Voy contigo. Isaac Manuel Hernández Álvarez
los detalles, esos pequeños detalles, toman protagonismo: el ruido ambiente cambia, su tono de voz te va envolviendo y quieres disfrutar cada minuto de su compañía. Debo decir que en esta parte no puedo ser nada objetivo. Si tuviera que describir la relación que me une a Lucía, tendría que tirar de almanaque hacia atrás, eso sí. Me ha acompañado durante muchos años en mi formación académica y personal. Ha sido mucho más que una amiga.
Esta mujer sabe bien lo que es la evolución constante en su profesión, en su vida, en la importancia de seguir formándose y adaptando su profesión a los cambios de la sociedad. Lucía es protocolo en su inmensa esencia.
PROTOCOLO INSTITUCIONAL
Para hablar de protocolo, como de cualquier otra disciplina, debemos empezar por su definición. Y, como casi siempre, las definiciones son múltiples y variadas y, en muchos casos, subjetivas.
Cuando el ser humano comenzó a relacionarse le surgió la necesidad de organizarse, de establecer una serie de normas o reglas básicas para que esa organización funcionase. Con el paso del tiempo las normas se fueron sofisticando, adaptándose a las circunstancias del individuo en sociedad y siguiendo determinados modelos sociales y formas de comportamiento. El escenario en el que se suceden las relaciones políticas, interpersonales, interprofesionales es el de los eventos, los actos organizados por los profesionales del protocolo. Que una negociación tenga un final positivo va a depender en gran medida del profesional del protocolo, puesto que su papel no se limita a colocar adecuadamente las banderas en su lugar o a recibir con una sonrisa a los invitados. Ambas cosas son igual de importantes, pues la mala colocación de una bandera o un saludo irrespetuoso pueden provocar serios conflictos, pero su labor va mucho más allá, por lo que su formación debe ir acorde con esa responsabilidad. El respeto a las personas, a su cultura, ideas, costumbres, a la libertad de los demás hasta los límites necesarios para la convivencia armónica, las buenas maneras, los modales, la manera de hablar, de comer, de vestirnos son condiciones básicas que necesariamente deben estar presentes en nuestro día a día, mucho más cuando nos referimos al ámbito del protocolo.
Ahora bien, esto no basta cuando hablamos de la enorme responsabilidad que supone el que las negociaciones entre países o cualquier tipo de relaciones internacionales o interprofesionales sean satisfactorias. Aquí lo importante es conocer con profundidad todos aquellos aspectos diferenciales entre personas de países y culturas diferentes: religión, costumbres, dietas…, teniendo siempre presente que cualquier descuido puede convertirse en un problema de Estado. El profesional del protocolo debe velar por que esto no ocurra. Cortesía, buenas maneras, educación son elementos básicos que deben estar presentes en el perfil de un buen profesional del protocolo, a lo que hemos de añadir una amplia formación multidisciplinar que abarque, además de los contenidos de los estudios de protocolo, las técnicas y las normas protocolarias, conocimientos de derecho, geografía, historia, sociología y comunicación. Detrás de la organización de cualquier acto existen unos objetivos y en función de ellos debemos aplicar tanto nuestras habilidades sociales como la inteligencia emocional y los conocimientos adquiridos durante nuestra formación. La conjunción de todo ello hará posible que esos objetivos se consigan de manera más o menos satisfactoria. La palabra que más se repite en el caso de protocolo es «norma». La RAE la define como «regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc.». El ser humano difícilmente se maneja en el caos, no se manifiesta positivamente, busca la normalidad para entender las cosas, para relacionarse con comodidad, para sentirse bien. Necesita tener unas normas a las que ajustarse para ver lo que sucede a su alrededor con claridad, con coherencia. Y es aquí donde actúa el protocolo como instrumento organizativo, donde justifica su necesidad. Según Carlos Fuente Lafuente[1] , «protocolo es el conjunto de normas, tradiciones, costumbres y técnicas que la sociedad y los individuos disponen para la organización de sus actos, su convivencia y sus relaciones internas y externas». Carlos Fuente habla de convivencia y relaciones; efectivamente, una correcta organización favorece las relaciones entre personas y, en consecuencia, la convivencia. Somos conocedores de la importancia que tienen estos dos conceptos en todos los ámbitos de nuestras vidas. Imaginemos cuando hablamos de relaciones entre Estados. En más de una ocasión un acto mal organizado, un fallo protocolario, ha dado al traste con la toma de un acuerdo importante. Pero no debemos caer en la trampa de lo que pretenden algunos políticos al utilizar como disculpa un fallo protocolario para justificar una estrategia política. Es aquí donde el profesional necesita conocer a fondo la norma y saber manejar todos los argumentos que justifiquen una decisión. Jorge J. Fernández[2] nos dice que «las normas que proceden de los usos y de las costumbres sociales se implantan como una necesidad social, sirven para normalizar las relaciones entre todas las personas y entre instituciones y gobiernos». Nos interesa señalar los objetivos que se persiguen con la organización de esos grupos y para ello hemos elegido los que señala Fernández:
El protocolo está basado en la cortesía, esencia de la educación, que significa el respeto a las personas, sea cual sea su condición tanto social como personal o, lo que es lo mismo, el respeto integral.
El fin próximo del protocolo es que las actividades en las que interviene o tiene prioridad de normativa se hagan bien; debe resolver problemas, no buscarlos o crearlos. El objetivo final del protocolo es la convivencia, que ha de ser positiva; pues si no lo es, este no existe.
Cuando nos vemos en la situación de tener que organizar grupos de personas nos enfrentamos a la necesidad de establecer un criterio. Pero este ya está inventado y recogido en las normas que han sido legisladas en el Real Decreto 2099/83 sobre Ordenación General de Precedencias en España. Por mucho que de forma generalizada se esté pidiendo a gritos una profunda revisión, es el código que debemos aplicar quienes nos dedicamos a esta difícil tarea; así como el Decreto 202/1997, que recoge el Reglamento de Precedencias en el ámbito de la Comunidad Autónoma de Canarias. Cuestionado por muchos, pero es la norma en la que debemos basarnos en la organización y protocolo de nuestros actos. En muchas ocasiones se precisa la conjunción de ambas leyes para establecer las precedencias, lo que requiere grandes dotes de negociación para acordar analogías entre cargos que no aparecen en una u otra normativa.
Después de esta introducción, a través de la que cualquiera entendería el protocolo como una necesidad social e institucional, sigue habiendo algunas voces que dudan de su necesidad, siempre por desconocimiento, y a ellas va dirigido este artículo.
El ser humano difícilmente se maneja en el caos, no se manifiesta positivamente, busca la normalidad para entender las cosas, para relacionarse con comodidad, para sentirse bien.
Escribir sobre protocolo en un libro de política es raro, pero si ese libro es sobre la profesionalización de la política resulta cuando menos sorprendente y un gesto para agradecer por quienes nos dedicamos a esta hermosa profesión, tan poco valorada en el mundo político. Sin embargo, el abanico de aspectos que abarca el protocolo es tan amplio que centrarnos en lo que se nos ha pedido (importancia, funciones del responsable, cómo hacer buen protocolo, qué se debe tener en cuenta en un acto) resulta muy complicado. Cuando de pronto te encuentras en el departamento de protocolo de una institución como la Presidencia del Gobierno autonómico pueden suceder dos cosas: que la inconsciencia te haga sentir importante o que, por el susto de ver a qué te enfrentas, te den ganas de salir corriendo. Esta afirmación merece una explicación. Este es un ámbito muy desconocido por dentro y que desde fuera se ve, a través del ojo de la cámara, como algo de lucimiento, de cierto boato. Pero la realidad es otra: es la que te empuja a salir corriendo cuando varias personas te hablan y piden cosas al mismo tiempo, cuando todo lo que falla se debe a tu incompetencia. Los nervios, el estrés, la preocupación, la chispa que salta en mitad de la noche. ¿Le dije la hora al técnico de sonido? ¿Cerré el programa con la gente de prensa? Esa sí es la realidad del protocolo.
Cuando comencé a trabajar en este ámbito, una buena compañera me dijo que cuando empieza un acto «es como cuando se sube el telón del teatro y comienza la función, solo que la protagonista eres tú, aunque no estés en el escenario. Si algo sale mal, todo el mundo te mirará a ti». Tenía razón. Y mucho más cuando nos enfrentamos a esa otra realidad, de enorme repercusión, que es donde radica la importancia del protocolo institucional,