Reescribir mi destino. Brianna Callum

Reescribir mi destino - Brianna Callum


Скачать книгу
todavía debía hacer lo que doña Nydia quisiera, y ella quería que su esposo permaneciera en la casa. Para tal fin habían contratado a Carlo, que acompañaba a don Vicenzo durante la mayor parte del día, y una enfermera que les hacía visitas de manera regular para controlar el estado de salud de la pareja mayor.

      –Rami fue a ver a Tizi –mencionó Albertina haciendo referencia a Ramiro, su hijo menor, y con la velada intención de dejar de lado ese tema espinoso que después, ya en privado, su esposo y ella deberían profundizar, una vez más.

      –Gracias, Albertina. Tizi adora a su primo; estoy segura de que le hará bien compartir tiempo con él.

      Albertina asintió con la cabeza antes de comentar:

      –Sabes que el cariño que se tienen esos dos es mutuo –echó un vistazo hacia la escalera para comprobar que los chicos seguían en el dormitorio. Suspiró–. Todos estamos pasando un mal momento, pero no puedo imaginarme lo afectado que debe de estar Tizi... Pobrecito, mi vida, perder a su papá en esta etapa, en plena adolescencia, cuando los varones más necesitan de la figura paterna... ¡Tantas preguntas que le habrán quedado por hacer! ¡Tantas dudas y tanto por compartir! –se lamentó.

      Caeli se sentía en una montaña rusa emocional. Cuando creía que había logrado controlar la angustia, aparecía algún detonante que otra vez la lanzaba al abismo sin piedad. Las inquietudes que planteaba su cuñada no estaban lejos de sus propias reflexiones, de sus propios miedos. En ese escaso tiempo se había preguntado, entre otras cosas, si sería capaz de suplir de alguna manera la ausencia de la figura paterna en la vida de su hijo. Si acaso ella sería suficiente, si sabría responder a sus interrogantes...

      –Cuñada, puedes decirle a Tizi que hable conmigo –ofreció Fabio–. Porque Albertina tiene razón, ese chico va a necesitar tener con quién hablar de cosas de hombres, ¿me entiendes? –le guiñó un ojo para reforzar la intención de la pregunta.

      –Gracias, Fabio, pero respecto a mi hijo no forzaré nada. Él sabe que conmigo puede hablar de cualquier tema. De todos modos, dejaré que sea él quien decida con quién se siente más cómodo para conversar y, desde luego, recurriremos a algún terapeuta en busca de orientación –respondió, tajante. Al tratarse del bienestar de su hijo, el instinto había hecho que ganara coraje. Lo cierto era que Caeli, de ninguna manera, quería que Tiziano tomara a su tío Fabio como figura masculina de referencia. Consideraba que ese hombre prepotente, altanero y ventajista no podía ser un buen ejemplo para nadie. Había aparentado valentía, pero por dentro le temblaba el cuerpo.

      –Bueno, cuñada, pero ya sabes que el chico puede recurrir a mí –insistió–. Y otra cosa, ¿ya has pensado qué harás con el olivar y con la fábrica? –inquirió. No esperó respuesta y siguió con su discurso–. Porque déjame darte un consejo: acá lo que te conviene es vender todo; el campo y la fábrica no son cosas de mujeres. Esto mismo que te digo se lo escuché decir muchas veces al mismísimo Paolo, que en paz descanse –se persignó en un falso intento por parecer religioso.

      La dueña de casa sentía que la temperatura de su sangre se elevaba al ritmo que avanzaba el monólogo de su cuñado. En el exterior de su cuerpo, el fenómeno se manifestó en sus mejillas, que ardían.

      –Todavía no he tenido tiempo de pensar en ello, Fabio. ¿No crees que sea demasiado pronto para hacer esta pregunta? –interrogó con ironía y con una ceja en alto.

      –Nunca es demasiado pronto para tratar las cuestiones monetarias –refutó él–. Y ahora que eres una mujer sola deberías tener la humildad de escuchar los consejos de un hombre.

      Ella inhaló profundo. Quería decirle tantas cosas a Fabio, pero no le salía ni una palabra. Intervino su cuñada, que había notado su incomodidad y la impertinencia de su esposo.

      –Fabio, por favor. ¿Por qué no dejamos tranquila a Caeli y vamos a caminar? Necesito un poco de aire, el olor de las flores me está ahogando.

      A pesar de estar en desacuerdo con su esposa, Fabio aceptó. Asintió con la cabeza y se puso de pie. Su mirada estaba fija en Caeli, que a esas alturas parecía haber perdido todo vestigio de valentía.

      –Volveremos a conversar cuando te sientas más tranquila –le dijo él, convencido de que podría llevar a cabo los planes que había empezado a gestar hacía años y que ahora, mientras paseaba entre los olivos centenarios, estaba seguro de haber ideado el golpe final. Hacía tiempo que ambicionaba esa fábrica y creía que había llegado el momento de que pudiera hacerse con ella.

      Horas después, cuando el sol caía tras la casa y las sombras empezaban a insinuarse, Caeli y Tiziano, arrebujados en sus abrigos y de pie uno junto al otro delante de la puerta principal, despedían a los últimos familiares que emprendían el viaje de regreso a sus hogares. Caeli alzó la mano cuando los vehículos se pusieron en marcha y avanzaron por el camino pedregoso. Tras cruzar la tranquera de ingreso, la caravana seguida por una nube de polvo que se levantaba a su paso pronto se perdió de vista.

      El camino había quedado vacío. Fue entonces cuando Caeli tomó conciencia de lo reducida que era su familia; es decir, la familia que habían formado Paolo y ella. Aunque los esposos habían deseado tener más hijos, después de Tiziano todos los intentos habían sido en vano. En ese momento de desesperación y llevándose las manos al vientre en un acto reflejo, Caeli deseó tanto que alguno de esos intentos hubiese dado sus frutos. Así, tal vez, no se hubiese sentido tanto el vacío dejado por Paolo, cuya presencia en vida parecía colmarlo todo.

      Si bien de ambas ramas familiares los miembros eran numerosos y sabía que podía contar con ellos, la realidad era que su círculo familiar más íntimo, los que convivían en esa finca, habían sido solo ellos tres. Y allí estaban ahora Tiziano y ella, los únicos dos que habían quedado, frente a un largo camino de incertidumbre.

      El cuerpo le temblaba por dentro. Practicó algunas respiraciones profundas para aplacar la angustia y para darse valor. No quería volver a padecer un ataque de ansiedad como el que había sufrido en el promontorio o volver a sentirse vulnerable como cuando discutió con su cuñado. No podía volver a mostrarse así frente a nadie. En ese momento, cuando más lo necesitaba, el brazo de su hijo le rodeó los hombros. No necesitó más que eso para que la invadiera una poderosa fuerza interna que le dio la certeza, de manera arrolladora, de que haría todo cuanto estuviera en sus manos para que los dos pudieran salir adelante.

      –Estaremos bien –decretó. Con su brazo izquierdo rodeó la cintura de su hijo y percibió que él asentía con la cabeza. Con la vista al frente y más decidida que nunca, reafirmó, para Tiziano y para ella misma–: Estaremos bien.

      Había llegado el momento de juntar los fragmentos de su alma rota y, aún con el dolor y los miedos a cuestas, porque claro que seguían allí y de eso no sería tan fácil desprenderse, empezar a reconstruirse y a reescribir su destino.

      Se lo debía a su hijo.

      Se lo debía a sí misma.

      4

      Roma, Italia

       Martes, 27 de diciembre de 2016

      Bastian se sentía eufórico. Estaba un paso más cerca de lograr su mayor objetivo laboral, el que había empezado a tomar forma un mes atrás. Quería gritar de felicidad, bailar, saltar como un loco. Por supuesto, no podía hacerlo. Tenía que mantener la compostura, al menos hasta abandonar el lujoso edificio. Con una ansiedad que hacía tiempo no experimentaba, oprimió el botón del elevador y aguardó hasta que se abrieron las puertas metálicas. Dentro estaban el ascensorista y una señora de porte distinguido que llevaba en sus brazos un perrito de pelaje blanco y rizado. Era curioso que el pelo del animalito fuese tan parecido al cabello de su dueña, que asomaba debajo de un coqueto sombrero negro.

      –Buenas tardes


Скачать книгу