Reescribir mi destino. Brianna Callum
fuerza mental como para afrontar una nueva discusión –en esos días habían tenido varias– pero resultaba evidente que Tiziano no podría empezar su día si no descargaba su enojo. Su voz procuró ser tranquila aunque no ocultaba el profundo dolor que sentía, no solo por el duelo en sí, sino también por ser la receptora de la ira de su hijo.
–Yo también cada día tengo que hacer un gran esfuerzo para levantarme de la cama a sabiendas de que deberé lidiar con su ausencia. ¿Si me importa? ¿Cómo crees que no? ¡Claro que me importa! –Dios era testigo de ello y cuánto esfuerzo ponía en intentar sentirse de mejor ánimo. Así se lo hizo saber–: Paolo era mi esposo, el amor de mi vida, el padre de mi hijo. ¡Paolo murió, pero nosotros no! Nos guste o no tenemos que seguir adelante, y no hay nada de malo en intentar sentirnos de mejor ánimo a medida que pasen los días. ¿Qué puede haber de malo en escuchar un poco de música? ¡Si tú mismo escuchas cuando estás en tu dormitorio! ¿O ahora me dirás que no es así?
–No es lo mismo –refutó él. Caeli se acercó a su hijo sin llegar a tocarlo. Él desvió la mirada.
–Mírame, Tiziano –le exigió ella, imponiéndose–. ¿Qué cosa consideras que no es lo mismo?
Tiziano miró a su madre de manera breve antes de volver a desviar la vista con gesto obstinado, como si no quisiera dar el brazo a torcer. Sin embargo, ante la falta de argumentos que fuesen lo suficientemente fuertes para rebatir, relajó un poco su postura rígida y dejó caer los hombros.
–No lo sé –murmuró al final.
Caeli le apoyó una mano en el hombro y aguardó la reacción de su hijo. Con el paso de los segundos, bajo la palma sintió que él aflojaba la tensión de sus músculos.
–No hay nada de malo, Tizi. No te sientas culpable por seguir vivo ni me culpes a mí. No sientas culpa si quieres escuchar música o si de pronto te encuentras sonriendo. No hay nada de malo –repitió argumentos que ella misma se decía a cada momento– en intentar que nuestros días no sean tan grises, en recuperar algo de normalidad.
–Ya no serán normales...
–Ya no tendrán la normalidad a la que estábamos acostumbrados, desde luego. Tendremos que aprender a construir una nueva realidad y nadie nos pide que esa realidad sea de completo sufrimiento.
–Pero papá ya no estará, y eso duele.
–Duele mucho, hijo, claro que sí, y su ausencia dolerá siempre.
Tiziano buscó a su madre con la mirada.
–¿Entonces, si su ausencia dolerá siempre, cómo vamos a hacer para seguir? ¿Cómo vamos a volver a ser felices?
–Cariño, ahora ese dolor invade todo en nuestra vida. Sin embargo, con el paso de los días y a medida que ocupemos la mente en otros pensamientos y diversas situaciones comiencen a ser parte de nuestra cotidianeidad, el corazón se nos va a inundar de otros sentimientos y emociones, entonces ese dolor no va a desaparecer, pero ya no será lo único que nos atraviese.
–¡Estoy muy enojado! –exclamó él.
–Lo sé, Tizi, yo también lo estoy. Y está bien que sientas y que dejes fluir tus emociones. Lo que no es justo es que descargues tu enojo conmigo.
–Yo... –se quedó pasmado ante las palabras de su madre al darse cuenta de la manera en la que había estado actuando. Se avergonzaba por su temperamento, el cual le resultaba difícil de controlar, y mucho más lo avergonzaba haber descargado ese enojo en ella. En su favor podía decir que recién ahora era verdaderamente consciente de esas acciones. También se daba cuenta de que esa era la razón por la cual, mientras su madre no lo miraba, le había resultado sencillo gritarle, pero cuando estaban frente a frente, el valor se le escurría dando paso a la vergüenza. Sabía que estaba actuando mal–. Yo...
Ella lo detuvo con un gesto de la mano.
–Puedes hablarme de lo que sea y si prefieres aislarte, también está bien, hijo –continuó ella con voz cariñosa–. Pero con lo que decidas, debes saber que si necesitas un abrazo, aquí estoy. Podemos también llorar juntos. Lo único que te pido es que no me uses de saco de boxeo. No es mi culpa que papá ya no esté; tampoco es tu culpa. No nos lastimemos más de lo que ya lo estamos.
–Lo siento... –se disculpó, avergonzado. Ella le sonrió con amor infinito y lo recibió en sus brazos, donde él fue a refugiarse como cuando era chiquito.
–Estaremos bien, mi vida –lo tranquilizó.
–Es muy difícil aceptar que papá ya no está.
–Lo sé, cariño, es muy difícil. Nadie dijo que sería fácil. Vayamos paso a paso, día a día. Enfrentemos las batallas a las que nos someten nuestro corazón y la razón.
–Te quiero, mamma. Yo... no te culpo. Ni siquiera sé por qué me enojo contigo –se sinceró.
–No te enojas conmigo, es solo que soy quien está aquí y eso me convierte en receptora colateral de tu enojo... y de tu miedo –agregó. Intuía que al perder a su padre, Tiziano necesitaría pruebas constantes de que no había quedado desamparado, de que no se había vuelto invisible. Él nunca había sido invisible para ella, y jamás lo sería; no necesitaba hacerse notar por medio de esos arranques de furia y caprichos sin sentido–. Te veo, Tizi. No estás solo. Y sabes que también te quiero, con mi alma entera.
–Gracias –susurró tras algunos segundos de un abrazo reparador que Caeli reforzó al oírlo. Al separarse, ambos asintieron con la cabeza en un mudo consentimiento de continuar–. Se te va a quemar el risotto –apuntó él, señalando hacia la cacerola.
–¡Oh, por Dios, es cierto! –corrió a revolver la comida, que empezaba a pegarse en el fondo de la cacerola. Mordiéndose el labio inferior, volvió a cruzar una mirada con su hijo y exclamó con una risa compartida–. ¡Por poco!
Todavía sonriendo, Tiziano recogió la cáscara de plátano que había quedado sobre el mantel y la arrojó al cesto de residuos; después barrió las migas que habían caído al suelo. Caeli sintió que el pecho se le expandía de orgullo.
–Ve poniendo la mesa que a esto no le falta mucho –le pidió, procurando que en la voz no se notara la emoción.
Unos diez minutos después, madre e hijo compartían el risotto de calabaza y queso parmesano que, Tiziano tuvo que reconocer, estaba delicioso.
–Entonces fuiste a la fábrica... ¿y cómo está todo por ahí? –se interesó, ahora sí, por lo que su madre le había dicho.
–Bueno... –Caeli dejó la cuchara a medio camino y esbozó una mueca en tanto la regresaba a su plato–. No fui capaz de entrar. Solo llegué hasta la puerta... Para mí también es muy difícil esto que estamos viviendo, cariño...
–Sí, lo sé... –se quedó pensativo.
–Dejaré pasar unos días antes de volver –dijo Caeli. Inclinó el rostro y, sin quitarle la vista de encima a su hijo, le preguntó–: ¿Y tú cuándo quieres regresar a la escuela? Recién empieza el semestre, por lo que si quieres tomarte unos días, no creo que te atrases mucho. Aunque regresar a la escuela también puede significar nuevos aires para ti... No sé, creo que podría ayudarte. De todos modos, debes decidir tú qué prefieres hacer.
Tiziano parpadeó repetidas veces.
–Estuve pensando y... –con la cuchara jugueteó en su plato. Inhaló profundo para darse valor antes de exponer su idea–: No creo que regrese al colegio... No me refiero a no regresar esta semana o la entrante, sino a no hacerlo nunca.
–¿De qué hablas, Tizi? –inquirió Caeli con el ceño fruncido.
–Ahora que papá no está... –se le quebró la voz. Carraspeó para continuar–: tendré que ir