Emociones, argumentación y argumentos. Cristián Santibáñez

Emociones, argumentación y argumentos - Cristián Santibáñez


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el tratamiento habitual de las emociones en la teoría de la argumentación, comenzando por algunos apuntes de la retórica clásica y terminando con ciertos aportes de algunos autores importantes de la teoría de la argumentación; luego se pasa revista a la teoría de los actos de habla estándar (particularmente la propuesta de Searle) relativa a las expresiones emocionales, para pasar a la descripción de la noción de acto de habla complejo de la argumentación dentro del que se insertan, sin mayor análisis, las expresiones emocionales (particularmente tomando en cuenta la teoría pragma-dialéctica).

      En la tercera sección se discute la explicación que ofrece Hamblin. Esta aproximación ha pasado, si no nos equivocamos, desapercibida en la literatura de la teoría de la argumentación, y bajo nuestra perspectiva es la que mayor rendimiento tiene. De hecho, este artículo viene a converger sustancialmente con esta posición. Dicho de otro modo, este trabajo intenta extender y defender que esta aproximación es muy promisoria.

      En la sección que se denomina observaciones finales, se retoman algunos alcances de lo que ha reflexionado Barrett (2018) y Kirsch (2020), siguiendo la dirección de la teoría granulada de las emociones y la idea de auto interpretación que ambas autoras han promovido respectivamente, para apreciar qué de ello es fructífero para la teoría de la argumentación. Esta sección final es altamente especulativa, y se ofrece en ella algunas ideas para responder interrogantes que las secciones anteriores arrojan. Estas interrogantes dicen relación con: 1) el tipo de acto de habla que es la emoción, 2) el tipo de normatividad asociada, y 3) el tipo de cambio de actitud que provoca. Se responde tentativamente utilizando la noción de perfiles de diálogos existente en la literatura de la teoría de la argumentación.

      A widely shared insight is that emotions have components, and that such components are jointly instantiated in prototypical episodes of emotions. Consider an episode of intense fear due to the sudden appearance of a grizzly bear on your path while hiking. At first blush, we can distinguish in the complex event that is fear an evaluative component (e.g., appraising the bear as dangerous), a physiological component (e.g., increased heart rate and blood pressure), a phenomenological component (e.g., an unpleasant feeling), an expressive component (e.g., upper eyelids raised, jaw dropped open, lips stretched horizontally), a behavioral component (e.g., a tendency to flee), and a mental component (e.g., focusing attention).

      De la definición general que la enciclopedia entrega, partamos por considerar que la emoción se instancia en episodios. La pregunta específica en relación con lo anterior que nos interesa responder en esta sección es ¿qué gatilla esos episodios? La respuesta que se escoge proviene de una visión sociocultural y del desarrollo. Nótese que este aire explicativo encajará bien en el contexto muchas veces tenso de un intercambio argumentativo.

      Siguiendo la teoría de las emociones de Vygotsky, algunos autores (Muller, 2017; Veresov, 2017) apuntan con precisión que los estados emocionales se experimentan primariamente de forma colectiva, esto es, como un desarrollo psicológico determinado por nuestros contactos con los demás. En nomenclatura algo técnica, nuestro desarrollo psicológico emocional es, en nuestros primeros años de vida, interpsíquico, y luego con el transcurso del tiempo tenemos cierta consciencia intrapsíquica de nuestras emociones o, mejor dicho, de nuestras experiencias emocionales. El énfasis en este acercamiento es que, siendo niños, el entorno se refracta en nuestra experiencia emocional. En tanto función mental, la emoción es más bien resultado de un desarrollo social.

      Con cierto alcance anecdótico, pero que resulta del todo coherente en cómo de hecho escribimos nuestros avances reflexivos, Veresov (2017, p. 241) indica que Vygotski estaba influenciado por el lenguaje artístico ruso de comienzos del siglo XX, particularmente teatral, que concebía la experiencia estética como un conflicto dramático. Tomando prestado de este contexto léxico algunos conceptos, la aproximación sociocultural a las emociones enfatiza que la experiencia emocional, en las relaciones sociales, genera un acontecimiento dramático, sobre todo cuando nace de un conflicto personal. Experimentar un drama social (esto es, un conflicto importante) deja una huella que la convierte en una categoría intrapsicológica individual.

      Lo más importante, para nuestros propósitos, es que bajo este paraguas teórico el conflicto (psicológico) interno pone en marcha todas las funciones mentales superiores: la memoria (“he dicho algo con demasiada pasión”), las emociones (“Estoy avergonzado de este comportamiento ofensivo”), el pensamiento (“tengo que reflexionar al respecto y no repetir este comportamiento”), y la voluntad (“no tengo que volver a actuar así”). Como se observa del recorrido por las funciones a través del ejemplo entre los paréntesis, este cuadro no es en absoluto ajeno a algunos de los tipos de diálogos (Walton y Krabbe, 1995) argumentativos, que genera, en la dimensión psicológica, un cambio de actitud o comportamiento, y en la dimensión argumentativa, un cambio de posición, creencia o punto de vista. El hecho contradictorio social se repite en el modelamiento mental del conflicto, desagregándolo analíticamente en partes (las funciones mentales superiores) para disponer de un cambio conductual, reflexivo y emocional.

      Ciertamente el dominio metafórico que proyecta la entrada drama puede sonar exagerado para efectos de entender todas las experiencias emocionales, lo que obliga a pensar el término en una gradiente de intensidad, tal como el género drama en el lenguaje teatral se compone, al menos, de comedias y tragedias. No se trata de que todo conflicto, contradicción, cause una experiencia emocional negativa, sino tan solo se trata aquí de recordar que genera una experiencia emocional importante que tiende a cubrir muchas interacciones de nuestras vidas en las que se rememora, automática o reflexiva, una huella que va acomodándose.

      Lo recién discutido nos ayuda en dos sentidos: primero sitúa el cambio de las funciones mentales superiores en clave sociocultural, vale decir, determinadas por el colectivo; y, en segundo lugar, que ellas, o al menos las emociones y la capacidad reflexiva, requieren el conflicto para un cambio, una revisión. ¿No suena familiar esta explicación a los cultores de la teoría de la argumentación? Esta pregunta retórica solo es un indicio que muestra que entre la práctica argumentativa y el componente emocional hay una continuidad, digámoslo con cierto riesgo, genética, esto es, de origen. Esto último, sin duda, abona a la aproximación que Gilbert tiene de la argumentación. Para hacer justicia a, no obstante, parte de lo que se ha pensado en la teoría de la argumentación sobre las emociones, en esta subsección 2 se resumen solo algunos tratamientos de lo emocional en lo argumentativo.

      Entre los investigadores de la argumentación siempre ha habido consciencia de la importancia de la emoción cuando se argumenta. Cuando se revisan los índices analíticos de los libros, la entrada emoción muchas veces aparece. Pero, en general, esta consciencia de su importancia no ha traspasado algo que cabría de catalogar simplemente como un gesto de buenas maneras académica. No ha habido un tratamiento detallado, actualizado ni transdisciplinario para beneficio de la teoría de la argumentación. Descontadas ciertas excepciones, que a continuación discutimos, la dimensión está aún abierta a la suma de datos e ideas.


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