Reescribir mi destino. Brianna Callum
y así evitar que perdiera calor, algo común en las víctimas de accidentes, sin contar que de por sí, la noche invernal se sentía gélida. Volvió a controlar su pulso y su respiración, gracias a lo cual comprobó que no habían sufrido cambios. Sin embargo, la herida detrás de su oreja seguía sangrando profusamente.
–¡Necesito algún trapo limpio para contener la hemorragia! –gritó Gianni para hacerse oír. Con cuidado palpó que Bastian no tuviera otras heridas externas. Si las había, ninguna sangraba como la del cráneo. Aunque lo que notó durante su inspección fue una deformidad en el fémur de la pierna izquierda; probablemente fuera donde había recibido el impacto de la motocicleta. Pero no podía hacer nada al respecto. Enseguida alguien le alcanzó un trapo blanco. Estaba limpio y servía, tal vez se tratara de un paño de cocina de alguno de los restaurantes que abundaban en las inmediaciones; lo sostuvo sobre el corte.
Habían pasado al menos quince minutos cuando la estridente sirena de la ambulancia cortó el aire igual que un cuchillo afilado. Algunos instantes después ingresó a Piazza Giuditta Tavani Arquati desde Via della Lungaretta abriéndose paso entre el tráfico nocturno y los curiosos que se habían congregado más allá de la improvisada barrera de sillas y del límite que les habían impuesto los dos agentes de policía que, tras acercarse al lugar, habían ayudado a organizar la situación. Las luces, con su constante parpadeo, creaban un fascinante mosaico en movimiento en las paredes de los edificios circundantes y en el gris de la calzada. La atmósfera se tornó extraña, inexplicable, con conversaciones y voces ininteligibles, con movimientos apresurados, pero que al mismo tiempo parecían discurrir en cámara lenta. Algunos incluso filmaban con sus teléfonos celulares.
Tras obligar a los curiosos a dejar paso al personal de salud, los paramédicos pudieron realizar su trabajo: constataron por sí mismos los signos vitales del herido, posibles hemorragias, heridas o lesiones. Tras inmovilizar su cuello con un collarín, le colocaron un respirador y, con maniobras apropiadas para resguardar su columna, lo subieron a una camilla rígida con la cual lo trasladaron hasta la ambulancia. Allí dentro los profesionales pudieron brindarle los primeros cuidados in situ mientras el vehículo se dirigía a gran velocidad hacia el hospital Sandro Pertini.
7
Bastian alzó los párpados, confundido pues en un principio no entendió qué era lo que sucedía. Su cuello estaba rígido y tenía puesta una máscara de oxígeno que le abarcaba desde cerca del entrecejo hasta la barbilla. Si acaso había estado durmiendo, ese sin dudas era el peor despertar que había tenido en su vida. Una sirena estridente que jamás se alejaba –dedujo que se encontraba dentro de esa sirena– le perforaba los tímpanos y no hacía más que acrecentar el insoportable dolor de cabeza que sentía, como si el cráneo estuviese a punto de estallarle en mil pedazos. Él estaba inmóvil, pero de alguna manera se desplazaba.
–Está despierto –escuchó que alguien decía.
–Señor Berardi, ¿me escucha? –preguntó otra persona a su lado.
¡No griten!, quería pedirles. Puede que las personas no hubiesen alzado la voz, pero a su cerebro los sonidos llegaban amplificados. Y la maldita sirena no paraba de sonar.
–Señor Berardi –volvieron a llamarlo. Bastian procuró fijar su atención en el hombre tras el barbijo, que con una linterna le examinó los ojos y le pidió que siguiera el recorrido de la luz–. No intente moverse, pero necesito que me responda si me escucha. ¿Puede hablar?
¿Puedo hablar?, se preguntó, en ese estado de confusión del que no podía salir. Suponía que sí, sin embargo, tenía la sensación de que la voz le saldría con esfuerzo, ronca como cuando uno recién se despierta. Le daba la impresión de que no había hablado en un millón de años.
–¿Entiende lo que digo? ¿Puede hablar? –volvieron a preguntarle.
–Sí... –en efecto, su voz se oyó ronca y más débil de lo que hubiese creído. Ansiaba beber un sorbo de agua.
–¿Puede decirme su nombre? –le preguntó el hombre, que tomaba anotaciones en una tablilla.
Bastian había deducido que se trataba de dos médicos y que se encontraba dentro de una ambulancia. El motivo lo ignoraba.
–Bastian –indicó con matiz ronco. Carraspeó para aclararse la voz, y el dolor en el cráneo le llegó hasta los ojos. No quería toser por miedo a que los globos oculares saltaran fuera de sus órbitas. Así de mal se sentía. A duras penas completó–: Berardi.
–Muy bien, señor Berardi. ¿Cómo se siente?
Bastian se preguntó si realmente tenía que responder tamaña estupidez. ¿Cómo me siento? ¡Como el diablo!, pensó que hubiese sido la respuesta correcta. Desistió, por supuesto. Se agotaba de solo imaginar el esfuerzo que le llevaría pronunciar tantas palabras.
–Mal –dijo en cambio.
–¿Siente dolor?
–Mucho... –cerró los párpados por un instante, la luz le molestaba–. La cabeza... me explota.
–De acuerdo. ¿Recuerda qué le pasó?
–No... sí... algo –tenía algunos destellos. Estaban “los siete”, Nancy y él en la calle. Reían. Una moto... Forcejeo... No recordaba nada más. Estaba seguro de que faltaban piezas al rompecabezas.
–¿Tiene algún otro dolor, señor Berardi?
–En la espalda... como latigazos.
–¿Alguna otra zona que le duela?
Bastian procuró concentrarse en el resto de su cuerpo; sin embargo, el terrible dolor de cabeza parecía dominarlo todo.
–No.
Los médicos se miraron con seriedad.
–De acuerdo. ¿Siente esto? –interrogó el profesional mientras le pellizcaba el dorso de la mano derecha.
–Sí –respondió Bastian.
–¿Y esto? –repitieron lo mismo en la mano izquierda, donde Bastian advirtió que tenía conectada una vía, y en distintos puntos de los brazos.
–Sí –respondió Bastian a todo.
–¿Y esto le duele? –le preguntó en esa ocasión el otro médico, que hasta ese momento no había intervenido en la conversación. Estaba ubicado cerca de sus piernas.
–No.
–¿No le duele? –quiso asegurarse.
–No.
–¿Pero siente que lo toco? –intentó ahora.
–Un roce... una leve molestia.
–De acuerdo –volvió a repetir el médico, con preocupación. Estaba seguro de que el paciente tenía el fémur izquierdo fracturado. Palpaba una protuberancia donde la motocicleta había hecho el impacto, y podía saber de manera fehaciente dónde había sido, porque la huella de la rueda había quedado marcada en el pantalón. Si el señor Berardi no sentía dolor en las piernas, solo un leve roce y una molestia, el cuadro podía ser de gran complejidad.
Según la Escala de Coma de Glasgow, el paciente presentaba un traumatismo craneoencefálico, leve. No obstante, el cuadro se complicaba con una posible lesión de médula espinal a nivel torácico o lumbar, lo que podría estar ocasionando la falta de sensibilidad de los miembros inferiores. Se le realizaron otras pruebas, en este caso de estimulación plantar, y se anotaron los resultados en la historia clínica.
–La cabeza me va a estallar –se quejó Bastian.
Uno de los médicos