El vástago de la muerte. Carlos Venegas
y sacaron el relleno. Lo mismo hicieron con las almohadas. Los cajones de la cómoda y las mesitas de noche habían sido extraídos y esparcido su contenido. También el interior de los armarios, donde quedaban un par de perchas vacías. Estaba claro que no buscaban dinero ni joyas, puesto que dejaron las herencias de valor de su abuela, que estaban guardadas en una pequeña caja con candado que había sido forzado. La habían abierto, pero no les interesó el contenido.
Definitivamente querían algo distinto. Pero… ¿qué podrían tener ellos que pudiera interesar a alguien como para entrar en su casa y registrarla de semejante modo? ¿Qué podría ser tan importante para acabar con la vida de dos personas?
En el salón, y como era de esperar, a la científica le estaba resultando tremendamente complicado encontrar pruebas que pudieran esclarecer quién había estado en la casa. Era un trabajo muy profesional, quien quiera que fuese se había preocupado mucho de no dejar ningún rastro que les pudiera llevar hasta ellos.
—¿Alguna novedad?
José Luis sabía perfectamente que no iban a encontrar nada, el responsable de aquello no era un aficionado. Estaba claro que el señor Larraz estaba metido en asuntos muy turbios, con gente muy peligrosa. Contratar los servicios de un asesino a sueldo de semejante nivel no era barato, ni mucho menos.
—Nada, señor, es como si lo hubiera revuelto un huracán, no hay rastro humano o indicios de que alguien ajeno a la familia hubiera estado aquí —respondió uno de los científicos, sin dejar de espolvorear con la brocha.
—Continúen trabajando.
Hacía varios minutos que el jefe de Policía se había dado cuenta de que aquel revuelo no era una táctica de dispersión de cara a la investigación policial. Al intruso le daba igual que se notara que no le importaban los bienes materiales.
Después de recorrer de nuevo la casa, preguntó a Mery si echaba algo más en falta, aparte de los cedés y el ordenador de sobremesa. La joven negó con la cabeza con pesar y cansancio, estaba siendo la noche más larga de su vida. El tiempo caminaba con parsimonia, pese a que la claridad ya comenzaba a hacer acto de presencia, anunciando una nueva jornada.
El comisario la agarró con suavidad de un brazo y la dirigió a una de las habitaciones vacías.
—Señora Sagasta, ¿usted ha sentido o notado algún cambio en el comportamiento de su marido?, ¿tenía conversaciones telefónicas extrañas?, ¿estaba más obsesionado con la seguridad del hogar?
La batería de preguntas la cogió por sorpresa y tardó más de lo habitual en responder. Le costaba ordenar sus ideas y recuerdos.
—Hacía tiempo que tenía alguna sospecha acerca de una posible infidelidad, aunque no quería creerlo y siempre excusaba determinados comportamientos, pero, ahora que lo dice, sí que estaba especialmente interesado en que todas las ventanas se cerraran, daba igual el calor que hiciese. También la puerta tenía que estar cerrada con llave, si no se alteraba bastante. Nunca le había importado echar el cerrojo hasta hace un par de meses. Me decía que los robos por la zona habían aumentado y que era mejor que cerráramos por dentro y dejáramos la llave puesta y ligeramente inclinada, para que no pudieran entrar —parecía que su memoria empezaba a vislumbrar con claridad—. Esta es una zona tranquila y la verdad es que yo no he escuchado ningún caso cercano de robo con violencia ni asalto de ningún tipo. No eran comportamientos normales, pero tampoco les di mayor importancia. —El comisario escuchaba atentamente—. Era lo único anormal, eso y que últimamente se quedaba a trabajar hasta tarde en el Ministerio demasiado a menudo, lo que provocó que tuviésemos más de una discusión.
—Señora, entiendo que esto pueda molestarle, pero es mi trabajo. Reláteme toda su actividad en el día de ayer.
Álvarez la miraba incisivo, parecía estar intentado leer su mente.
—¿Qué insinúa, que maté a mi marido? —La voz rebotó por el piso, provocando que todo el mundo detuviera su actividad un instante.
—Señora, yo solo cumplo con mi deber, y es esencial que me lo cuente para poder llevar la investigación a buen puerto y encontrar al culpable. —Intentó explicarlo de tal manera que no se sintiera manipulada y confiara en él.
—Señor comisario, no se ande con rodeos, ¿está insinuando que soy sospechosa del asesinato de mi marido?
—Ya le he dicho que es mi obligación atar todos los cabos para poder terminar con éxito la investigación, ten...
—Solo hablaré en presencia de mi abogado.
No dejó que finalizara la frase. Mery mostraba una mezcla de asombro y enfado por la acusación. La estaban señalando como autora o cómplice de asesinato.
El sonido del teléfono del comisario le salvó de una situación muy tensa. Descolgó con rapidez.
—Álvarez... ¿Habéis llegado ya? Perfecto. Mantenedme informado.
CAPÍTULO V
A causa de los sucesos acaecidos en su domicilio, Mery se veía obligada a encontrar un profesional que la defendiese. Sin acceso a sus pertenencias y, por tanto, a su ordenador personal, se tuvo que conformar con la pequeña pantalla del Smartphone para intentar localizar a un abogado, o abogada, que la representara.
Tras largo tiempo buscando por Internet dio con la página web del bufete de Raquel Peral. Mery no era una mujer de grandes posibilidades económicas, por lo que tuvo que buscar a alguien cuyos emolumentos se pudiera permitir.
El bufete Estrada & Peral llevaba muy poco tiempo en activo y normalmente se encargaba de juicios de faltas, divorcios u otro tipo de delitos menores. Solo hacía dos años que Raquel terminó la carrera de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid con una nota media de Matrícula de Honor. Era muy joven, motivo por el cual muchos de los fiscales solían hacerle de menos; no tardaban demasiado en darse cuenta del error tan grande que estaban cometiendo. Tenía una agilidad mental que deslumbraba y sus ojos grandes, como los de un búho real, eran inquietos y escrutadores; nada pasaba desapercibido para aquellas grandes pupilas.
Raquel estaba exultante con la posibilidad de un proceso criminal como el del suceso de la señora Sagasta. Su primer caso de homicidio y ¡nada menos que perpetrado por un profesional! Era apasionante. Cómo iba a saber, cuando recibió la llamada de una mujer rota por el dolor y el miedo, que le cambiaría la vida.
Aquella llamada fue breve, la joven jurista la recordaba perfectamente. María José apenas podía controlar el llanto mientras intentaba concertar una cita y Raquel creía que se trataba de un caso de divorcio más. Llevaba poco tiempo ejerciendo y, a pesar de ello, estaba tan cansada de asuntos pequeños que, sin pretenderlo, su voz denotaba cierta dejadez. Pronto se daría cuenta de que aquella llamada podía ser la oportunidad que había estado esperando durante esos dos años.
—Buenos días... ¿Es el bufete Estrada & Peral?
Mery todavía estaba acongojada por todo lo que se le había venido encima. El mismo día que habían entrado en su casa destrozándolo todo, menos de veinticuatro horas después de haberle sido infiel y hubieran asesinado a su marido a sangre fría, tenía que buscar un abogado, porque para la policía era sospechosa de asesinato. Estaba pasando todo tan rápido que apenas era capaz de asimilarlo. Su vida se desmoronaba como un castillo de naipes.
—Raquel Peral al habla —la voz de la letrada sonaba indiferente—. ¿De qué se trata: hurto, robo, divorcio, una pelea...?
A Mery le irritó sobremanera el tono, pero no podía permitirse otros bufetes, así que, aunque le dieron ganas de colgar directamente, la desesperación hizo que continuara adelante.
—Han asesinado a mi marido y quiero que me defiendan. —Un carraspeo inesperado se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Asesinado? —Toda la desidia que percibió en sus primeras palabras había desaparecido por completo, solo le bastó una para dar a entender el enorme interés que había despertado en ella—. Por favor, estaría encantada de reunirme con usted.