Diseño creativo: manual de ideas. Juan Diego Ramos Betancur

Diseño creativo: manual de ideas - Juan Diego Ramos Betancur


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para crear, para fabricar y producir algo inédito y ponerlo en el ecosistema, con todas sus especies, incluyendo prioritariamente a la sociedad humana. Los humanos, parece, diseñamos creativamente para las especies y el medio ambiente que nos rodea, siempre y cuando no se desmejoren las condiciones que esperamos para la sociedad en la que vivimos.

      Se diseña creativamente relacionando diferentes ideas y pensamientos, motivaciones y propósitos. Se diseña dibujando y se crea pensando. Se logra esto cuando introduzco aspectos que antes no consideraba, se va meditando en el proceso, escribiendo, rayando ideas en el cuaderno, fabricando y, al tiempo, asociando ideas nuevas, experiencias que enseñan de la prueba y del error.

      Diseñar creativamente es un goce, un encuentro consigo mismo; como dice el psicólogo croata Mihály Csíkszentmihályi en su libro Fluir, una especie de psicología de la felicidad: “fluir, es una fuente de energía psíquica en tanto que centra la atención y motiva a la acción”.3 Es decir, es un concentrarse, un pensar unido al sentir, meditar y actuar realizando conexiones conceptuales, emocionales, gráficas, literarias, mezclando posibilidades de ideas o materiales, relacionando de manera natural conceptos, bien sean distantes o cercanos, en nuestra mente tranquila y fluida.

      Es como si la mente tramara algo, sin contar con nosotros conscientemente. Al tiempo que se van diseñando posibilidades, ese “algo” que nos ocupa, se hace en nuestro interior, se incuba creativamente.

      En palabras del prestigioso premio Nobel de Economía norteamericano Herbert Simon, “los procesos de diseño son análogos en disciplinas tan diversas como la música, la arquitectura o la política”.4 Crear en cualquier oficio o campo del saber es diseñar. Todo diseñar es creativo. Toda creación utiliza el pensamiento del diseño. Diseño Creativo y punto.

p23

      Clío. Óleo

      Con nuestra mente (y prácticamente todos lo sabemos por experiencia propia), tenemos la sorprendente cualidad intelectiva de buscar, encontrar y generar conceptos y/o categorías acerca de artefactos (es decir, cualquier entidad real), como resultado de nuestro quehacer técnico y tecnológico; y/o de mentefactos5 (entidades virtuales o conceptuales), como producto de nuestra inteligencia y sus procesos cognitivos en general. Producimos ideas y pensamientos extraordinarios acerca de lo que podemos fabricar y palpar, como de aquello que deseamos imaginar y fantasear. Somos, en definitiva, lo que experimentamos con el cuerpo y lo que imaginamos y explicamos con la palabra.

      Poseemos esta facultad que no deja de maravillarnos, al percibir (reconocer y palpar del mundo ciertos materiales, formas y texturas, observar, detectar aromas, escuchar sonidos) las cosas que nos rodean como entidades, las mismas que convertimos en elementos con significado: roca, joya, árbol, silla, luz y sombra, lámpara o candil, átomo, galleta, infinito, concepto, etc. Y establecemos analogías (o descubrimos) relaciones comunes entre estos mismos elementos, bien sea porque consideramos que comparten afinidades visuales, conceptuales o porque decimos que poseen propiedades iguales o similares. ¿Se cumple la idea popular de que el sentido de una obra está en los ojos del observador?

      Y lo singular de todo esto que existe es que surge de algo abstracto, de un grupo relativamente reducido de símbolos: grafos y sonidos. De signos (significantes y significados), es decir, agentes físicos que portan información, bits. De números, de letras, de símbolos, de señales, de indicios. Lo que hace valioso a Sherlock Holmes.

      Pero ¿qué habita en la mente humana?, ¿es la realidad la que entra a la mente para acomodarse y asimilarse o es la mente la que tiñe al mundo al nombrarlo y darle un determinado sentido? Ambas opciones son válidas. Somos a veces inocentes e ingenuos y en otras prevenidos y llenos de prejuicios. Podemos dejarnos tocar espontáneamente por la realidad y, en otras, ya a priori tenemos una visión de ella. Son muchos asuntos a la vez. Demasiados quizás. Nuestra mente no puede abarcar lo que existe.

      La intuición o las corazonadas, las conexiones conceptuales y también las intenciones y las motivaciones, la autorrealización y la propia identidad son aspectos de aquello que tiñe al mundo y el cómo lo percibimos. Quizá somos individuos que simplemente nos pasamos la vida habitando las intersecciones, como las que menciona el investigador en innovación Frans Johansson, en su libro El Efecto Médici. Lo que mejor sabemos hacer es realizar conexiones, relaciones entre ideas, conceptos, pensamientos y conocimientos.

      Este autor afirma que: “la diferencia principal entre una idea direccional y una interseccional es que, en el primer caso, sabemos dónde vamos. La idea tiene una dirección. La innovación direccional mejora un producto en pasos bastante predecibles, en una dimensión bien definida… para la mayoría de nosotros, la mejor oportunidad de innovar se encuentra en la intersección. La intersección representa un ámbito que aumenta drásticamente las oportunidades de que ocurran combinaciones excepcionales”.6

       Tu intención es…

p28

      Poema

      A los seis años de edad soñé que Dios había nacido en Sonsón. Y que, igual que a mí, no le gustaba ni el aguardiente ni el chicharrón. Y quizá por la fe religiosa persistente de mi madre, crecí con la idea extraña y anómala, de que los ángeles terminaban las cosas que uno dejaba empezadas.

      Con el paso del tiempo, comencé a tener mis dudas sobre el origen de todas las cosas. Luego de un almuerzo de familia, en esos sábados en la tarde en que el tiempo del mundo se detenía, comencé a leer muy cuidadosamente la Biblia y los textos apócrifos. Pero no hallé lo que buscaba. Abordé parte del Corán y me aburrió el mundo árabe y los susurros que le hacía el arcángel Gabriel a Mahoma. Así que me quedé dormido.

      Pasaron semanas antes de encontrar los textos inspiradores de los Vedas, incluido el Majabhárata y la colección de cómics de Supermán. Allí, me detuve parte de mi adolescencia. Especialmente me gustaron los textos de Vatsyayana. Pero desgraciadamente solo entendí y disfruté el Kama Sutra, llegando a los dieciocho años. Devoré a Nietzsche y a Sartre, lo mismo que a Marcial Lafuente Estefanía, Sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie. Y finalmente, quien me iluminó y con el cual sentí su llamado, fue con el Códex Regius, de la mitología nórdica. Conocí la mitología vasca de las Brujas de Zugarramurdi y hallé la iluminación con Amari o Mari, como también se le conoce en Amboto.

      Devoré el Testamento del Paisa y algunos libros de Fernando González que mi madre me escondía detrás de la colección del Tesoro de la Juventud, por temor a que corrompieran mi espíritu adolescente. Y si esas palabras calaban tan honda y sinceramente mi alma, ese dios era paisa. No había dudas. Solo así pude sacar mis propias conclusiones acerca de la verdad y del sentido de mi existencia. Hallé a Dios en todas las rocas y piedras de la tierra, en los meteoritos, planetas y galaxias.

      Por eso, los geólogos son los ángeles de mi religión, los químicos, los arcángeles y, por querubines, mis estudiantes y, por serafines, los artistas y diseñadores del mundo entero.

      J.D.R.

      Una de las cualidades cognitivas que habitan la mente y que nos interesa especialmente es la intención. ¿Y qué podemos decir de ella? ¿Qué es realmente la intención? Es un proceso, tiene etapas. Es aquella parte de nuestro pensamiento que potencialmente puede convertirse en un acto, en acción concreta en el mundo, en un comportamiento objetivo. En este caso, puede observarse cómo una conducta dentro de un contexto dado, es una expresión consciente del comportamiento, bien sea manifestado en un sonido, en un movimiento, una palabra, un dibujo o un artefacto. La intención no es posibilidad solamente, es manifestación si convertimos una idea en conducta, para hacer tangible lo intangible, para tocar lo que antes fue solo mental, sutil deseo, vaga idea.

      Pero hay que tener presente, que no basta que la intención se


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