Reescribir mi destino. Brianna Callum

Reescribir mi destino - Brianna Callum


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      Caeli lo detuvo y le apoyó la mano en el antebrazo, a la altura de la muñeca para lograr su completa atención.

      –¿Eso es realmente lo que quisieras hacer? –lo interrogó. No es que fuera a acceder, por supuesto, solo necesitaba saber cuál había sido el detonante de esa idea. A los catorce años, había iniciado la secundaria de segundo grado, cuando los chicos eligen la especialización que prefieren. Tiziano no había tenido oportunidad de opinar al respecto dado que, de manera arbitraria, Paolo lo había inscrito en el Instituto Técnico Agrario. Tras cinco años de formación práctica y teórica, Tiziano saldría con una instrucción que le permitiría trabajar en Collina del Sole y, si era de su agrado también, iniciar sus estudios agrarios en la universidad. A pesar de que Tiziano no había podido decidir al respecto, no se había opuesto y acudía al instituto con gran entusiasmo, por eso le resultaba extraño que quisiera abandonar los estudios.

      –No, pero...

      –¿Pero qué, Tizi?

      Se lo veía inquieto.

      –Es que en el funeral de papá, la abuela dijo que ahora yo soy el hombre de la casa y que debo asumir su lugar.

      Caeli suspiró.

      –Detente, Tiziano. La abuela se equivoca. Tu rol no debe ser el de ocupar el lugar de tu padre. Eres un chico de quince años, un adolescente que debe seguir siéndolo –recalcó–. Esto significa que debes seguir con tu vida de la manera lo más normal posible. Tienes que continuar con tus estudios y, cuando termines la escuela, decidir si sigues alguna carrera en la universidad. La fábrica es tu herencia, pero ahora no tienes obligación de hacerte cargo de ella y, cuando llegue su momento, podrás decidir qué hacer al respecto.

      –Pero no puedo dejarte sola... ¿Por qué está bien que tú tengas que asumir esa responsabilidad y yo no?

      –Ya te lo he dicho: tú debes seguir con tu vida, de eso no se hable más. Mi situación es distinta porque, al fin y al cabo, en mi juventud me preparé para desempeñar las tareas que requieren el olivar y la fábrica –esto era cierto, aunque Caeli temía que sus conocimientos ya fueran obsoletos–. Si tu padre me lo hubiese permitido, yo podría haber trabajado a su lado; sin embargo, quiso que me quedara en casa...

      –¿Entonces tú también te graduaste?

      –Sí. Tengo el mismo título que tenía tu padre.

      –Sabía que habías ido a la universidad porque papá siempre contaba la anécdota de cuando se conocieron. Lo que no sabía es que te habías diplomado.

      –De eso no se hablaba en esta casa –murmuró con cierta tristeza.

      –¿De verdad no necesito dejar el colegio? ¿Tomarás el mando de Collina del Sole? –su voz sonaba más ligera. Caeli notó que él lucía como si le hubiesen quitado un peso de encima.

      –¡No necesitas dejar tus estudios, cariño! –respondió con seguridad–. Respecto a mí, sé que el destino me ha puesto en un camino en el que me encontraré con parte importante de mis anhelos de juventud, cuando me soñaba trabajando en el campo... ¿Sabes? Lo había olvidado, pero la agricultura siempre fue una de mis grandes pasiones –lo miró con intensidad y apretó suavemente el antebrazo de su hijo cuando clamó–: Cuando me sienta preparada para reabrir la empresa, lo haré, y sé que estaré a gusto. ¡Te prometo que no permitiré que tú postergues o abandones tus sueños y proyectos! Nunca olvides quién eres y quién quieres ser. Nunca, hijo mío.

      –Te lo prometo, mamma –asintió él–. Entonces volveré al colegio y terminaré mis estudios. Pero si me necesitas para que te ayude en la fábrica, sabes que aquí estoy –le hizo saber, parafraseándola.

      –Lo sé, Tizi. Lo sé. Ahora come ese risotto, que se te enfría.

      Él asintió. Inclinó la cabeza para llevarse una cucharada de comida a la boca. Cuando por fin lo tragó, alzó los ojos hacia su madre.

      –Volveré mañana... a la escuela, digo...

      –Me parece bien. Después alistaré tu uniforme –le prometió. Luego, impulsada por nuevas energías, añadió–: Y yo en un principio retomaré, también mañana mismo, mis clases de yoga, que es algo que me hace bien y me permitirá enfocarme mejor en mi interior.

      –Che figo!, mamma. Le escribiré a Mirko para que me pase las tareas de todos estos días que me perdí –señaló él. Caeli asintió con una sonrisa. Se sentía complacida de que, en apariencia, sus vidas empezaran a encauzarse.

      11

      Martes, 16 de mayo de 2017

      Hacía tres días que no paraba de llover, y esa había sido la nueva excusa para que Caeli pudiera postergar otro poco su visita a la planta fabril y, con mayor razón, el recorrido exploratorio por el olivar. Llevaba cuatro meses postergándolo.

      Justo antes de la muerte de Paolo, Collina del Sole había concluido la elaboración de aceite de oliva derivado de la última cosecha, y habían alcanzado a vender buena parte de esa producción. Por lo tanto, terminada la temporada de recolección y molienda, la fábrica había vuelto a operar con el mínimo indispensable de empleados. Esgrimiendo este argumento, Caeli había mantenido cerradas las puertas justificándose en la creencia de que era improbable que esto fuese a repercutir de manera desfavorable en la economía de la empresa. Pero la inactividad, que en un principio creyó que sería de algunas semanas, ya llevaba cuatro meses. Caeli había estado sumida en una profunda depresión que le había imposibilitado cumplir con sus funciones.

      Durante ese tiempo, ella solo había tenido contacto con Rodolfo Raggi, responsable a cargo del área contable y de la tesorería de gestión financiera de la empresa, para que este se encargara de pagar los salarios a los empleados permanentes de la planta. En una de sus últimas conversaciones, Raggi le había informado que la situación se estaba volviendo insostenible.

      Caeli sentía todo el peso del mundo sobre sus hombros. Al menos de ese pequeño gran universo que había sido “el mundo” para Paolo y que ahora también debería serlo para ella, con el objeto de que, al momento de heredarlo, Collina del Sole fuera un “mundo” digno para Tiziano. Sabía que era imperioso que se hiciera cargo del lugar, y al mismo tiempo, tenía tanto miedo de hacer las cosas mal, que se paralizaba.

      Era media mañana. Caeli bebía una infusión de tilo y manzanilla sentada tras la mesa de la cocina y su mirada estaba fija en la cortina de agua que formaba la lluvia en el alero de la ventana. Su mente iba y venía. En algunos momentos se encontraba abarrotada de pensamientos, de preocupaciones y de miedos. En otros, y apelando de manera inconsciente al instinto de supervivencia, se perdía con desesperación en la nada más absoluta, se vaciaba por completo.

      Había alcanzado ese estado de ingravidez que le permitía aislarse de todo y donde el dolor no era más que una sombra que acechaba en la periferia, esperando el instante para saltarle otra vez encima y atravesarle la piel con sus garras, cuando el violento aleteo de un pájaro tras la ventana la devolvió a la realidad.

      El sobresalto le hizo derramar algunas gotas de su infusión. Parpadeó repetidas veces antes de realizar una inspección rápida en la que comprobó que el plato, el mantel y también parte de su ropa tenían salpicaduras. Negó con la cabeza y se miró las manos. Sin darse cuenta, había dejado el tazón sobre la mesa. En el instante en el que su mente se había permitido razonar, advirtió que estaba actuando como una autómata. Se cuestionó, entonces, cuánto más podría dilatar las cosas y si realmente valía la pena hacerlo.

      El pájaro, que se había refugiado en el alféizar, sacudía el cuerpo y las alitas para quitarse el agua de encima. Pasmada, Caeli abrió los ojos con amplitud ante la gráfica revelación. No pudo más que sentirse avergonzada por la manera en la que había buscado evadirse


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