría.
—Lo sé. Tu hermano me dijo que estarías por aquí. —Por fin me clavó la mirada.
—Bueno —al ver que mi compañía no le hacía ni bien ni mal, me acerqué a la puerta para irme—. Si necesitas algo, estoy enfrente.
No contestó. Me observó sin decir nada a modo de «de acuerdo» y ya está.
Cerré la puerta, entré en mi dormitorio y comencé a notar un sudor extraño. Me vi reflejada en el espejo algo ruborizada. Me palpé la mejilla y estaba caliente. El corazón empezó a latirme con rapidez y mis ojos se pusieron como platos al recordar el físico de Aidan. La verdad era que aquel cuerpo imponía. Pero lo que más me cautivó fue su mirada. Sus ojos se me clavaron y no hacía otra cosa que verlos en todas partes, incluso cuando cerraba los míos.
Pasaron un par de horas y oí cómo llegaban los demás. Bajé a la cocina a ayudar a Alison con la cena y John pudo subir a su dormitorio.
—¿Cómo ha ido la mañana? —preguntó.
—Eh… —titubeé al recordar a Aidan—. Bien, estudiando, como me propuse. ¿Y vosotros?
—También genial. Por cierto, tu abuela me ha dado esto para ti. —Abrió un cuenco que acababa de dejar en la nevera.
—¡Stew! —Me alegré al ver el estofado—. Gracias.
Busqué un tenedor para poder probarlo. Mi abuela hacía el mejor estofado irlandés que jamás había comido.
—¿También quieres sopa, como John?
—¿John quiere sopa? —me extrañé. Mi hermano no era de los que acostumbraba a comer caliente.
—Sí. Ha dicho que no se encontraba bien y que subía a echarse un rato. He pensado que un poco de sopa le irá bien. —Sacó la olla del armario.
—Le preguntaré primero, dudo que quiera sopa habiendo estofado de la abuela.
En mi móvil sonó un mensaje. Lo miré y era mi hermano que me pedía con urgencia que subiera. Me dirigí a la puerta para subir corriendo hacia el desván.
—Maureen, ¿sabes si ha venido…? —preguntó mi padre al entrar a la cocina, y se extrañó al verme salir como una bala.
—Papá, he estado arriba toda la mañana —respondí mientras subía los escalones de dos en dos—. Pregúntale después a John.
Después de subir el último escalón, paré delante de la puerta de John, respiré hondo y me hice a la idea de que volvería a cruzarme con la mirada de Aidan. Le eché valor y llamé.
—Soy yo —dije al percibir el silencio.
—Pasa.
—Dice Alison… ¡Dios, John! —me asombré al ver que tenía un trapo con sangre en las manos y Aidan estaba tumbado, con la cara blanca como el papel—. Pero ¡¿cómo es posible?! Hace un momento no tenía toda esa sangre —me escandalicé.
—Maureen, te necesito otra vez. Baja sin que nadie te vea, coge lo que sea para desinfectar heridas y paños mojados.
—Está…
—Sí. No preguntes. Volvió a salir después de traerle tú la comida. Acaban de traerlo así dos amigos y nadie los ha visto. Entraron por la puerta de atrás —me explicó apretando la herida con una camiseta.
Me quedé en shock, pero la mirada asesina de mi hermano mayor me despertó de golpe. Bajé al baño de mi padre y en el botiquín encontré desinfectante y gasas. Cogí un par de toallas pequeñas del armario y las empapé en el lavabo. Subí en cuestión de segundos y ni me molesté en llamar a la puerta.
—Esto es todo lo que he encontrado —me apresuré a entregárselo.
Cogí una de las toallas mojadas y se la coloqué en la frente. Estaba ardiendo y las gotas de sudor le resbalaban por la cara. John cogió el desinfectante y se lo aplicó en plena herida. Aidan dio un respingo de dolor y soltó el aire entre los dientes.
—Cálmalo —me ordenó—. Esto le va a doler más de lo que se imagina.
Obedecí sin rechistar. En eso nos parecíamos mucho los dos: teníamos sangre fría en los momentos de crisis y, una vez pasaba todo, entonces nos desplomábamos. Nuestra abuela decía que eso lo habíamos heredado de su familia, ya que a la de mi abuelo los tachaba de flojos.
Tardamos en curarlo. Al terminar, vimos que estaba dormido.
—Está inconsciente —dijo al levantarse e ir a por el móvil y mandar un mensaje—. Kathy estudia enfermería, a ver si me aconseja.
—¿Y qué le vas a decir? ¿Qué es para un amigo tuyo que está metido en un gran lío y herido por un arma blanca? —le reproché.
—No. Le diré que es para alguien del bar… —contestó mientras buscaba y marcaba—. Kathy… Hola soy Hagarty. Necesito un favor… Tenemos un cliente que ha desfallecido y se ha herido con unos cristales… —siguió hablando—. Hemos llamado a emergencias hace rato y aquí no viene nadie. No, no vengas, prepara las medicinas, ahora voy yo.
Siguió con su mentira mientras yo iba cambiando las toallas de la frente de Aidan. La verdad era que estaba muy mal. La herida se encontraba tapada con gasas y esparadrapo, pero aquello no pintaba bien.
—Maureen, tienes que hacerme otro favor.
—¡¿Otro?!